Soledad nació en Bogotá, el 5 de mayo de 1833. Fue parte de los primeros neogranadinos que nacieron y crecieron en el marco del régimen republicano. Su padre, Joaquín Acosta, fue historiador, científico y militar. Luchó por la independencia de la república junto a Simón Bolívar y posteriormente ocupó varios cargos destacados: ingeniero director de caminos de Cundinamarca, encargado de negocios de la Nueva Granada en Ecuador, Ministro en Washington y ministro de relaciones exteriores, entre varios más, además de participar en múltiples proyectos en geología, geografía e historia, así lo cuenta A.M. Agudelo en su libro: Devenir escritora. Emergencia y formación de dos narradoras colombianas en el siglo XIX (1840-1870).
Soledad fue la única hija del matrimonio entre Joaquín Acosta y Catalina Kemble. Debido a las ocupaciones del padre, su infancia transcurrió entre varios países como Canadá, Escocia, Ecuador y Francia. El haber tenido esta experiencia por las múltiples ocupaciones de su padre, le permitió dominar el inglés y el francés a la perfección.
Su madre, Carolina Kemble, era jamaiquina de ascendencia anglosajona, llegó a la Nueva Granada después de haber conocido a su esposo en uno de sus viajes a Estados Unidos. Ya radicada ahí, pudo dedicarse a dictar algunas lecciones de canto y música, conocimientos que había adquirido en París.
Su literatura
Soledad Acosta de Samper fue una de las figuras más representativas de la literatura colombiana durante el siglo XIX. En su prolífica obra se destacan novelas, estudios historiográficos, biografías, obras de teatro y notas periodísticas. Recientemente, se ha podido acceder a escritos de carácter privado como diarios, correspondencia y álbumes. Algunos de sus textos eran relatos de ficción como: Dolores, Teresa la Limeña, El corazón de la mujer, La Perla del Valle, Ilusión y realidad, Luz y sombra, Tipos sociales: la monja mi madrina y Un crimen.
Después de la década de 1870 las novelas de la autora comenzaron a adquirir un carácter histórico y desde 1880 en adelante los estudios historiográficos adquirieron protagonismo en su obra. En su faceta de historiadora resulta muy interesante el marcado interés por darles a las mujeres un espacio en la narrativa histórica. Tradicionalmente la historia había sido escrita por hombres, y en esos relatos las mujeres habían sido invisibilizadas. Ahora bien, el trabajo de Soledad evidencia un esfuerzo por reconocer a la mujer como sujeto histórico activo, lo cual es una apuesta supremamente disruptiva para el contexto de su época.
Fue también editora y fundadora de cinco revistas dedicadas al público femenino y tradujo cientos de textos académicos y literarios del inglés y del francés, lenguas que dominaba perfectamente. Pese a la relevancia que tuvo en sus años de vida, durante el transcurso del siglo XX su nombre y obra cayeron en el olvido, hasta que en la década de 1990 empezó a ser ampliamente estudiada tanto por sus aportes en materia de literatura como por haber sido pionera en la problematización de los roles de género.
Su vida familiar
Cuando Soledad tenía 19 años murió su padre, lo que experimentó con gran dolor, pues su ausencia representaba la pérdida de un guía en sus búsquedas académicas. Pocos meses después conoció a José María Samper, quien se convertiría en su esposo. Soledad encontró en él alguien que reconocía sus capacidades intelectuales y la valoraba más que como madre para sus hijos. José María también era un humanista, fue escritor, periodista y político, lo que fortaleció rápidamente su relación afectiva con Soledad.
Ante la sociedad bogotana José María era un librepensador, masón y anticlerical. Su reputación se debía a haber sido promotor de algunas leyes que habían escandalizado al clero neogranadino como el matrimonio civil y la expulsión de los jesuitas. Sin embargo, tal como cuenta Soledad, su fe religiosa no se distanciaba mucho, era lo que se podría llamar un católico ilustrado, que aceptaba a Dios no por tradición sino debido a una experiencia espiritual personal (Plata, 2016). Como prueba de esto, en 1855 se casaron por medio del rito católico, y con el tiempo sus ideas más radicales se fueron matizando, acercándose cada vez más al conservadurismo. De hecho, hacia la década de 1870 José María participó activamente del proyecto de la Regeneración y trabajó en la ideación de la Constitución conservadora de 1886.