A mi abuela María del Carmen, que ahora vive en el cielo, le debo haberme enamorado de la radio. Cada que iba a visitarla, se repetía la misma escena del día anterior. Ella cosía colchas de retazos en una máquina Singer de manivela, que dejaba escuchar de fondo el sonido de un radio de color negro marca Sanyo, mientras yo me revolcaba en el piso de su cuarto con una pelota.
Así se nos iba la mañana entera y parte de la tarde. A veces hasta el día completo. Yo era apenas un niño al que le fascinaban las voces y sonidos que salían de esa 'cajita' negra. Me parecía mágica. Me preguntaba cómo era posible que aquello sucediera.
Y mientras mi imaginación volaba tratando de responder esa pregunta, conocí a ‘Arandú, el príncipe de la selva’, al superhéroe ‘Kalimán’ y a un tal ‘Montecristo’. Cuando escuchaba los sonidos de las puertas que abrían y cerraban en las radionovelas, o de los caballos galopando en las llanuras, inmediatamente trataba de imitarlos con la primera puerta que me encontrara y dándole rítmicos golpes con las manos a una mesa de madera. Me metía en los personajes. Actuaba yo también.
Y cuando escuchaba a un señor que decía "para Última Hora Caracol informó Gustavo Niño Mendoza, de la Asociación Colombiana de Locutores”, me quedaba quieto, en silencio, oyendo esa prodigiosa voz. Jugaba a imitarlo. Y mi abuela seguía cosiendo, con una costumbre que siempre la caracterizó.
Comentaba las radionovelas mientras avanzaban, como si fuera una ‘voz en off’ libreteada, y reprochaba las noticias con términos que solo le oía a ella: “zumbambico ese”, “cómo no, majadero”…
Cuando salía de la casa de mi abuela y llegaba a la mía, lo primero que buscaba era el radio. El de mi casa era de color verde. Más grande que el de mi abuela. Quizás porque en mi casa éramos cuatro, y se necesitaba un radio más grande que el de mi abuela, que vivía sola, pensaba yo. Qué ingenuo.
Luego descubrí que ‘Arandú’ era un señor de nombre Carlos de la Fuente. Y que ‘Kalimán’ era Gaspar Ospina. Y que ambos eran actores de televisión. Entonces, quise conocerlos. Ver el rostro de esas voces. Mi madre, más aficionada a la televisión que a la radio, me los mostraba en la pantalla a blanco y negro del gigantesco televisor Sharp que había en la sala de mi casa. Cuando los conocí, más oyente de la radio me volví.
Entre otras cosas, porque no debía pedir permiso para prenderla, mientras que con el televisor era distinto. Solo lo prendíamos en familia o cuando mi madre, que era quien permanecía en la casa, nos autorizaba a mi hermana y a mí.
Y en esa afición a la radio conocí por mi cuenta muchos otros programas y a mucha más gente. Empecé a amar el fútbol, de la mano de mi padre, quien me llevaba al Pascual, siempre con un transistor en el bolsillo.
Entonces, las voces de Rafael Araújo Gámez, Mario Alfonso Escobar, Óscar Rentería, Jairo Aristizábal Ossa, Benjamín Cuello, Paché Andrade, Marino Millán, Rafael Medina Corrales, Arley y Jámer Londoño, Sergio Ramírez, Pastor Londoño, Jorge Eliécer Campuzano, Armando Moncada, Esteban Jaramillo, ‘Trapito’ Restrepo, Marco Antonio Bustos y hasta Miguel Mondragón (el de Buga, en los partidos de visitante) se paseaban por mi radio de salto en salto en el dial.
Y me volví oyente de La Polémica, en las noches. También contradictor en voz alta (como mi abuela) de Édgar Perea. “Zumbambico, majadero ese”, decía yo. Y Luego, en la época del apagón durante el Gobierno Gaviria, me volví fanático de La Luciérnaga, el programa más inteligente de la radio. Ya estaba en la universidad, estudiando periodismo. Como mi padre. Mi padre también es periodista.
Y ahora que lo pienso, creo que su amor por la radio y este bello oficio del periodismo también le llegó por cuenta de mi abuela. Y tiempo después pensé: mi abuela nunca estudió, era una mujer prácticamente analfabeta, campesina, pero estaba informada de todo. Todo lo sabía. Todo, gracias a la radio, que esta semana celebró su día mundial.
Hago periodismo desde 1992. Desde que estaba en la universidad. Y, curiosamente, nunca he trabajado en la radio. Siempre en medios impresos. A mis alumnos de periodismo les digo que escuchen radio.
Algunos me miran raro. Otros me hacen caso. Yo nunca la hago a un lado. Siempre está conmigo. En la mañana, al mediodía, en las noches, los fines de semana. Siempre la radio. Y eso te lo debo a ti, abuela. Y también a ‘Arandú’ y ‘Kalimán’. Ustedes tres fueron mis primeros ‘superhéroes’.