La improvisación en el fútbol solo es hermosa en una acción individual en la cancha, cuando un jugador utiliza repentinamente un recurso y termina haciendo fantasías. Pero fuera de ella es fatal. Y eso es lo que sucede en la Liga colombiana. Todos improvisan.

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Más allá de las emociones que pueda despertar que un día el que está arriba se vaya a pique o el que está abajo dé un triple salto a la cima, la Liga colombiana carece de calidad. Es mediocre y acentúa esa irregularidad en los equipos por el mismo sistema que tiene. En solo seis meses que dura el torneo, los directivos pretenden armar nóminas competitivas, llenar el estadio y salir campeones, pero ignoran los procesos. En otras palabras, saben qué es lo que quieren, pero desconocen la manera para lograrlo. Improvisan.

Esta liga que está terminando quizás pase a la historia como la que más cabezas ha cobrado en el banco. Catorce técnicos fueron despedidos o se fueron de sus equipos por malos resultados. Jorge Luis Pinto, el caso más sonado. Ilusionó a los hinchas de Millonarios en el semestre pasado y fracasó. Lo hizo nuevamente este semestre, y el resultado fue peor que el anterior. Los técnicos siempre serán los primeros responsables, pero ¿quién y cómo les cobra a los jugadores, sobre todo a los que se confabulan para sacar entrenadores? La solución, entonces, es sacar fulminantemente al técnico. Se va uno y llega otro. Y en solo seis meses el nuevo tiene que sacar campeón al equipo. ¿Cómo? Él verá, para eso lo contrataron. ¿Y si fracasa en su intento? Pues se va. Y así, el ciclo se repite una y otra vez. Den un vistazo y pregúntense cuál es el técnico más antiguo en un club en Colombia. No pasa de tres años. Imposible hablar de procesos en el fútbol colombiano.

Cada semestre, además, por cuenta del apretado calendario y los otros compromisos futboleros como copas América, Libertadores y Suramericana, y eliminatorias al Mundial, el sistema del torneo cambia.


Para el primer semestre del 2020, por ejemplo, solo serán cuatro los clasificados a las finales (hoy son ocho), que se eliminarán en llaves en busca del título. Y para el segundo semestre se retornará al sistema que hoy existe. En un año, como viene sucediendo desde que se inventaron los torneos cortos, habrá dos campeones en la A y dos descendidos, pero para los primeros valdrán solo seis meses de torneo para poner una estrella en el escudo, mientras que para los segundos será necesario todo un año. Contradictorio, totalmente.

Cuando empecé a ver fútbol, en la Liga colombiana solo había catorce equipos que se enfrentaban en ida y vuelta, y luego clasificaban ocho que armaban un octagonal, también en ida y vuelta, y salía campeón el que más puntos hacía. El torneo duraba un año y los técnicos no se iban a la tercera fecha por malos resultados. Se jugaba miércoles en las noches y domingos en las tardes, y los estadios se llenaban. No había invasión televisiva de un canal. Y todos éramos más felices. No sugiero que haya sido mejor quedarnos en el ayer. No. La vida cambia. Las cosas cambian. Pero no dejemos que la mente se quede corta ante las nuevas exigencias.

¿Por qué no volver a los torneos largos atemperados a los cambios? Una liga de un año —como se juega en Europa, de donde todo lo copiamos— permitiría a los equipos diseñar verdaderos proyectos basados en una filosofía de trabajo y no en objetivos resultadistas sin bases sólidas. Que jueguen todos contra todos, ida y vuelta, y al final es campeón el que más puntos haga. Los cuatro primeros van a Libertadores y los otros cuatro, a Suramericana. Y descienden los dos últimos, sin promedio. Solo con puntos.

Valdría la pena, al menos y dentro de tanta improvisación, ensayar ese modelo. No soy economista ni experto en negocios —porque no hay que perder de vista que el fútbol es un negocio—, pero no creo que se afecten las arcas de la Dimayor, ni tampoco las de los clubes. Igual, la televisión va a estar siempre allí, dispuesta con su chequera y autoritaria en los horarios de transmisión.


En España, Inglaterra, Italia, Francia y Alemania, para no citar todos los países europeos, las ligas de un año permiten ver a los técnicos más tiempo sentados en un banco. Permiten ver estilos e identidades de juego en los equipos. Generan emociones en la parte alta, media y baja de la tabla. Pero, sobre todo, permiten menos improvisación. Y, en eso, en improvisar, Colombia sí que golea.