“Cuando vuelva a caminar, quiero volver a pisar la grama del estadio del Deportivo Cali con mi caminador y con pataditas llevar el balón hasta el arco, y hacer gol”.
Esa es la frase de guerra que Jefferson Herrera tiene fijada en su perfil de twitter, y con la que se levanta todos los días a luchar por su sueño: volver a caminar.
El 1 de enero de 2016, el país se consternó cuando conoció el caso del, en ese entonces, jugador del Dépor FC (ahora Atlético FC), quien en un intento de robo fue baleado en el oriente de la ciudad, dejándole como secuela una bala incrustada en la séptima vértebra de su cuerpo.
En principio, el diagnóstico de los doctores que lo trataron no era muy alentador, pues decían premonitoriamente que Jefferson no volvería a caminar. Incluso, 16 días después del incidente, el estadio Pascual Guerrero se colmó de gente que llegó convocada por diferentes jugadores de fútbol para recaudar fondos para Herrera.
A pesar de los dictámenes, el proceso de recuperación empezó con buena cara. Mas allá de las dificultades físicas, y, sobre todo, psicológicas que puede enfrentar una persona en circunstancias tan adversas como estas, Jefferson asegura que siempre mantuvo su fe en Dios y se blindó en el sueño de volver a levantarse, como lo había hecho antes cada vez que jugando al fútbol se tropezaba o caía derribado por un rival.
Han pasado tres años duros en los que el sacrificio, la constancia y la dedicación han sido sus mejores aliados. Sagradamente, se levanta todos los días a las 6:00 de la mañana y una hora más tarde se dirige a hacer sus terapias. Atraviesa toda la ciudad hasta el sur para no fallar a la cita, pues las cinco horas de actividades físicas y de rehabilitación que hace se han convertido en su culto.
“Soy loco haciendo terapias”, asegura entre risas. “Llego reventado a la casa”, completa, pero eso no le importa. Los resultados han sido excepcionales. Inicialmente doña Gloria León, su madre, lo acompañaba con devoción a las terapias, y ahora, gracias a las mismas, va solo. Se ha hecho más independiente y, en parte, para Jefferson eso es casi como levantar un título.
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Asegura que Dios le ha cumplido, pues Jefferson no es ni la sombra de lo que era cuando comenzó este camino. Su entidad de salud le otorgaba unas terapias, pero las opiniones allí no eran alentadoras. Ahora las hace de manera particular. Tocó puertas para acceder a esta posibilidad, dice, y lo escucharon.
Desde el primer año, la Escuela Carlos Sarmiento Lora lo ha ayudado económicamente con los gastos e incluso “cuando empezó todo me pidieron unas prótesis para las piernas y la EPS no me las quiso dar, ellos allá decían que yo no necesitaba eso porque yo no me iba a volver a parar. En la escuela sí me las dieron”, dice.
De acuerdo con su experiencia, ese fue el momento crucial para que a la fecha hoy él pueda pararse, sostenerse con sus manos de las barras paralelas y dar esos pequeños pasos que se hacen proeza cada vez que los da.
“Hace un año me empecé a parar solo. Luego empecé a tratar de caminar, primero totalmente ayudado, luego me levantaba yo mismo. Hubo un tiempo en que no pude volver a las terapias, y ahora que volví pensé que me iba a tocar iniciar de cero, pero no, recordaba todo. Cada día avanzo más”, explica.
La amistad con Viera
Uno de los amigos que le ha dejado esta etapa de su vida ha sido Alexis Viera, quien vivió un incidente similar al suyo.
Justamente en él ve la prueba de que logrará el objetivo que se ha propuesto. “Cuando hemos hablado, nos damos palabras de aliento mutuamente. Así como lo hizo él, que es mi espejo y como un hermano para mí, yo también lo voy a lograr. Voy con Dios agarrado de la mano”.
Desde el día uno, se hizo una firme promesa: volver a caminar, y si de algo sabe Jefferson, es de paciencia y de cumplir metas. Para junio de este año ya tiene planteado conseguir un peldaño más hacia el objetivo final: pasarse todo el largo de las barras paralelas que hay en el centro de terapias por sí solo. “Seguro que se va a dar”, se repite a sí mismo con convicción total, sus ojos no lo dejan mentir. Va por ello.
En las redes sociales ha encontrado su nicho y, tal como se declaró, como “un loco por las terapias”, también es un loco por el fútbol.
No pierde un oportunidad para interactuar con sus seguidores acerca de la actualidad deportiva.
En estas plataformas también ha encontrado una ventana para mostrarle al mundo cada avance y celebrar con ellos, sus seguidores, sus batallas vencidas a costa de sudor y lágrimas.
Y es que no es para menos, al igual que la tribuna del estadio del Deportivo Cali, donde alguna vez soñó jugar, la sección de comentarios y de mensajes de sus redes viven abarrotadas de hinchas de Jefferson, que todos los días lo alientan en cada final que disputa contra sí mismo.
“La gente me motiva y me da mucho aguante”. A pesar de que han pasado varios años, la gente lo recuerda y no lo olvida. “Es algo que me emociona mucho”, dice.
Jefferson también comparte su experiencia para motivar a otros que viven una situación adversa para que sigan luchando, pues “muchas veces uno tiene un mal día, pero lee un mensaje bonito y eso es algo que reconforta”.
No tiene hermanos, vive solo con sus padres, doña Gloria y don César Herrera, y dice que vive feliz. Asegura que no se acompleja o reniega por nada en la vida, pero acepta en medio de una resignación casi imposible de ver en él, que lo único que verdaderamente le duele “es no poder jugar al fútbol”.
Pero hasta allí, hasta la palabra fútbol le llegó la resignación consigo mismo, pues recompone el ímpetu con firmeza prometiéndose una vez más que se va a levantar de esa silla y va volver a patear un balón.
“He sido muy fuerte, nunca he caído en depresión. Toda la vida me ha tocado muy duro, empezando por el camino que me tocó recorrer para cumplir mi sueño de jugar al fútbol. Sin embargo, no voy a mentir, hay días que estoy triste. Es duro levantarse y no poder irme a jugar con el balón”.
Asegura no guardar rencor hacia quienes le robaron posibilidad de seguir jugando al fútbol. “Espero que hayan sentado cabeza y que cambien su estilo de vida. En mí siempre van a encontrar tranquilidad y disculpas, mas no perdón, porque ese solo lo da Dios. Si algún día tuviera que darles la mano, seguramente que lo haré”, dice.
“Agradezco el apoyo de todos. Me levantaré, sé que va llegar ese día. Los sueños se pueden cumplir”, concluye, no sin antes decirles: “Dios los bendiga”.
Jefferson es de esos tercos sabios. Sí, suena contraproducente, pero no hay otra manera de definirlo. Pertenece a esa rara especie de personas que se niegan a rendirse por difíciles que parezcan las adversidades. Es el tipo al que le están diciendo que no, pero sigue convencido de que por donde él piensa es el camino correcto. Es de esos que intentan pararse así la vida les atraviese el pie en medio de la carrera para hacerlos tropezar. Jefferson es, en definitiva, el tipo de persona que ha logrado y logrará lo que se propone, por un hecho simple, y a la vez difícil de conseguir: cree en sí mismo.