Cuando se le pregunta a Ana cuál fue el momento en el que se enganchó tanto con el paracaidismo, su voz y sus pulsaciones cambian.
“Fue en el 2007, en Australia. Tuve la oportunidad de saltar con una amiga francesa, una hermana del alma, ella era paracaidista. Me dijo que había encontrado una zona de salto, que lo hiciera”, comentó la bogotana y añadió: “ella me hizo el video y cuando la vi al frente mío volando, dije ‘esto está increíble, quiero esto para toda mi vida’”.
Pero más allá del momento exacto en el que se miró frente a frente con esta disciplina extrema, lo que más la sedujo fue la sensación de poder estar volando, la libertad que produce el golpeteo del viento contra la ropa, contra los espacios del rostro que las protecciones no alcanzan, pero también el gran desafío que era para su vida.
“La felicidad tan inmensa que me daba el paracaidismo, que era un reto más en mi vida. Siempre he sido muy deportista, estuve en el equipo de fútbol del colegio, de la universidad. Corría maratones, hacía de todo, pero nunca tuve la oportunidad de practicar este tipo de deportes en los que hay tantos procedimientos y tantas cosas diferentes. Debes estudiar y experimentar”, expresó.
Como en toda nueva relación, siempre hay un momento, tarde o temprano, en el que ese nuevo amor se presenta en casa: “mis padres siempre me han apoyado en todas las decisiones que he tomado, pero también me han aconsejado. Entonces me decían: ‘Ana, busca una opción B’”, como ella dice, “la preocupación normal de un padre”.
De hecho, la bogotana ya había elegido esa opción B que sus papás le recalcaban, cuando hizo sus estudios universitarios en artes plásticas, los cuales al final supo combinar con el paracaidismo pintando cascos, realizando trabajos de diseño para algunos equipos y murales en las zonas de saltos.
Preparación personal
Para nadie es un secreto que volar requiere de un entrenamiento exigente, aunque siempre hay una excepción a la regla: “si ya eres profesional, necesitas estar muy bien físicamente, tener mucha flexibilidad y estar muy fuerte en general. Pero eso no quiere decir que todos los paracaidistas profesionales e instructores sigan esto. La verdad, hay personas que nunca hacen deporte, no hacen nada, pero el paracaidismo es súper fuerte para el cuerpo. Si no estás preparado, puede resultar muy pesado para la espalda y el cuello”, explicó Aponte.
Para ella, lo que más le ha servido en más de 15 años de carrera es la respiración ya que además practica la apnea, teniendo excelentes resultados a la hora de encontrar la calma en momentos de mucho estrés en sus saltos.
Es que, cuando la colombiana está en el borde del avión, viendo el vacío, ella solo está “en momento presente, estoy tan concentrada en lo que tengo que hacer, en mi trabajo, ya sea con un estudiante, haciendo cámara o saltando en competencia. Hay una felicidad inmensa, unas ganas de salir ya del avión. Ya llevo muchos años, más de 4900 saltos, y lo que siento ahora es más unos nervios, pero solo en los de competencia y de los records. Por no ir a cometer un error”.
Ahora bien, el paracaidismo nacional está teniendo un problema y es que a nivel deportivo los exponentes han tenido que salir del país en busca de oportunidades, ya que por regulaciones aeronáuticas los aviones de estos saltos no pueden alcanzar la altura ideal para un buen entrenamiento.
En el caso de Ana, cuando está en el país, lo hace siempre en su academia, Xielo, en Flandes (Tolima), en donde está impulsando el deporte no solo de manera recreativa, sino también competitiva.
El paracaidismo “está creciendo de una manera muy grande. Pasan cosas súper bonitas, cada vez hay más alumnos o gente que solo quiere vivir la experiencia. De diferentes edades, por ejemplo ahora estamos teniendo gente de 70 a 90 años queriendo volar, es muy bonito porque cada vez más la gente está buscando experiencias y no comprar tantas cosas físicas”.
Ana Aponte hizo parte en el 2016 del récord mundial de mujeres volando de cabeza tomadas de las manos. En ese entonces fueron 65 paracaidistas las que lo consiguieron y ahora el reto es mucho más grande, no solo por la cantidad de personas, sino por la carga social que lleva detrás para empoderar a las mujeres del mundo.
Hace unos días, la colombiana, única suramericana que lo ha conseguido, se clasificó para esta hazaña que se intentará en julio de este 2020 en Chicago, Estados Unidos: “fue muy difícil, estresante, pero lo conseguimos. En marzo hay otras clasificatorias, pero como ya clasifiqué solo voy a ir a entrenar”.
“Este año seremos 100 mujeres. Es un reto muy grande poder saltar y volar de cabeza, en el cual todas las mujeres que queremos participar nos estamos preparando para hacerlo”, finalizó.