Del caso Máyer Candelo deben desprenderse muchas lecciones. Muchas. Porque desde un comienzo todo estuvo mal. Y mal terminó. El ídolo que llegó en medio de la veneración a comienzos del torneo se fue en medio de los abucheos, las críticas despiadadas y hasta las agresiones, cosa que nunca debió suceder.
Candelo no llegó al banco del Cali por bueno. Llegó porque los directivos consideraban que era un revulsivo ideal para el equipo en reemplazo de Dudamel, gracias a su amor por el verde, a su pasado y sus títulos como jugador, y a su bajo costo en comparación con técnicos de mayor calibre. Era, entonces, un disparo al aire, porque en su corta carrera como entrenador no tiene logro alguno. La apuesta tenía todos los riesgos y era más probable el fracaso que el triunfo, sobre todo con una nómina que perdió a casi todos sus titulares en solo seis meses luego de ser campeona: De Amores, Angulo, Menosse, Marsiglia, Andrade, Valencia, Colorado, Vásquez y Preciado.
Es paradójico: el Cali no disfrutó el título de diciembre del 2021, sino que lo padeció. Porque cuando se esperaba que el equipo se reforzara para la Copa Libertadores, lo que hizo fue desbaratarse. Los directivos, en su afán por aliviar la crisis financiera en la que está sumida la institución, soltaron jugadores y sus reemplazos no fueron ni la sombra de los que partieron. La idea de juego que pudo construir Dudamel cuando llegó a salvar el barco en septiembre del año pasado se echó a la basura y se pretendía que con una nómina titular casi nueva el equipo repitiera la gesta de finales de año. Y tras la partida del venezolano le dejaron semejante responsabilidad a un Máyer ansioso, impulsado por sus deseos, pero inexperto en la práctica y el manejo de egos de jugadores como Teófilo, con quien tuvo serios problemas.
Pero las distancias no solo estaban en el camerino. El comité ejecutivo también tuvo fisuras, y cansado de pelear, Marco Caicedo abandonó el barco. Luego quiso hacerlo Luis Fernando Mena, ya como presidente, y lo frenaron. O se frenó. Pero Gabriel Robayo no vaciló y también dejó vacía su silla. Si en la cancha Máyer y sus jugadores atentaban contra el fútbol por su bajo nivel, en la institucionalidad lo hacían los propios directivos, empujados naturalmente por su inexperiencia, porque deseos de hacer bien las cosas siempre los ha habido, pero los problemas del equipo han estado evidentemente por encima de las capacidades. En el área administrativa también hubo deserciones y el barco cada día está más solo, como en un designio inexorable de hundimiento.
¿Qué sigue para un equipo que otrora fue modelo institucional y ahora navega sin ruta en una tormenta financiera, administrativa, dirigencial y deportiva? En esas mismas aguas estuvo naufragando el América hasta que cayó a la B. Y tuvo que llegar un inversionista, un Tulio Gómez que se equivocó y acertó muchas veces, pero al final triunfó y pudo sacar al ‘Diablo’ del mismísimo infierno.
Ese mismo salvavidas necesita el Cali. No hay otra fórmula para sacar la cabeza del fondo y regresar a la orilla. Se habla de un inversionista extranjero que hace varias exigencias que no puede cumplir el Cali. Se habla también de la unión de socios e hinchas que podrían poner un capital. Se habla y se habla. Pero lo que necesita la institución, urgentemente, son hechos que le permitan ver realmente la luz al final del túnel.
Son muchas las lecciones que hay que aprender. Cuando un equipo gana, el siguiente paso es volver a ganar, no derrumbar la estructura que lo encaramó en el éxito. Un ídolo no es propiamente un mesías en el banco. Cinco directivos no pueden hablar separadamente por cinco micrófonos de la radio a diario y evidenciar sus desacuerdos. El entorno del club no puede verse permeado por los mercaderes del fútbol. La contratación de jugadores debe responder a un proyecto serio, no a circunstancias de desespero e improvisación. Y cuando la cuerda es jalada para lados contrarios por cuenta de los egos y las terquedad, lo más probable es que se reviente hasta que sea imposible empujar.
Humildad, cabeza fría, unión y dinero. Fácil escribirlo, complejo conseguirlo. Pero si no se voltea la página de una buena vez y se obra con inteligencia, la historia del Cali podría acortarse. Y nadie quiere eso.