Amalia llora, pero ya no por desamor, sino por exceso de amor.
Llora en los aviones, cuando viaja a las ferias del libro donde se ha convertido en una de las autoras más esperadas.

Llora de gratitud por la vida, pues no imaginó que tras la publicación de su primer libro su vida cambiara hasta el punto en que pudo dedicarse de lleno a escribir y a atender sus proyectos creativos personales, un sueño que muchos autores no alcanzan jamás.

Llora cuando recibe mensajes de diversas partes del mundo, de lectores que lograron conectar con su experiencia: un duelo amoroso que Amalia convirtió en un libro híbrido.

Porque ‘Uno siempre cambia al amor de su vida por otro amor o por otra vida’ es eso, un híbrido, un libro de ilustraciones pero también de reflexiones en torno al amor y al desamor, los duelos y las reinvenciones.

Pero también es un libro objeto, un ‘art book’ que exhuda deleite por el papel, por el color, por las formas, por la textura, y que hace una invitación a escribirlo, rayarlo, completarlo, tacharlo, intervenirlo, convertirlo en algo propio e íntimo como el proceso de sanación después de un mal amor.

También -se lo dicen mucho- se le considera un libro de autosuperación. No obstante ella jamás pretendió que así fuera visto, y sostiene que en realidad todo buen libro es, en últimas, un libro de autosuperación, desde las grandes novelas hasta las grandes biografías, porque todo buen libro te deja una huella, te deja una impronta, te devuelve diferente de aquel que eras cuando empezaste a leerlo.
Y así, lo que comenzó con lágrimas de desgarramiento amoroso hoy despierta lágrimas de gratitud.

‘Uno siempre cambia al amor de su vida’ en casi dos años ha alcanzado ocho reediciones y una edición de lujo; es fenómeno en Colombia, México, Centroamérica, Perú, Chile, entre otros, e incluso ha sido recibido con emoción en Venezuela.

“Yo siento un amor muy grande por Venezuela, me conmueve mucho lo que están viviendo. Sé que la situación financiera del país no está para un libro costoso, como lo es el mío, pero tras buscar muchas alternativas logramos que llegara una edición más económica, que de todas maneras es cara para el mercado venezolano pero que nos ha permitido estar allá. Las ganancias de esta venta las dono a una fundación que apoya a jóvenes ilustradores y escritores venezolanos”, dice esta caleña, graduada del colegio Jefferson y cuyo libro ya cruzó el océano, llegó a España y fue traducido al italiano, al alemán y al polaco con gran éxito.

‘Uno siempre cambia al amor de su vida por otro amor o por otra vida’ es apto -advierte la autora- “para gente que tiene el corazón roto porque el amor de su vida se fue”, o “tiene el corazón roto porque dejó ir al amor de su vida y ahora está arrepentido/a”, o “nació con el corazón roto” o “se autorompió el corazón”.

Amalia, que estudió literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá y que le atribuye a su colegio de Cali el mérito por haber acolitado su obsesión por los lápices de colores y los marcadores, habla con Gaceta sobre lo que significa expandir las fronteras de lo que un libro significa en un país como Colombia.

¿Imaginó que todo esto ocurriría?

Es loco. Me tomó por sorpresa todo esto. El libro va por la octava edición y el primer país fuera de Colombia donde se instaló fue México, un mercado inmenso, y de allí se expandió a Centroamérica. Luego Chile, Perú... Trabajé en Fucsia 11 meses, me faltaron dos semanas para completar el año, fue una experiencia maravillosa pero uno cree que escribe un libro y luego se desentiende, pero lo que ocurrió es que el libro cada vez requirió más de mí, más tiempo, más compromisos...

¿La Amalia escritora y la Amalia periodista comenzaron a reñir?

Sí, hubo un momento incompatible, porque los medios son trabajos de alta responsabilidad y muy demandantes y tuve que tomar la decisión de quedarme con mis proyectos personales. Tomar esta decisión no solo riñó con mi vida de oficina sino con mi propia naturaleza.

¿Por qué riñó con su naturaleza?

Porque mi naturaleza no es muy ordenada y las oficinas en que estuve me daban estructura. Abandonar esa estructura estable me daba miedo.

¿El salto a escritora de tiempo completo la desestabilizó al principio?

Me vine abajo los primeros seis meses, porque yo veo que el éxito mismo es algo para lo que nadie te prepara. Es algo que uno no conoce y se vuelve abrumador. Uno es el mismo de siempre con los mismos 5 amigos pero la gente comienza a verte distinto, a esperar cosas de ti y, por supuesto, aumenta la presión por escribir el segundo libro...

¿Cómo elabora actualmente ese momento de tránsito?

Leí un libro llamado ‘Basado en hechos reales’, de Anagrama, escrito por la francesa Delphine de Vigan. ese libro me salvó la vida. Es sobre una escritora que escribió un best seller y duró un año paralizada, sin poder escribir otra cosa, no era capaz de escribir nada, ni siquiera direcciones, ni una lista del mercado. Es una presión muy grande, porque con el primer libro tratas de enamorar a los lectores y ellos se enamoran o no. Pero en el segundo libro compites contigo misma.
Les dices a esos lectores “¡quédense!”, y es algo aterrador. Más allá de la presión de los demás la pregunta que surge es: “¿Cómo hago un segundo libro que no repita la fórmula exitosa del primero? ¿Cómo hago un libro que sienta que es honesto y donde sienta que me superé a mí misma?”.

Cabe aquí preguntar, cuál es su segundo libro, ¿de qué se tratará?

Se llama ‘Cosas que haces cuando te muerdes las uñas’. Mi primer libro fue muy honesto, allí dejé todo lo que soy yo, así que ló más fácil sería copiarme de mí misma y hacer en un mes una copia, y luego sacar parte 3 y parte 4... Pero no es la idea. Ese es el reto que uno mismo se plantea, porque uno es el crítico más implacable de uno mismo. Entonces aparece el miedo.

Comerse las uñas, como dice el título de su libro, ¿qué reflexiones en torno al miedo tendrá?

Es un libro sobre la ansiedad, sobre ese monstruo bajo la cama que no nos deja dormir. Cuando era niña tenía miedo, por ejemplo, a que se me apareciera la Virgen. Hoy están el miedo al éxito, el miedo al fracaso, van de la mano, este libro me permitirá explorar esos temores, será como intentar quitarle la máscara al monstruo.

¿Cómo es el proceso de realización de sus libros, al tener que mezclar dibujo y texto?

Me resulta muy natural, porque cuando escribo pienso visualmente, y cuando dibujo hay textos que vienen a mi mente inmediatamente.
Su pensamiento visual está conectado al verbal, entonces...
Dibujar es mi método como escritora. Dibujar ayuda a perder el miedo a lo que aparece sobre el papel. Porque hay mucha distancia entre lo pictórico que imaginas y lo que resulta finalmente en el papel, igual que ocurre con la palabra escrita. Tengo dos opciones, frustrarme o llegar a un proceso de aceptación sobre lo que acaba de brotar siempre y cuando lo que produzco sea lo mejor que puedo hacer. Igual con la escritura, por eso más adelante quiero escribir novelas de largo aliento que tendrán algunos elementos visuales.

Usted es literata, no pintora académica, ¿la gente se conectó tanto con sus ilustraciones por sentirlas cercanas?

Yo creo que se relacionaron porque son honestas.

En sus dibujos y en sus textos a mano alzada hace enmendaduras y tachones, y los publica así mismo. ¿Por qué evidenciar el error resulta importante para usted?

Porque yo estoy en el error. Yo, Amalia, no estoy en el dibujo o en el párrafo, sino en el tachón. Porque dejar huella del error cometido evidencia el proceso que hay detrás. Quiero hacer evidente que elegí una palabra, pero que luego la taché y puse otra, porque eso dice algo profundo sobre las elecciones que hacemos, y porque así es el desamor también: un deseo de haber dicho algo de otra manera, un deseo de no haber dicho ese algo jamás...

¿Cuándo verá la luz ‘Cosas que piensas cuando te comes las uñas’?

Con toda certeza puedo decir que saldrá antes de terminarse el año.

¿Cómo nació su amor por el dibujo, quién lo fomentó?

En mi casa, en Cali, fueron grandes alcahuetes. Yo vivía en el sur y allí quedaba la papelería de La 14 de Pasoancho. Papá, mamá, mi tía siempre me compraban marcadores y colores allí. Hoy soy escritora gracias a mi obsesión por los útiles escolares, me los compraban en cuanto salía a vacaciones para poderlos contemplar todos esos meses de descanso. Ya en la Javeriana me seguían comprando útiles, qué descaro, yo seguía llenando el carrito de papeles y colores... Las cartucheras son mis fetiches, me encantaba la sensación del lápiz, el olor del papel, las posibilidades de los marcadores. Otro plan de mi infancia era ir a la Librería Nacional por un helado de masmelo y, luego, comprar un cuaderno.

¿Qué rol jugó su colegio?

En mi colegio, al que adoro, el Jefferson, los profesores comprendieron que escribir y dibujar era lo mío y me alentaron, me apoyaron y jamás me coartaron. Me he encontrado con otros compañeros del
Jefferson y les pasó lo mismo: al que era bueno en matemáticas lo apoyaban; al que era bueno cantando, igual; al que era bueno en ciencia, lo mismo. Era natural para nosotros sentirnos apoyados, no nos dábamos cuenta de que, por detrás, los profesores se estaban poniendo de acuerdo para identificar nuestros talentos. Amo a mi colegio, al Jefferson le debo debo todo lo bueno que hoy pasa en mi vida.

Cómo es hoy su relación con su ciudad natal, Cali...

Cali es el amor de mi vida. Lo extraño. Yo crecí leyendo Gaceta y tengo un correo que escribí a los 18 años de edad en el que escribí a la revista para ofrecer textos míos para ser publicados, pero nunca me respondieron. Para mi mamá y para mí era el plan del fin de semana leer Gaceta y es un honor y un sueño hecho realidad poder ser ahora entrevistada en esa revista que yo tanto he admirado. De muchas entrevistas que me han hecho, en España, en toda América Latina, en CNN, la que más me llena de emoción es esta de Gaceta. Me emociona y me conmueve.