Hernando Tejada soñó muchas veces, en voz alta, con sus gatos paseando por el río, no solo con uno sino con varios. Y ese sueño con bigotes, que mide 4.50 metros de alto, es hoy en día la atracción de caleños y turistas, en la ribera del Río Cali, en la intersección de la Calle Cuarta, sector de Normandía.
El 3 de julio de 1996 el Gato del Río llegó de paseo y se quedó para siempre, fascinado con la brisa que llega de los Farallones de Cali.
Aunque costó, en su momento, $30 millones y fue un regalo del escultor pereirano Hernando Tejada para la ciudad que lo vio crecer, —como artista, porque medía 1.50 metros, pero era gigante su talento—, hoy en día su valor ascendería a los $ 400 millones. El propio artista lo financió a través de 250 pequeñas réplicas del gato que fueron fundidas en el taller de Alejandro Valencia Tejada, su sobrino.
Esculpir al gato demoró siete meses, después de que Germán Patiño, Soffy Arboleda de Vega, Germán Villegas, entonces gobernador del Valle; los artistas Lucy Tejada, María Teresa Negreiros y Alejandro Valencia, hablaron de elaborar lo que nunca antes se había hecho en Colombia, una escultura en ‘cera perdida’ de tales dimensiones.
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Fue fundida en Bogotá en el taller de Rafael Franco y era tal su porte, que para ser transportada tuvo que ser desmontado el techo del taller.
“Le dije a mi amigo Rafael, ‘te metí en un problema’, pero yo ya me imaginaba su respuesta, ‘listo, me le mido’”, cuenta Valencia. “Le dije a Hernando que como había que levantar un gato tan grande, y yo tenía cierta experiencia en eso, le podía ayudar, y me autorizó a dirigir el proceso, mientras él terminaba la exposición de Diners, la última que hizo en Colombia”.
“Cuando fui a ver el resultado, la proporción de la cabeza no daba, llamé a Hernando y le dije: ‘necesito que me autorice a que le corten la cabeza al gato’”, y así, igual que en el cuento de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, como si fuera la Reina de Corazones, ordené: “¡Que le corten la cabeza!. Les di una nueva proporción que es la actual y dirigí el modelado, la parte final y el cubrimiento de la cola estuvo a cargo de Hernando”.
Cuentan que ‘Tejadita’ gozó mucho con su Gato, siempre rodeado de visitas, hasta un día que fue a verlo y se puso muy triste por la cantidad de ofensas que escribían en él. Sin embargo, después de morir el creador de El Gato, su sobrino descubrió un papel que este guardaba y que habían visto escrito en la escultura: “Aquí estuvieron ‘Víctor’ y ‘Pepita’, se lo comieron y el Gato los cuidó”. Decía que parecía un poema.
Pero antes de ser el imponente Gato del Río, el minino sufrió varios percances.
Fundido por secciones, que luego fueron soldadas, porque sino resultaba un proceso complicado, carísimo y arriesgado, al quedar ‘listo’, Alejandro se percató de que el felino estaba lleno de hundidos y turupes. Rafael le confesó que, por error, le había aplicado silicona blanda y que al hundirla, había hundido la arcilla. Hubo que conseguir a una persona para que se metiera dentro de la escultura con una porra y protectores auditivos. Los vecinos del taller amenazaron con entutelarlos porque hacían mucho estruendo. En dos días se solucionó el problema y ¡gato resuelto!.
Pero si hoy Hernando Tejada se levantara de su tumba quedaría espantado con su gato. Está para restaurar otra vez. “Ninguna escultura de Botero tiene ese contacto que tiene esta con el público. Aquí todo el mundo lo toca, se le encarama, lo abusa”, dice Alejandro Valencia.
Incluso un día un tipo le disparó, pero el tiro no le dio. Un bigote se lo dobló un vándalo. Ya está pidiendo pátina. Hace diez años la Cámara de Comercio financió la primera restauración, que costó $ 10 millones, para la última, que contó con el apoyo de La Tertulia y de la Alcaldía, se invirtieron $ 18 millones.
El Gato agoniza entre el polvo, el descuido y el maltrato, así como se hizo una Ermitatón para salvar a la Ermita, su doliente, Alejandro Valencia, convoca a una ‘Gatotón’ para salvarlo.
En la vida real el Gato de Tejadita, el de pelos y huesos, tuvo un final trágico, fue herido por otro gato en una riña, y como los veterinarios de la época no eran tan avezados, murió.
Al de ‘mentiras’ hace algunos años lo dejaron por un tiempo sin las placas conmemorativas. Tenía una en la parte delantera dedicada a Hernando, su creador, y en la parte de atrás figuraba la junta directiva que impulsó la iniciativa, y que incluía a Lucy Tejada, hermana de Hernando, y a Alejandro. Pues un día desmontaron ambas placas y durante la persecución de la policía al ladrón, una cayó al río Cali y se volaron con la otra.
Actualmente el Gato del Río es la escultura más visitada de Colombia, los propios taxistas la enumeran entre los monumentos de mostrar, junto al de Cristo Rey y la estatua de Sebastián de Belalcázar.
Y es que el Gato del Río ejerce una fascinación especial en los niños. Se ha comprobado que cualquier Gato de Tejada, causa en un menor, desde los seis meses, una sana estimulación, se mueven, sonríen, gozan.
Aún en el taller de Alejandro Valencia reposan los moldes de una pareja de mininos que dejó ‘Tejadita’. “Podríamos hacer más gatos, pero es que hay muchos sueños que aún no han podido materializarse, como la casa museo de Hernando Tejada en Cali, porque las conversaciones entre la Secretaría de Cultura del Municipio y el Museo de Arte Moderno de Medellín están muy lentas”, cuenta Valencia.
Las novias del Gato
Fueron Julián Domínguez, entonces presidente de la Cámara de Comercio de Cali, Lucy Tejada y el hijo de esta pintora, Alejandro Valencia, quienes, al calor de unas copas de vino, gestaron la idea de crear las novias del Gato, y aunque Hernando no era de novias, sino de amigas o amantes, la idea no le pareció descabellada a su familia. La charla se dio en el año 2004 y al año y medio ya estaban llamando a Alejandro para hacerse cargo del proyecto.
Después de 10 años de soledad, vio el hombre que el Gato necesitaba no una sino varias compañeras. La primera novia que esculpió Alejandro fue la Gata Caminando, que conquistó el espacio público, y cuando estaba haciendo la Gata Acostada, lo llamaron para que hiciera solo una, pero finalmente se decidió que hiciera tres, junto a la Gata Sentada. Él convocó al 90 % de los artistas que intervinieron las demás gatas.
Llegaron a hacerle compañía al Gato del Río distinguidas gatas como la Ilustrada, de Lucy Tejada y La Gata en Cintas, de Cecilia Coronel; faranduleras, como Anabella la Gata Superestrella, de Diego Pombo; y otras menos santas como la Bandida, de Nadín Ospina, y Presa, de Omar Rayo. Y está la Siete Vidas, de Melqui David Barrero Mejía.
Hay otras religiosas como Yara, la Diosa de las Aguas, de María Teresa Negreiros; la Ceremonial, de Pedro Alcántara, y la Gata Entrañable, de Ever Astudillo. Pero están las vanidosas, como la Gata Coqueta, de Maripaz Jaramillo; la Vellocino de Oro, de José Horacio Martínez; la Gata Mac, de Mario Gordillo y hasta ardientes, como la Gata Fogata, de Roberto Molano y la Cálida, de Emilio Hernández Villegas y Alejandro Valencia Tejada.
Asímismo hay una Vigía del Río ‘Kuriyaku’, de Carlos Jacanomijoy; otra Melosa, de Pablo Guzmán; las de nombres curiosos, como Engállame la Gata de Ana María Millán Strohbach; La Gata Dormida Aquí y Allá, de Adriana Arenas Ilian; la Gata Frágil, de Juan José García y Gata Dulce, de Fabio Melecio Palacio. Todas fueron recubiertas con poliuretano, para cuidarlas del sol.
Entre las intervenciones más curiosas estuvo la del artista Wilson Díaz quien tituló a su Gata ‘No hay Gato’, debido a que en su lectura de la Biblia no halló alusión alguna a la palabra gato, algo muy significativo para un cristiano. Molano quiso romperle la panza al Gato para ponerle un manglar, como homenaje a Tejada. Se pensó que Rosemberg Sandoval llegaría con una motosierra a intervenir a su Gata. No fue así, pero compró 3000 bebés de plástico que harían las veces de los pelos. La moderna idea parece que no lo convenció ni a él, quien perforó la escultura con un taladro para sembrarle vellos, pero a cambio de esto, los huecos que quedaron los rayó con grafito y bautizó a su gata como ‘Sucia’.
A Alejandro le ha tocado ver lo inimaginable. Durante la inauguración vio a una señora octogenaria sentada en la base de la ‘Gachuza’, la gata erizada de Ángela Villegas, “cuando intentó arrancarle un pelo”. Durante mucho tiempo vandalizaron a las Gatas, que ahora gozan de mayor respeto. “Con Pedro Alcántara y Éver Astudillo no le dimos dos años al proyecto, por ser arte público, pero ya van 12 años y seguimos contando”.
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