A lo largo de la historia muchos han soñado la existencia de máquinas que les permitan a los seres humanos retroceder y avanzar en el tiempo. Pero no es necesario contar con una máquina, pues basta con entrar a la Hacienda Cañasgordas para emprender un viaje en el tiempo hacia el siglo XVII.
Una quebrada de agua helada y transparente, el sonido abrumador del silencio que es interrumpidopor el bello canto de las aves que habitan los cientos de árboles que han sobrevivido a la urbanización que le ha arrebatado a esta hacienda varias de sus hectáreas.
Todo esto deja en el olvido la Cali moderna y se convierte en la puerta de entrada a otra realidad en la que ningún colombiano debería dejar de sumergirse, al menos una vez en la vida.
Por este mismo camino, tres siglos atrás pasaban los jinetes y sus caballos que viajaban hacia el sur del continente para conquistar y conocer nuevos territorios.Cañasgordas era la hacienda más grande, más rica y más productiva de todas cuantas había en el Valle. Su territorio iniciaba en las faldas de la cordillera occidental de los Andes y se extendía hasta el río Cauca; su ancho iba desde la quebrada de Lili, hasta el río Jamundí.
Estas dimensiones la convertían en la hacienda de mayor extensión en el suroccidente de la entonces Nueva Granada.
[[nid:615828;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2017/02/canasgordas_2.jpg;left;{Raúl Palacios / El País}]]
El presbítero Juan Sánchez Migolla fue su primer dueño, en 1629, y compró la hacienda por 180 pesos. Más tarde pasó a ser propiedad de Ruiz Calzado, hasta que llegó a manos del Alférez Real, Nicolás Caicedo Hinestrosa, que la cita en su testamento de 1735.
El Alférez Real era el Jefe de las tropas reales y también era un integrante del cabildo indiano. Este era un cargo honorífico, puramente ceremonial, y su única función consistía en pasear el estandarte real en los días de fiesta y en las ceremonias oficiales.
Los criollos podían comprarle el título del Alférez al rey y ejercían funciones de gobernador. Generalmente era necesario ser de origen o tener descendencia española, asegura Rodrigo Guerrero, presidente de la Fundación Cañasgordas.
Joaquín de Cayzedo fue el octavo Alférez Real de Santiago de Cali, trabajó como militar y político patriota, fue quien encabezó la Junta extraordinaria de la ciudad, y el pasado 26 de enero se conmemoraron 204 años de su fusilamiento en Pasto. Él fue el antepenúltimo Alférez Real que tuvo Cali y uno de los últimos que vivió en la Hacienda Cañasgordas.
Mientras Joaquín de Caycedo vivió en la hacienda, allí tuvieron lugar las primeras reuniones de los patriotas caleños y se organizó el Grito de Independencia de Cali, del 3 de julio de 1810, 17 días antes del episodio del florero de Llorente en Santa Fe Bogotá.
Según los historiadores el nombre de la hacienda se debe, probablemente, a los grandes y robustos guaduales que por allí se encuentran, a orillas del río Jamundí, pues los conquistadores llamaban caña a la guadua.
En la obra de José Eustaquio Palacios, El Alférez Real, se dice que la hacienda era tan grande que ni el mismo dueño, el Alférez Real Manuel de Cayzedo, sabía con certeza cuantas vacas pastaban en el lugar.
Además de las vacadas, había hatos de yeguas de famosa raza. Extensas plantaciones de caña dulce con su respectivo ingenio para fabricar el azúcar; grandes cacaotales y platanares en un sitio del terreno bajo llamado Morga, cita el libro, que data de 1886.
La riqueza de los anfitriones de la casa se dejaba ver en cada detalle; la vajilla era de plata: platos, platillos, tachuelas, tazas para el chocolate, cucharas, tenedores y jarros.
Estos lujos eran típicos en la Cali de 1789, una ciudad mucho más pequeña y poco poblada que se extendía desde el pie de la colina de San Antonio hasta la capilla de San Nicolás, y desde la orilla del río Cali hasta la plazoleta de Santa Rosa.
Según cifras de la época se estima que en aquel entonces la ciudad tenía una población cercana a los 6.548 habitantes, de los cuales 1.106 eran esclavos. En Cañasgordas habitaba gran parte de ellos, aproximadamente 200. Estaban divididos por familias y cada una tenía su casa por separado.
La mayor parte había nacido en la hacienda, pero algunos eran naturales de África que habían sido traídos a Cartagena y de allí remitidos al interior para ser vendidos a los dueños de minas y haciendas. Nancy Motta, antropóloga de la Universidad del Cauca, en el documental La Hacienda, un patrimonio nacional, comenta que a las mujeres esclavas las violaban para que tuvieran hijos, y estos eran convertidos en esclavos desde su nacimiento. De esta manera se evitaba importar esclavos desde otros continentes.
[[nid:615825;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2017/02/canasgordas_1.jpg;full;{Raúl Palacios / El País}]]
Todos estos esclavos, hombres y mujeres, trabajaban toda la semana en las plantaciones de caña; en el trapiche moliendo la caña, cociendo la miel y haciendo el azúcar; en los cacaotales y platanares; en sacar madera y guadua de los bosques, en hacer cercas y en reparar los edificios; en hacer rodeos cada mes, herrar los terneros y curar los animales enfermos; y en todo lo demás que se ocurría, detalla El Alférez Real.En todos los cuartos los esclavos tenían cuadros de santos al óleo, con marcos dorados y con relieves, trabajados en Quito o en España. En la obra Los hacendados de la otra banda y el cabildo de Cali, escrita por Demetrio García Vásquez, describen a la capilla de la Hacienda como un edificio de mediana capacidad, pero que podía contener más de 500 personas, era de adobe y teja blanqueada con cal de aspecto decente. Tenía coro, púlpito y confesionarios; en el altar había un crucifijo de gran tamaño, que parecía ser obra quiteña de muy escaso mérito. Esta capilla era solo una de tantas que habían en Cali, se decía que el número de sacerdotes que predicaban misa diariamente pasaba de 40. En los testamentos de aquella época se podía apreciar que los moribundos ricos disponían que, al fallecer, se les celebraran 25 o 35 misas de cuerpo presente. La influencia del clero regular era grande y la ciudad en sus costumbres parecía un convento, pues todas las familias se confesaban varias veces al año. En la cuaresma todos debían hacerlo obligados porque había excomunión por un canon del Concilio de Letrán. Las costumbres públicas eran tan severas que podían pasar años sin que ocurrieran robos ni homicidios, explica José Eustaquio Palacios en su obra. Mientras todo esto sucedía, el 28 de marzo de 1811 se libró la Batalla del Bajo Palacé, esta fue la primera batalla de la Independencia de Colombia. Desde Cali se enviaron los rebeldes o independentistas en una expedición dirigida por Antonio Baraya que buscaba llegar hasta Popayán. En la Hacienda Cañasgordas se reclutaron las tropas de la batalla, en este lugar se les brindó alimento y estadía. Estas tropas no eran las únicas que se detenían en la casona de dos pisos, pues por estar frente al camino real (hoy vía Cali-Jamundí) la Hacienda fue por mucho tiempo parada obligada de jinetes que se detenían a reposar. El traspaso de propiedad de la Hacienda Cañasgordas, en cierto periodo, fue hecho por consanguinidad. El punto cumbre de la producción de esta hacienda data de la segunda mitad del siglo XVIII, y a partir de este también inicia su declive. Este se debió al agotamiento de las fronteras auríferas del Chocó, Raposo y Cauca, lugares donde la familia tenía zonas mineras. Otra de las causas de su debilitamiento fueron los efectos de la Guerra de Independencia en 1810 y 1819, que se traducía en los bloqueos de los mercados a los que la Hacienda les vendía sus productos. Como si fuera poco, los constantes saqueos fueron debilitando el patrimonio de la construcción, lo que dejó como consecuencia la venta de pequeñas partes de la Hacienda. Una de las más fatales modificaciones que sufrió, fue la demolición de la capilla a finales del siglo XIX por parte de sus propietarios, lo que implicó la desaparición del cementerio aledaño. Por todas estas razones la Hacienda Cañasgordas debe ser conservada como Patrimonio de la ciudad, actualmente su restauración avanza al 60 % y ha tenido un costo de $6.800 millones. El dinero ha sido entregado por la Alcaldía de Cali, la Gobernación del Valle del Cauca y el Ministerio de Cultura. Se espera que la obra este totalmente restaurada en enero del 2018 para que los caleños podamos seguir en contacto con la historia.