Un viaje por una Bogotá que se niega a desaparecer ante el oleaje de lo que llamamos modernidad. Una “oda a la resistencia” y una indagación de los conceptos de derrota, soledad, amistad, es lo que propone la película ‘La defensa del dragón’, dirigida por Natalia Santa, que representó al país en la pasada edición del Festival de Cannes y que hoy se estrena en cines comerciales y en la Cinemateca del Museo La Tertulia.
Es la historia de Samuel, Joaquín y Marcos, tres viejos amigos que pasan sus días en el centro de Bogotá, entre el legendario club de ajedrez Lasker, el Casino Caribe, y el tradicional café La Normanda.
Samuel, que tiene 53 años, es un ajedrecista profesional que vive de apostar en pequeñas partidas que sabe ganadas. Su mejor amigo es Joaquín, de 65, un consagrado relojero que está a punto de perder el taller que heredó de su padre. A ellos se suma Marcos, de 72 años, un homeópata español que se dedica a buscar la fórmula para ganar en el póquer.
Los tres, dice Natalia, se han refugiado en la seguridad de sus rutinas para no tener que asumir sus derrotas esenciales, pero llega un momento en que la realidad los confronta y los hace tambalear.
“Entonces tendrán que tomar decisiones que ponen en riesgo esa seguridad, decisiones aparentemente pequeñas pero que los obligarán a replantear su lugar en el mundo”.
La película, que se empezó a escribir hace seis años y recibió financiación del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, surgió a partir de una serie de fotografías de Iván Herrera sobre una Bogotá que para las nuevas generaciones es, quizá, una ciudad afincada en la nostalgia de sus padres: una Bogotá de pequeños cafetines y clubes en que hombres y mujeres se reúnen a discutir sobre la política, la vida, naderías, mientras se toman un café.
“Esos son los ambientes que me interesaba retratar porque justamente ese tipo de formas de socializar, que ya no se dan, me interesan mucho”, dice Natalia.
Las fotografías que inspiraron el film son un conjunto de retratos y de escenas urbanas del trasegar usual del centro de Bogotá, de ahí que el film, a la vez que narra lo que la directora llama un conjunto de “conflictos y derrotas con las que toda persona debe lidiar en su existencia”, también propone a la ciudad, con sus ambientes, como una protagonista más.
Una vez construido el universo de la película, que tomó forma en el guion escrito por Santa y en los particulares personajes que esta ideó, un elemento esencial en el momento del rodaje fue la dirección de fotografía y las decisiones tomadas con respecto a las locaciones y su ambientación, con el fin de darle a la ciudad de Bogotá, y especialmente a las calles y los espacios de su centro, el protagonismo que merecían.
El ritmo, la luz y la particular vida de este lugar serían un personaje más de ‘La defensa del dragón’.
En el rodaje, que tuvo lugar durante cinco semanas a mediados de 2016, se unieron el talento de dos grandes fotógrafos, el propio Iván Herrera que con su trabajo fue fuente de inspiración, y Nicolás Ordóñez.
Juntos lograron registrar de un modo muy cercano a la realidad los sitios en los que transcurre la historia de la producción. A esto se sumó un equipo de producción pequeño, que no afectó en gran medida la normalidad de los espacios a retratar, y que por el contrario, ayudó a construir una simbiosis entre el inspirador contexto y la ficción ideada.
Otra de la ‘Nueva Ola’
‘La defensa del dragón’ es el primer largometraje de la bogotana Natalia Santa, licenciada en Literatura de la Universidad Nacional.
Antes de dedicarse al cine, Santa había trabajado para editoriales como Alfaguara y Taurus, y había incursionado en el mundo de la televisión en 2002, escribiendo guiones para series juveniles.
Con esta película Natalia se inscribe de alguna manera en lo que podría llamarse la ‘Nueva Ola’ del cine colombiano, de la que hacen parte cineastas como Ciro Guerra, Santiago Lozano, Juan Andrés Arango, César Acevedo, Oscar Ruiz Navia, Franco Lolli, entre muchos otros.
Una ‘Nueva Ola’, cuyo origen bien podría situarse en la aparición de la película ‘El vuelco del cangrejo’, del caleño Óscar Ruiz Navia, que inaugura la producción de una serie de películas que cambian radicalmente el panorama del cine colombiano.
“Lo que podemos ver en el nuevo cine que se está haciendo y del cual Cali ha sido el pionero, es que se trata de un cine minimalista, un cine que cuenta historias pequeñas, muy influenciado por el cine independiente europeo”, sostiene Óscar Campo al analizar las producciones cinematográficas recientes en el país.
Un cine que, además, ha empezado a explorar un conjunto de temas que van más allá del conflicto armado, la violencia, el narcotráfico y la marginalidad, temas que han tenido una fuerte presencia en la producción colombiana.
“Lo que se puede decir actualmente del cine colombiano es que se están abriendo muchas miradas y muchas formas de contar y que los relatos que se están construyendo ya no obedecen a los temas que han predominado en el cine. Ahora vemos que se están contando una serie de historias que pueden ser más íntimas del autor y que también responden a las experiencias de los directores en las ciudades que habitan”, dice Natalia.
‘La defensa del dragón’ se suma a otras películas colombianas estrenadas en 2017, como ‘X500’, ‘La mujer del animal’, ‘Keila’, ‘La noche herida’, ‘Una mujer’, ‘El silencio de los fusiles’ o ‘Sin mover los labios’, la mayor parte de ellas financiadas con recursos del FDC y que hablan del aumento constante de las producciones en el país. La película de Santa, sin embargo, se enfrenta ahora al mismo desafío de todas las realizaciones colombianas que no pertenecen a la comedia: llevar suficiente público a las salas para que los exhibidores comerciales de cine les permitan tener varias semanas de proyección.
Es un desafío en el que, por ahora, la mayor parte de las producciones independientes colombianas vienen perdiendo la lucha. Películas como ‘X500’, ‘La mujer del animal’, ‘Keila’ o ‘Sin mover los labios’, apenas sí pudieron permanecer algo más de tres semanas en las principales sales de exhibición del país. “La verdad es que las producciones colombianas llegan a las instancias de exhibición sin mucho dinero para la publicidad, de modo que eso complica las cosas. Nosotros no somos la excepción, pero la película está hecha, se hizo con recursos públicos y esperamos que la gente apoye lo que estamos haciendo”, dice Natalia.