¿Se puede criticar la sólida obra de un maestro de las letras que, con 41 cuentos y 11 novelas, alcanzó el estatus de escritor universal? GACETA desempolvó archivos para recordar a quienes se atrevieron a desdeñar la obra de un genio, entre ellos Pier Paolo Pasolini, Jacques Guillard, Fernando Garavito y, cómo no, Fernando Vallejo.
Que una hoja que tuviera un solo error mecanográfico o estilístico terminara en el fondo de la cesta de basura dice mucho de la minuciosidad con la que Gabriel García Márquez abordaba diariamente sus jornadas de escritura.Una letra mal digitada, un punto menos o una coma de más eran razones suficientes para que volviera a enfrentarse, solitario, a otra hoja en blanco. Pero no solo la forma era importante para él. El fondo también lo era todo.Dueño de las teorías lingüísticas más increíbles y no por eso menos convincentes, García Márquez decía que entre lenguas hermanas se debían prestar el vocabulario. Así fue como usó palabras del latín y el italiano como mutanda y átimo (por attimo) en vez de las españolas braga e instante.También odiaba adjetivar adverbios. Lo dejó claro en Botella al mar para el dios de las palabras, el discurso que dio en el I Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en Zacatecas, México, en 1997: En mis últimos seis libros no he usado un solo adverbio terminado en mente, porque me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales. Para rematar, repetía una frase que daba cuenta de su inconmensurable empeño por echar el cuento bien contado: El requisito indispensable de un escritor es tener una escopeta para matar lugares comunes. Por estas razones, que demuestran el oficio que tenía García Márquez para escribir, es que fueron pocos los que se atrevieron a cuestionar su obra sin involucrar posturas políticas o sociales. Pero los hubo.El director de cine italiano Pier Paolo Pasolini fue uno de ellos. Lo escribió en la revista Tempo en 1973: Parece ser un lugar común considerar Cien años de soledad una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados a veces con espléndida maestría por un guionista: tienen todos los tics demagógicos destinados al éxito particular; (...) Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos.El profesor francés Jacques Guilard, especialista en literatura hispanoamericana, también criticó a García Márquez en un artículo publicado en la revista de la Universidad Nacional, en 1989. Fue a propósito de El general en su laberinto y la consecuente polémica que se dio en varios círculos intelectuales del país sobre la forma como ha bía sido retratado Simón Bolívar: La novela suscita tergiversaciones sobre la exactitud de su Bolívar. Parece ridículo tener que afirmar nuevamente la libertad del escritor de ficción en relación con todos los aspectos del material histórico que se sirve: puede no solamente jugar como le dé la gana con los periodos o momentos no documentados, sino también con los que se conocen en forma inequívoca de cartas, proclamas, memorias, etcétera. Esto último no lo hizo García Márquez, pero podía haberlo hecho y hubiera sido absolutamente legítimo. Pero la libertad de la ficción no se admite tan fácilmente. En cambio el escritor chileno Alberto Fuguet fue más contestatario que crítico de la obra garciamarquiana con una antología de cuentos que publicó llamada McOndo, y que derivó en un movimiento reaccionario frente al realismo mágico. La idea surgió cuando el editor de una prestigiosa revista literaria en Estados Unidos le pidió a él y otros dos escritores latinos algunos textos para publicar en una edición especial sobre los nuevos autores en español, propuesta que fracasó porque después de leerlos consideró que no eran lo suficientemente latinoamericanos. Fuguet, que finalmente publicó el libro por su cuenta, hizo evidente el malestar que le provocaba el realismo mágico: No desconocemos lo exótico y variopinta de la cultura y costumbres de nuestros países, pero no es posible aceptar los esencialismos reduccionistas, y creer que aquí todo el mundo anda con sombrero y vive en árboles. Lo anterior vale para lo que se escribe hoy en el gran país McOndo, con temas y estilos variados, y mucho más cercano al concepto de aldea global o mega red. En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar; claro que en el nuestro, cuando la gente vuela, es porque anda en avión o está muy drogada.Pero García Márquez también tuvo contradictores colombianos. Uno de ellos fue el periodista Fernando Garavito, quien en 1969 escribió que García Márquez levanta un monumento de ladrillo prensado, alto como Babel pero con un defecto: que en su apresuramiento olvidó utilizar el cemento y la mezcla, lo que pone en peligro todo el edificio. Tiene bella fachada pero en cualquier momento puede venirse al suelo. Otro de sus malquerientes literarios fue el escritor Fernando Soto Aparicio, quien en 1971 escribió de Cien años de soledad que era una obra de prodigiosa imaginación pero que no tiene en cuenta a América sino para caricaturizarla a través de su extensa mitología.El poeta y ensayista Eduardo Gómez tampoco dejó pasar la oportunidad de criticar la obra de García Márquez. En un artículo publicado en 1968 le dedicó frases como falta de unidad en la concepción de los temas, falta de rigor por mezclar fantasía y realidad en forma indiscriminada y carencia de lógica interna y de rigor estético, debidas todas éstas a la ligereza intelectual del escritor y su relativa ignorancia de los elementos que lo integran.El más ácido fue, cómo no, Fernando Vallejo. En un artículo titulado Cursillo de orientación ideológica para García Márquez publicado en la edición de El Malpensante de diciembre de 1998, el autor antioqueño afina su puntería en contra del tipo de narrador que el Nobel utilizó siempre: Tu vida me la sé al dedillo, pero ay, desde fuera, no desde dentro porque no soy narrador de tercera persona y no leo, como vos, los pensamientos. Vos me llevás a mí en esto mucha ventaja desde que descubriste a Faulkner, la tercera persona, el hielo y el imán.Pero fue en otra carta abierta, rechazada por la misma revista y publicada luego por El Espectador, donde Vallejo se mostró textual y feroz con Cien años de soledad. Se llama Un siglo de soledad y en ella empieza criticando la sintaxis de la introducción: ¿Muchos años después de qué, Gabito? ¿De la creación del mundo? Si es así, yo diría que tendrías que haberlo dicho. Pero si no es después de la creación del mundo sino después de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, entonces algo ahí sobra. O te sobra, Gabito, el remota pues ya está en muchos años después, o te sobra el muchos años después pues ya está en el remota. Luego sigue con la segunda frase, la que dice Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. ¿Huevos prehistóricos? Escribió Vallejo. ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón! No hay huevos prehistóricos. Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o sea de hace doscientos millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y nada tienen que ver con la prehistoria, que es de hace diez mil o veinte mil. Los bisontes de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son prehistóricos. Sólo que los bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo mágico sí? En esto de los huevos prehistóricos sí metiste las patas, Gabito. La que sigue tampoco quedó libre de señalamientos: Pero aclarame aunque sea otra frase, la tercera, Gabito: El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Si vos estás escribiendo en español, ¿no se te hace que se te fue un poquito la mano con eso de que muchas cosas carecían de nombre y que para mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿No hay ahí una inadecuación entre la lengua tuya, la del narrador (así sean tan genialmente pobres su léxico y su sintaxis), y el mundo que describes? Para mí que te hubiera quedado mejor tu libro en protobantú o en una lengua de la Amazonia. Pero claro, en protobantú nadie se llama Aureliano Buendía con nombre y apellido, ni mucho menos tiene grado de coronel. Gabito: ¿No se te hace raro que en Macondo muchas cosas no tengan nombre pero las personas sí? Y para colmo con grado militar. En un mundo tan primitivo, Gabito, tan recién bañado por el primer aguacero cual es el caso de Macondo, ¿de dónde salió la jerarquía militar?.Para justificar la no publicación de estas críticas, Andrés Hoyos, entonces director de El Malpensante, afirmó que uno no ataca a un elefante con un cortauñas. Y de sus críticos, García Márquez siempre creyó que ellos encontraban no lo que podían sino lo que querían, y que ninguno podrá transmitir a sus lectores una visión real de Cien años de soledad mientras no renuncie a su caparazón de pontífice y parta de la base más evidente de que esa novela carece por completo de seriedad.¿A quién cree que le asiste la razón?