A sus 60 años, es el escritor cubano contemporáneo más leído en el mundo. Y es que a este maestro de la novela negra, muchos le celebran el que haya narrado aquella Cuba que poco se conoce desde afuera.

Tras 45 largos minutos de marcar el teléfono sin éxito porque la llamada no entra o entra y se corta o simplemente no hay un tono que dé señales de vida al otro lado de la línea, es decir en Cuba, Leonardo Padura contesta con ese pegajoso acento cubano que hace caso omiso de las eses.

Son las 5 de la tarde en la isla y seguro una brisa se cuela por el patio de su casa en Mantilla, desde donde contesta. Es la misma en la que vivieron sus abuelos y luego sus padres, la misma en la que él creció y la misma sobre la cual, recién casado con Lucía, hace 26 años, construyó la suya. Queda en el segundo piso.

Desde allí, Padura le ha dado vida a una obra que hoy ya suma siete novelas, decenas de cuentos y muchos más ensayos y crónicas periodísticas, además de un personaje, Mario Conde, un detective descreído y melancólico que ha sido –es- testigo de la realidad más descarnada de Cuba.

Todo eso lo ha convertido en el escritor cubano contemporáneo más leído en el mundo en los últimos años. Y le valió el premio Princesa de Asturias que ganó el año pasado y que recibió con una pelota de béisbol en la mano. Buena parte de ese reconocimiento hay que dárselo a aquella novela en la que se atrevió a reconstruir la vida del revolucionario ruso León Trotski y su asesinato en México, en una Cuba en la que su figura no solo fue prohibida por el régimen sino que simplemente no existió, porque fue borrada de la historia. Padura entonces lo redescubrió para los cubanos —y para el resto de los lectores— en ‘El hombre que amaba a los perros’.

Aún tiene marcada en su memoria aquella mañana de octubre de 1989 en la que, acompañado de un amigo mexicano, llegó a hasta Coyoacán para conocer aquella casa en la que Trotski se había encerrado,  intuyendo ya el desenlace fatal que el implacable Stalin le tenía reservado. “Fue una experiencia realmente conmovedora. Ver aquel lugar donde Trotski prácticamente se auto encarceló… Y saber que hasta allá llegó la mano asesina de Stalin a través de Ramón Mercader… Nunca olvidaré la sensación que tuve en ese lugar”, dice desde la distancia. Desde ese momento todo estuvo claro: tendría que escribir la verdadera historia de Trotski.

Luego de cinco años de investigación y escritura, la novela  fue publicada en España en 2009. Hoy ya supera las seis ediciones y las traducciones a más de cinco idiomas. Por ella recibió los premios Roger Caillois 2011 y la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 2013. 

En Cuba, a pesar de la crítica que en ella le hace al régimen de Castro, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2012. Este libro ha sido lo más parecido al jonrón de su carrera literaria. 

Leonardo, ¿cómo recuerda su infancia? ¿Cómo fue crecer en La Habana?

Yo nací en 1955 en el mismo barrio y en la misma casa donde estoy viviendo ahora.  Se llama Mantilla, el barrio. En este barrio había nacido mi padre, había nacido mi abuelo y casi seguramente mi bisabuelo. Lo que significa que tenemos una larga relación de pertenencia con este lugar que es un poco el Macondo de la familia Padura. 

Tuve una infancia que se puede considerar absolutamente normal y feliz. Porque era una época en la que los muchachos nos pasábamos el día en la calle con un pantalón largo y sin camisa, jugando béisbol. Teníamos una libertad casi total.

¿Soñaba de niño convertirse en escritor?

Nunca. Toda mi niñez, adolescencia y primera juventud la dediqué a jugar béisbol, a estar con lo amigos. Yo leía muy poco. Alguna novela de Salgari, alguna de Julio Verne. No me imaginaba ni remotamente que haría algo que tuviera que ver con escribir. 

¿Cómo empezó entonces su pasión por las letras?

En el preuniversitario había profundizado en algunas obras de las que apenas leíamos el resumen y yo quise leerlas completas:  ‘La Iliada' y ‘La Odisea’, ‘La celestina’ y ‘El infierno’. Eso fue importante porque fue mi encuentro con la literatura ya de una manera consciente. Después, cuando ingresé a la universidad en el año 75, era la época en que todo el mundo leía a los autores del boom latinoamericano y cuando fui descubriendo autores como García Márquez, Carpentier, Vargas Llosa, Rulfo, Onetti y toda esa enorme cantidad de autores que estaban en el candelero. Eran los que había que leer porque si no como que no podías participar en las conversaciones. Esos autores me revelaron un mundo literario que era muy atractivo. Sin embargo, empecé a descubrir también a otros autores que luego se convertirían en una gran influencia: los de la novela norteamericana del Siglo XX. Hemingway, Dos Pasos, Carson McCullers, Faulkner, Scott Fitzgerald, Chandler… Ellos fueron los que definitivamente me acercaron a la literatura. 

¿Se conseguían fácil  los libros en Cuba?

Sí,  de hecho se publicaban muchos libros en Cuba en esa época. Todas las semanas cuando salíamos de la universidad pasábamos un día por la librería y comprábamos siempre dos o tres libros y nos robábamos uno más debajo de la camisa. Bueno, es que de la universidad recibíamos un estipendio de 30 pesos, pero te podrás imaginar que comprábamos, además de los libros,  también algunas cervezas. 

Pero había autores que no se publicaban, que no se podían leer…

Había y todavía hay autores que no se publican, porque en Cuba no se importan libros. Recién ahora creo que ha habido un acuerdo con la división mexicana del grupo Planeta para traer y vender en Cuba algunos saldos que tienen en México, pero no ha sido la práctica. 

Sobre los libros que no se podían leer recuerdo ‘1984’; lo leímos de manera furtiva. Y ahora se acaba de publicar aquí en Cuba y fue una sorpresa muy grande. Pero autores tan importantes para mi generación como Guillermo Cabrera Infante, por ejemplo, los leímos como pudimos. Uno trataba de no mostrar la portada del libro, pero tampoco era que se estuviera cometiendo un delito. Pero hoy todavía no se ha publicado a Cabrera Infante en Cuba, en parte porque él  y sus herederos decidieron que sus libros no se publicaran en Cuba. 

Antes de dedicarse a la literatura, usted militó en el periodismo. ¿Cómo sucedió?

Yo terminé mi carrera en  1980 y tuve la suerte tremenda de poder empezar a trabajar en un mensuario cultural que se llama -porque existe todavía- El Caimán Barbudo. Allí trabajé 3 años como redactor hasta que en el 83 me trasladaron obligatoriamente a un periódico vespertino que se llama Juventud Rebelde y allí trabajé 6 años haciendo fundamentalmente un periodismo de investigación del que todavía hoy se publican ediciones.  

¿Ese cambio obligatorio tuvo una razón en particular?

Decían que yo tenía problemas ideológicos, lo cual era absolutamente cierto. No me imagino un escritor que no tenga problemas ideológicos. Me mandaron al periódico como un castigo pero realmente terminó siendo un premio para mi, porque aprendí a ser periodista en esos años. Me convertí en uno de los periodistas más leídos y más famosos de Cuba con los largos reportajes que publicaba en los dominicales del periódico. 

Ese cambio obligatorio de trabajo es lo  que le sucede a Iván, en el ‘El hombre que amaba a los perros’. ¿Era un práctica común?

Más o menos igual, aunque no tan drástico. Y sí, era algo que te podía pasar en esa época con mucha facilidad. Era un momento en el que dependías de un trabajo oficial, porque no existía el trabajo privado en Cuba. Tenías que trabajar para el Estado obligatoriamente y si el Estado te quitaba un puesto de trabajo tenías que ir al otro puesto que te diera ese mismo Estado. Eso significaba algo muy serio en aquella época en que me ocurrió a mí. 

Imagínate que el día que me sacan de la revista, yo pasé por la casa de mi novia, que es mi esposa actual, Lucía, y cuando le dije lo que le estaba pasando empezó a llorar. Era como que se acababa el mundo que te sacaran del trabajo y te pusieran en una lista negra. Pero, como te digo, encontré en el periódico un espacio muy propicio, y pude desarrollarme como periodista. 

¿Qué tipo de historias escribía?

La historia del barrio chino de la Habana, la historia de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, la historia del ron Bacardí, de cómo los franco-haitianos introdujeron el café en Cuba… Eran temas de los cuales la gente sabía algo pero no lo sabía todo, y que podían ser muy interesantes para los lectores. Yo hacía una investigación, lo más profunda que podía, y después lo escribía de una forma muy literaria. Ese tipo de textos, que eran muy amables, me permitían poner un elemento de fabulación dentro del periodismo sin traicionar los datos históricos y me permitían además una escritura muy libre. 

Hasta que se lanza a la literatura…

En 1995, después de 5 años de trabajar como jefe de redacción de la Gaceta de Cuba, decido dejar ese trabajo oficial. Resulta que para entonces, gracias a los cambios originados por la tremenda crisis económica que se vivió en Cuba a partir de los años 90, ya  era permitido ser un escritor profesional. 

Así que me lanzo a eso sin tener dinero, ni editorial, pero con la necesidad espiritual y profesional  de hacerlo, el 1 de enero de 1996. Trece días después me llaman de España que he ganado el premio Gijón de Novela, con ‘Máscaras’. El premio significaba 2 millones de pesetas, unos 16 mil dólares aproximadamente. Y dos meses después me llama la directora de la editorial Tusquets a decirme que estaban interesados en publicar mi novela y comenzar una relación de trabajo conmigo. 

Allí no tuve duda de que la apuestaque hice con los ojos cerrados a todo o nada tuvo una solución muy rápida y que para mí ha sido muy feliz porque me ha permitido vivir de mi trabajo como escritor. 

¿De dónde ese amor por la novela negra?  Desde las primeras lecturas de la universidad, la novela negra me interesó. Era un tipo de literatura que tenía elementos, como el matiz social que podían tener los personajes, que me atraía muchos. A Hammet y Chandler  los había leído completos. Por eso desde principios de los años 80 empecé a escribir mucha crítica sobre novela policial, especialmente sobre la novela policial cubana que existía en aquella época, una novela con un carácter muy ortodoxo, políticamente correcta, tan políticamente correcta que era estéticamente incorrecta. La mayoría era muy mala, y yo era muy crítico con ella. Eso me acercó a ese mundo y fui invitado a participar en las dos primeras Semanas Negras de Gijón, a un congreso de escritores policíacos que se hizo en México, y todo eso me permitió acercarme a los escritores que estaban produciendo en esos momentos, pero sobre todo  a los textos, pude comprar y leer muchos libros que se estaban publicando en esos momentos. Y ahí empieza esa relación con autores como Manuel Vásquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid, Paco Ignacio Taibo y tuve una visión mucho más amplia de la novela negra.  Hubo una primera novela, ‘Pasado perfecto’… 

Sí. Yo ahí traté de escribir una novela que fuera policíaca, muy cubana, pero que no se pareciera a las novelas policíacas cubanas. Y los componentes que yo tenía para lograr eso era que tuviera un marcado  carácter social, y que tuviera un personaje polémico, problemático y contradictorio en el centro de la trama. De esa manera fue que cree a mi personaje  Mario Conde. 

Usted envió esa novela a un premio en Cuba, y luego de que le habían dicho que había ganado,  supo que habían declarado desierto el premio. Sin duda la novela molestó a alguien… Por supuesto que a alguna gente no le habrá gustado demasiado que yo escribiera esa novela; que hubieran preferido que yo escribiera novelas como las anteriores, pero la actuación del país y el desarrollo de la literatura estaba indicando otra necesidad. La generación literaria a la que yo pertenezco venía con una visión más crítica, más conflictivizada de la realidad como repulsión a una literatura que se había practicado en los años 70 y buena parte de los 80 que era una literatura de carácter más propagandístico y reafirmativo que cuestionador de la realidad.  ¿Alcanzó a intuir las dimensiones que alcanzaría el personaje de Mario Conde? 

[[nid:547599;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/06/p8gacetajun19-16n1photo01.jpg;left;{“Yo no tenia idea de la dimensión que alcanzaría Mario Conde ni la importancia que tendría para mi trabajo. Y bueno, finalmente se convirtió en el testigo crítico, melancólico, adolorido y...}]]No tenía idea de lo que estaba haciendo. Sabía que estaba haciendo algo distinto, y cuando pude traer de México algunos libros y se los di a unos amigos para que lo leyeran supe que había creado un personaje que podía establecer una relación de empatía con los lectores a pesar de su oficio de ser policía.

Pero no tenía idea de la dimensión que alcanzaría el personaje y la importancia que tendría para mi trabajo como una especie de observador y presentador de la realidad cubana que  emprende el camino de ser un testigo muy crítico, melancólico, adolorido, desencantado de la realidad y del ambiente urbano y de las relaciones entre las personas que se establecen en Cuba.  

Lo de la serie de televisión sobre Mario Conde ¿en qué etapa va? ¿Ya se grabaron los capítulos? 

La serie Conde producida por Tornsasol Films de España ya está terminada y debe empezar comercialmente después del Festival de Cine de San Sebastían, en el próximo septiembre. También en ese mes se estrena la versión para cine de uno de los capítulos, la que está inspirada en la novela ‘Vientos de cuaresma’. La serie se llama ‘Las cuatro estaciones de La Habana’ y toman como punto de partida las primeras cuatro novelas, las que integran la tetralogía. Son capítulos de 90 minutos que pueden verse también en el forma de 2 de 45. La dirección es de Félix Viscarret (español), los guiones míos y de mi esposa, Lucía Lopez Coll y el papel protagónico lo desarrolla Jorge Perugorría, que está espléndido en su interpretación de ‘El Conde’.

La primera saga de Mario Conde ocurre toda en 1989, un año crítico para Cuba. Decido dejarlo en ese año porque a partir del año 90 se hace muy complicada la crisis económica en Cuba. Se paraliza el transporte, no hay electricidad, no hay teléfonos en la calle, no hay comida, no hay dinero, no hay nada.  Y eso hacía prácticamente imposible poner una trama en la que Mario Conde tuviera que recorrer la ciudad; no había manera de que llegara a la otra punta de Cuba.  ¿Cómo recuerda esos años 90? Fueron una experiencia realmente muy dura. Sobrevivimos de milagro. Se hablaba incluso de una Opción Cero en la que se abandonarían las ciudades y todos los cubanos nos iríamos a vivir al campo en una especie de comunidad primitiva con cocinas colectivas. Pero fue, sin embargo, un momento en el que se llegó a una ganancia de libertad para los artistas, porque también se detuvo la industria cultural cubana, las editoriales no podían publicar  libros, las productoras de cine no podían producir películas, los teatros no podían poner obras. Eso creó una distancia entre esa industria cultural del Estado y los creadores. Un espacio que aprovechamos para llenarlo de libertad. A partir de ese momento muchos empezamos a enviar obras a concursos internacionales, a presentarlos a editores fuera de Cuba, algo que antes estaba prohibido.  [[nid:547597;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/06/p8gacetajun19-16n1photo06.jpg;full;{“En cuanto al restablecimiento de las relaciones con EE.UU. hay que decir que el embargo sigue existiendo. Esa es una ley supra presidencial que solo el congreso norteamericano puede derogar y no lo...}]]¿No pensó en irse de Cuba?  Creo que el 99 por ciento de los cubanos lo pensamos alguna vez porque la situación era realmente muy difícil. En el año 92 yo hice mi primer viaje a los Estados Unidos a un congreso en la Florida y pasé varios días en Miami, con mi familia que vive allá, y todo el mundo me decía por qué tú no te quedas. Pero yo estaba decidido a no quedarme, estaba decido a regresar. Y regresé. El sentido de pertenencia, del que te hablaba al principio, a mi casa, a mi barrio, a mi cultura, a mi lengua, y la  necesidad de escribir una literatura cubana sobre las circunstancias cubanas desde dentro, fueron lo que me ataron a este país. ¿Qué lectura le da a los acontecimientos recientes? ¿El acercamiento con Estados Unidos?  Hay algo importante que decir y es que el embargo sigue existiendo. Esa es una ley supra presidencial que solo el congreso norteamericano puede derogar y no lo ha hecho todavía, lo cual entorpece una normalización real de las relaciones entre ambos países en todos los terrenos: en el comercial, en el financiero, en el del turismo.  Lo que ha ocurrido por supuesto es muy beneficioso para todos. Era un elemento de tensión existente que seguía pesando sobre el estrecho de la Florida, ese diferendo interminable entre Cuba y Estados Unidos que después se mostró que podía superarse. En estos momentos hay expectativa de que muchas más cosas cambien, pero esas expectativas han disminuido con respecto a las que hubo hace un año, aunque hay hechos importantes como que Cuba saliera de la lista de países patrocinadores del terrorismo, que se hable de restablecer vuelos comerciales entre ambos países, que se haya restablecido el correo postal, que se hable de acuerdos en telecomunicaciones que no se han producido aún. ¿Hay muchos turistas estadounidenses en Cuba ya? Sí, aunque vienen con licencias especiales, — no pueden viajar como turistas—. Eso ha provocado un movimiento económico en los espacios mas turísticos de las ciudades, especialmente de La Habana, lo que ha beneficiado a un sector de la población que tiene sitios de alojamiento, de venta de alimentos, de restaurantes, pero no ha sido un manto que haya caído sobre la totalidad de la población cubana y eso ha hecho que languidezcan muchas de las esperanzas que tenía la gente de que hubiera cambios visibles y rápidos.  ¿Qué opinión le merece Obama? Creo que ha hecho todo lo que ha podido e incluso un poquito más. Como lo dijo Bernie Sanders, a veces no nos damos cuenta de lo que ha hecho Obama en estos 8 años. Pero nada más  hay que mirar qué cosa era Estados Unidos en  2009 y qué cosa es en el 2006 para darse cuenta de todo lo que ha hecho Obama en la sociedad, en la economía, en la política.  Volvamos a la literatura. A ‘El hombre que amaba a los perros’. Esa idea surgió luego de un viaje a México.  Yo tenía ya dentro el bichito de la curiosidad por saber quién había sido ese personaje tan malo del que no se podía hablar, que era León Trotski. Traté de encontrar bibliografía en Cuba pero no encontré nada. Por eso, cuando fui a México por primera vez en el año 89, le pedí a un amigo que me llevara a su casa en Coyoacán, y fue una experiencia realmente conmovedora. Ver aquel lugar hasta donde llegó la mano de Stalin a través de Ramón Mercader fue impresionante. Un mes después de ese viaje cayó el muro de Berlín, un año después empezó a desintegrarse la Unión Soviética. Todo esto significó que hubo más información sobre lo que había ocurrido no solamente con Trotski sino  con todo el proyecto soviético y su relación con otros países, como fue el caso específico de la Guerra Civil Española, en la que había participado este personaje de Ramón Mercader.  La otra cosa que me animó  a escribir la historia fue saber que Ramón Mercader había vivido en Cuba del 74 al 78. Entonces de pronto esa historia se convertía en un hecho muy contemporáneo, porque yo pude haberme encontrado en la calle con Ramón Mercader, como le ocurrió a muchas personas sin saber que era él pues en Cuba se llamaba Ramón López. Que es justamente lo que le pasa a Iván en la novela. ¿Qué fue lo que más lo sorprendió de Trotski al ir descubriéndolo? Lo que más me impresionó fue su convencimiento político casi inalterable. Trotski fue una persona absolutamente convencida de sus posiciones políticas y lo practicó toda su vida y lo llevó al extremo, incluso por encima de su familia. El hecho de haber mantenido esa actitud significó que su familia se destrozara, que sus hijos murieran, unos por suicido, otros desaparecidos en un campo de concentración soviético, otros asesinados. En fin, su fe política iba por encima de todo.  ¿Fue fácil reconstruir a Mercader? Es un personaje que en realidad conocemos tan poco que nadie sabe nada. Tuve que hacer una investigación muy compleja, buscando de manera colateral informaciones que me permitieran tener una idea de quien era Mercader. Quiero decirte con esto que hay otros personajes que pertenecen a esa época que tuvieron experiencias o estuvieron en lugares semejantes a Mercader y esos personajes y sus actitudes me ayudaron a entender cómo pudo haber sido Ramón Mercader.  ¿Qué le significó el haber recibido el Premio Princesa de Asturias? Eso es un premio que uno nunca se espera y ganarlo produce una enorme satisfacción. Cuando leo la lista de quienes lo han ganado antes y veo mi nombre ahí, siento casi que vértigo. Ha sido muy importante para la divulgación de mi obra, sobre todo en Iberoamérica. Curiosamente en donde menos se ha hablado del premio ha sido en Cuba.  Pero bueno, ya estoy acostumbrado a esas cosas.  

Quienes lo conocen saben de su gusto por la salsa, dicen que es un experto en el tema. ¿Cuáles son sus cinco imprescindibles de la salsa?

Soy un amante de la salsa cómo música y como fenómeno cultural caribeño que fue. Mi afición por ella está relacionada con lo que significaron como revolucionadores del gusto musical y lírico los grandes nombres de la salsa, desde la década de 1960, hasta los años 1990, cuando comienza a diluirse el movimiento. Por eso, si tuviera que escoger cinco grandes momentos de la salsa te diría, así sin pensarlo, el recital del Cheetah, creo que en 1971, y el del Yankee Staduim, poco despúes. Te mencionaría un disco excepcional, ‘Siembre’, de Rubén Blades y Willie Colón, y uno que me encanta, ‘Solo ellos pudieron hacerlo’, de Willie Colón con Celia Cruz. Eso sin olvidar los dos discos magistrales del Grupo Folkorico Nuevayorkino, que son dos verdaderos documentos del sentido y el espíritu de la salsa.

Finalmente, Leonardo, en qué ha quedado su amor por el béisbol…

El béisbol, a nivel espiritual, sigue teniendo la misma importancia, pero no el mismo espacio. Me explico: Hubo una época en que el béisbol ocupaba un enorme espacio en mi tiempo de pensamientos, expectativa, esperanza, y esto ha ido disminuyendo con los años, entre otras cosas porque el béisbol ha ido perdiendo calidad. Ha tenido una crisis muy grande que tiene que ver con la salida de Cuba de una gran cantidad de jugadores que se han ido contratados en ligas profesionales y que han tenido que salir de Cuba de una manera bastante rocambolesca en algunos casos. Juegan en ligas norteamericanas, pero desde Cuba es muy difícil seguir la información. Hoy mismo, para conectarme y bajar unos correos electrónicos, estuve 45 minutos. De todas formas no es lo mismo que haya dos cubanos sobresalientes jugando en Los Ángeles o  Nueva York a que bata un equipo que se llama Industriales, equipo desde 1963, con el que tengo una relación de simpatía mucho más fuerte y que he visto como ha ido perdiendo su carácter e identidad a lo largo de los últimos años, lo cual resulta muy doloroso para mí. Quizás por eso prefiero recordar aquellas épocas en que vestíamos pantalón largo y sin camisa, queriendo emular a Pedro Chávez, ese gran jugador que tuvo Cuba cuando yo tenía 8 años.  Algunas de sus mejores obras [[nid:547587;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/06/p8gacetajun19-16n1photo08.jpg;left;{}]] 'El hombre que amaba a los perros': aquí reconstruye el asesinato de Trostki.             

[[nid:547588;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/06/p8gacetajun19-16n1photo09.jpg;left;{}]]

'Pasado perfecto': su primera novela. En ella nace Mario Conde.              

[[nid:547589;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/06/p8gacetajun19-16n1photo10.jpg;left;{}]]'Paisaje de otoño': la saga de Mario Conde.