Crónica de un viaje al Distrito Federal para entender un culto cada vez más común entre amas de casa, políticos, taxistas, luchadores, estudiantes, gente decepcionada de sus creencias tradicionales.
- ¿Y te cumplió lo que le pediste? La hija de la Santa Muerte se inclina hacia adelante, levanta los parpados, responde con una pregunta en un tono amable, sonriendo incluso, pero desafiante. - A ver, ¿qué crees?Silencio. Es domingo. Estamos sentados en una banca de madera, una de esas largas que se utilizan en las iglesias católicas para escuchar la misa, sólo que no estamos en una iglesia católica. Este es el templo de la Santa Muerte Internacional, ubicado sobre la Avenida López Portillo, en el Estado de México, a unos 20 minutos del Distrito Federal. Aquí se encuentra la efigie más grande del mundo de la Niña Blanca, como también le dicen a la Santa. Mide 22 metros y tiene los brazos abiertos. - La Santísima Muerte me entregó al asesino de mi hijo. Ella todo lo cumple. Al año de mi promesa apareció en el periódico que lo habían matado. La hija de la Santa Muerte está vestida de negro. Incluso su sombrero es negro. Sobre su cuello cuelga un ramillete de collares de todos los colores, collares con calaveras. Pertenecieron a su hijo, Jonathan Legaria Vargas, más conocido como Padrino Endoque, Comandante Pantera. Fue el fundador de este templo. Lo mataron cerca de donde estamos, sobre esta misma Avenida, llegando a Ecatepec y Coacalco, dos municipios. El asesinato ocurrió el 31 de julio de 2008, a las 2:10 de la mañana. El Pantera tenía 26 años. Le decían así desde que se convirtió en líder de los motociclistas de la Niña Blanca. - Cuando mi hijo estaba en la Santa Muerte, yo no creía en ella. Le tenía un poco de miedo. Él evitaba hablar conmigo porque yo era católica. Alguna vez le dije: es que tu madre soy yo, no ella. Me enojaba que le dijera 'madre' a la Santa. Fue su muerte lo que me convirtió. Sus asesinos eran muy poderosos. No era fácil enfrentarse a ellos. Habían dado la orden de no investigar lo que pasó. Entonces le hice una promesa a la Santa: tú me entregas a los asesinos, y yo voy a tratar de llevarte a lo más alto que pueda.Desde entonces la hija de la Santa Muerte se convirtió en la líder de este templo en reemplazo de su hijo y cada domingo viene a darles un mensaje a decenas de devotos, a hacer la oración a la Niña Blanca. Después los bendice. Los devotos hacen una fila, avanzan paso a paso. Como si fueran a comulgar. La 'madrina' así la llaman también pone su mano sobre sus cabezas, reza, sonríe, los mira con amor de madre. Sus ojos, por cierto, tienen un magnetismo particular. Es difícil dejar de observarlos. Son ojos que miran con ternura. La hija de la Santa Muerte, Enriqueta Vargas Ortiz, en realidad es una madre aún herida por el que, se dice, es el dolor humano más intenso: la pérdida de un hijo. 'La Madrina', sentada en la banca, suda. IIEl barrio se llama Tepito, en el DF. Los taxistas lo piensan para ir. Allá están los de la banda. Los de la banda traduce raponeros, expendedores de drogas, traficantes de armas. Cuídate mucho. Tepito es eso, sí, pero también tenderos, mecánicos, vendedores de repuestos para carros, profesionales, trabajadores del común. Algunos, también, son seguidores de la Santa Muerte. Martín George Quijano, 38 años, vive ahí. Afuera, a un lado de la puerta de entrada de su apartamento, está una estatua de la Niña. Adentro hay más. Superan la estatura de un hombre promedio. El apartamento es chico. Se debe caminar lentamente, contorsionarse, mover asientos. Los aposentos son tan estrechos que la gente extiende la ropa fuera de ellos, en las ventanas. Una mujer ha sacado un asiento para fumar en la puerta. Martín, administrador de empresas, se presenta: guía espiritual, experto y consejero del culto y la devoción de la Santa Muerte. En la creencia fue iniciado desde los siete años por María de la Cruz, su abuela. Muchos de los que hoy siguen a la Señora de la Guadaña lo hacen así, por herencia de tías, de padres, de abuelos. El culto, han explicado investigadores como Katia Perdigón y el periodista José Gil Olmos, se hizo famoso en 1995 debido a la crisis económica que se generó durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo miles de mexicanos se entregaron a la Santa como una posibilidad de salvación de aquello, como un escape que parece haber funcionado pero viene desde mucho tiempo atrás. Nadie sabe exactamente desde cuando inició el culto. Pero hay varias versiones. Una de las leyendas indica que en Veracruz, en los años 50, hubo una aparición de la Santa Muerte. La historia se parece mucho a la aparición de la Virgen. Pero no comparto esa versión. Sin embargo fue uno de los primeros escalones para crear una fe, insistir en esta fe. Otra leyenda dice que en el DF, en el Mercado de Sonora, existía en sus inicios oraciones a la muerte. El mercado tiene 55 años de existencia. Entonces estamos ante un culto que no es joven en México, dice Martín. Está sentado en el comedor. En un asiento está colgada una camiseta de los Pumas de la Unam, el equipo que sigue. Bajo el vidrio del comedor, un anuncio: "se leen cartas". Esoterismo y Santa Muerte, dirá en un rato, son asuntos distintos. La investigadora Perdigón tiene una teoría sobre el nacimiento del culto a la muerte: fue en la época de la Conquista. La periodista Laura Castellanos, en el reportaje La Santa de los desesperados, escribe sobre el asunto, cita a Perdigón: A la llegada de los españoles, se instauró el primero de noviembre como día de la Adoración del Hueso, ceremonia en la que sacaban los huesos de los santos y mártires de sus criptas para hacerles misa y rezar, y de lo que hay muestras pictóricas en Taxco, Zacatecas y Toluca. Durante la Colonia, en Viernes Santo, la escultura de la Santa Muerte o Buena Muerte era la que abría la procesión, se lee en el reportaje. Pueda que no tengamos certeza exacta del nacimiento del culto. El caso es que la muerte está ahí, desde siempre, en el primer segundo en el vientre. Vivir es inevitablemente morir. Por la muerte, en realidad, hacemos planes, corremos: pensamos en hijos, en una profesión, en un viaje, en una fiesta, en una comida, no sea que estiremos la pata sin haber gozado, sin habernos convertidos en algo. Vivimos en competencia con la muerte, vivimos con la idea de dejar una historia en este mundo y que nos recuerden. El recuerdo es un pequeño triunfo contra la guadaña. Martín sigue hablando. Aclara que creer en la Santa Muerte no es brujería, no es santería. Algunos los confunden. Es simplemente creer en el espíritu de la muerte, uno que trabaja los 365 días del año, las 24 horas, y orarle para que sea ella, la Señora de la mano huesuda, la que interceda ante Dios por los suyos. Es como creer en un santo. Como creer, digamos, en el Divino Niño o San Judas, no importa que para la Iglesia Católica tradicional la muerte no sea una santa. Es Dios el que hace los milagros. La Señora simplemente nos hace favores, aclara Martín. Él asegura que fue la Niña Blanca la que intercedió para que Dios sanara el asma de Roy Alexis, su hijo, que juega a la entrada del apartamento. Tampoco es verdad, agrega, que sea una tradición exclusiva de prostitutas, narcotraficantes, ladrones, asesinos. Miles de mexicanos que no son nada de aquello lo practican. El periodista José Gil Olmos, en su libro 'La Santa Muerte, la Virgen de Los Olvidados', hizo, a propósito, una lista de los famosos que siguen o siguieron en vida a la Niña Blanca: la actriz mexicana María Félix; la actriz y cantante cubana Niurka; Místico, un luchador profesional; Carmen Campuzano, modelo. El devoto de la Santa Muerte es, por lo general, gente honesta. Trabajadores, amas de casa, profesionales. Hay muchas mujeres, estudiantes. El que sea puede seguirla. Y ahí lo aclaro: el que sea. En este culto no se juzga a nadie. Por eso también puede que un narco o un ladrón sigan a la Santa, pero por eso no se pueden estigmatizar a todos los devotos. En todas las religiones hay mafiosos, hay prostitutas, hay asesinos, dice Martín. En todo caso no deja de ser cierto que algunos delincuentes se encomiendan a la imagen de la Niña Blanca para cometer sus ilícitos. Al siguiente día de la visita a la casa de Quijano fuimos al altar de la Santa Muerte ubicado en la Colonia Morelos, a unas cuantas cuadras de Tepito. Era domingo. El altar está en toda la fachada del hogar de Enriqueta Romero, doña Queta, una de las devotas más famosas del país. La gente se paraba frente a la estatua enclaustrada en una pared y protegida por un vidrio. Algunos oraban. Otros prendían el celular y le ponían música, corridos mexicanos. También le dejaban ofrendas: cigarrillos prendidos, tragos de tequila, dulces, tortas, flores. Bryan, 20 años, entró, rezó, se dio la bendición, salió. En su antebrazo tenía tatuada la figura de la Santa Muerte. Me dicen 'Valverde'. Vine a pedirle protección. Ando de loco. Ando robando. ¿Por qué? Así es la vida.III La Madrina, Enriqueta Vargas Ortiz, aún sentada en la banca de madera, habla de una canción que compuso después de la muerte de El Pantera. En Internet escribían que la Santa Muerte no lo había salvado. Me entró una especie de rebeldía. Dije, bueno: yo era tan católica, jamás le había hecho daño a nadie, entonces compuse una canción que decía: muchos se burlan diciendo su Santa Muerte no lo salvó, y yo lacerada contesto: tampoco mi Dios. ¿Dónde está Dios?, ¿por qué no me escuchó?.Al siguiente día, mientras almorzábamos, también la escuché preguntando con vehemencia por qué si Jesucristo levantó a Lázaro no hizo lo mismo con El Pantera. ¿Por qué no me escuchó todo lo que le pedí si yo era tan creyente?En medio de una crisis de fe y creencia que no tienen parangón- escribió el periodista José Gil Olmos- la feligresía de la iglesia católica ha buscado nuevos asideros, encontrando un reducto en el regazo de la Santa Muerte. Muchos, como La Madrina, efectivamente, llegaron a la Niña Blanca decepcionados de sus creencias tradicionales. Llegaron como un último recurso. Te pido que me saques un hijo de la cárcel, que me cures un cáncer, que me ayudes a pagar una deuda. A ese último recurso, la Santa, se le pone toda la fe posible. O es eso, o estamos perdidos. La fe en el culto es evidente. Se arrodillan convencidos de la ayuda. A cada devoto le ha funcionado. O por lo menos cada devoto cuenta un favor recibido, uno muy grande, uno que parecía imposible. La relación con la Santa es efectista. Me cumples, luego estoy contigo. Te necesito, luego estoy contigo. Me pregunto si no es precisamente esa certeza de que se va a lograr lo que se pide la fuerza que genera el cambio, el favor recibido, o si en realidad es la Santa actuando. ¿Cómo saberlo? El caso es que San Judas Tadeo, ese santo de los asuntos imposibles, está perdiendo terreno con la Santa Muerte, una a la que también le rezan para que influya en otros o para que intervenga su mano en asuntos ilegales: que esa mujer que quiero se enamore de mí; que si soy un ladrón me proteja de los policías; que si tengo sed de venganza me la sacie. - Se puede, Madrina, pedirle a la Santa Muerte que se nos entregue a los asesinos de los seres queridos. ¿Se puede pedir por la muerte? - Sí, claro que sí, eso se le puede pedir. En este caso yo pedí justicia para mi hijo, ya que las autoridades fueron omisas.Parece que La Santa Muerte, también, reemplaza al Estado, cubre sus deberes.IV La muerte está expuesta en México. La Catrina, la calavera, esa figura pintada hace un siglo por José Guadalupe Posada es ya identidad del país y puede aparecer de repente pintada en un vaso, estampada en una camiseta, elaborada en una artesanía, dibujada en un graffiti. En las casas de la mayoría de los mexicanos está la calavera aquella. La visten de novia. O con un traje revolucionario. La catrina se ríe. ¿Por qué exponer así la figura de la muerte? ¿Por qué verla a diario y recordar que tarde o temprano nos vamos?En Colombia es distinto. Ni de fundas se compra una calavera. Ni de fundas tenerla por ahí en la sala a no ser que seas un tipo extraño, corrido. Tal vez se ignora para estar tranquilos. Ignorar como una forma de conservar la felicidad. En México el asunto es a otro precio. El periodista Arturo Jiménez, del periódico La Jornada, lo había explicado en la Plaza Garibaldi, al calor del tequila. Se expone la muerte para perderle el miedo, dijo. Si tenemos que convivir con la Señora toda la vida, mejor convivamos sin drama, más bien nos burlamos. A la muerte se le llama la flaca, la huesuda, la pelona, la dentona. Sí, me vas a llevar, pero mientras tanto gozo. Exponer la muerte es desactivarle parte de su poder, protegerse de paso. V La Madrina sigue en el templo. Ahora tiene su computador portátil. Lee apartes del libro que va a lanzar en el Día de los Muertos: ¿Quién mató a El Pantera?, se titula.- ¿Quién lo mató? - Un federal. Uno de los apartes se llama Soy la hija de la Santa Muerte. Es, en realidad, una especie de grito de batalla, de reafirmación de identidad después de dejar el catolicismo. La Madrina aclara que todos los devotos son los hijos de la Señora. En la última página del libro, en la pantalla del computador, se alcanza a leer: El pacto entre la Santa Muerte y yo sigue en pie. Ella se encarga de los asesinos de mi hijo y yo de engrandecer el culto a la Santa Muerte.La Madrina cuelga un collar de la Niña Blanca sobre mi cuello.