El museo fue fundado por David Gómez, “historiador comunitario”, donde resguarda la historia del ‘pesebre de Cali’, desde sus primeros moradores, los indios yanaconas, pasando por los esclavos y mineros, hasta los tiempos del M-19.

Al principio todo se hace caótico. Hay zapatos que cuelgan del techo, una bicicleta quemada en la entrada, violines sobre la pared,  fotos del año 56, máscaras en el piso, cascos,  palas, ladrillos, un trozo de carbón,  un tarro de basura  marcado con el logo de los Juegos Panamericanos, estufas, armas de juguete, armas de verdad,  el capote de un torero, el cuchillo con el que el ‘tombo’ Milton remataba a sus víctimas, disfraces de diablo,  más zapatos. 

Si alguien entrara de repente, sin ver el anuncio pintado en la fachada, ‘Museo Popular de Siloé’, pensará que quizá se trate de un mercado de las pulgas, o el garaje donde una familia ha guardado sus chécheres generación tras generación. 

Sin embargo, sucede algo curioso: cuando David Gómez, el fundador del museo, cuenta la historia del lugar, todo se ordena. Cada objeto tiene una historia, y el sitio donde ha sido ubicado cobra  un sentido, no importa si es el piso o un rincón lejano. David, a través del relato, ordena el caos. Como si sus palabras tuvieran el poder de armar ese gran rompecabezas de objetos dispersos. 

Es martes y David recorre el museo  vestido con camiseta, bermudas, un sombrero que dice Siloé.  Hace muchos años, dice cuando ve el carro de este diario,  se ganó la vida como voceador de prensa. También ha sido arriero y ‘diablito’, como la mayoría de los habitantes del ‘pesebre’ de Cali. Aunque desde hace 20 de sus 53 años se dedica al trabajo comunitario.

- Este museo nace de una preocupación: el desconocimiento de la historia de Siloé por parte de sus habitantes. Cuando comenzamos a hacer trabajo comunitario   necesitábamos  mapas, información de los barrios, para saber en dónde estábamos, de dónde veníamos. Y fue imposible conseguir el material porque íbamos a solicitar información al Cali, que es como la pequeña alcaldía de la comunidad, y no había nada. No es que no se hubieran hecho historias sobre Siloé,  sino que estaban en los anaqueles de las universidades. Entonces lo que primero hicimos fue el Banco de Información, para que la gente tuviera la historia a la mano.

David, que nació y aún vive justo aquí, en el museo,  se convirtió en una especie de historiador comunitario. Visitaba las escuelas para contar la historia de Siloé, desde los primeros moradores, los indígenas Yanaconas, hasta los mineros de Marmato, Caldas, que se asentaron aquí atraídos por las minas de carbón.

- Siloé está construido sobre socavones de carbón. Pero le venía contando. Cuando visitaba las escuelas para contar la historia, notaba que los niños se aburrían. Entonces dije no, tenemos que inventarnos algo que permita que los niños se acerquen al pasado, pero de otra manera. Pensé en objetos, cosas que vieran como juguetes o como algo divertido, y aprovechar eso para contarles qué es Siloé. 

A David también se le ocurrió recorrer la montaña en el caballo ‘Nueva luz’, acompañado por un burro, para llevarles libros a los niños. Además de leer juntos, les proponía que hicieran dibujos. Y lo que vio le preocupó: los niños siempre dibujaban armas, un cigarrillo de marihuana, alguien oliendo una botella de pegante. También escuchó niños de 4 años que  se identificaban con la pandilla de su sector: “Yo soy Play Boy”, decía uno; “yo soy La Mina”, escuchaba más allá; “yo soy  El Hueco”, o “La Estrella”. Es decir: los niños  estaban convencidos de que la pandilla era su destino. 

Ahora, en el Museo, David toma uno de los objetos exhibidos. Se trata de una botella de pegante, lo que usan algunos jovencitos para drogarse. 

- Los niños nos estaban dando un norte con sus dibujos, con su manera de hablar. Entonces supuse que a  través de los objetos cercanos a su realidad, podríamos contarles la historia de Siloé sin que se aburrieran y además orientarlos. Esta botella de pegante la utilizo para explicarles por qué la droga es mala, qué consecuencias trae.  Lo mismo hago con las armas de juguete. 

Después de que David abriera el museo, hace ya 14 años, la gente  empezó a regalarle cosas que hablaran del territorio, son memoria. Como el tubo madre que en 1997 se averió, botó agua durante horas, lo que al final causó un deslizamiento en el que perdieron la vida cuatro personas.  

- Cada día nos llegan cosas. El requisito es que  cuenten algo, tengan una historia. Hasta los zapatos. Aunque hay algunos que hemos recogido en la calle. Me pregunto si son de personas que han fallecido. No lo sé. 

El museo no tiene una ruta establecida. Todo depende de los visitantes. Si son niños, dice David, el recorrido se inicia por el sector donde están las máscaras y los disfraces que dan cuenta de una tradición en Siloé: ‘Los diablitos.’ 

Dice la leyenda que todo empezó el  24 de diciembre de 1916, con cinco mineros que estaban tomando aguardiente. Como se les acabó, y estaban ‘prendidos’, bajaron  desde la montaña hasta la Plaza Mayor, es decir  la Plaza de Caycedo, donde debían comprarlo. Llevaron tambores, cantaron, aunque nunca se imaginaron que los niños de las casas salieran a celebrar tal algarabía y les dieran monedas. Los mineros contaron aquello en Siloé, y al año siguiente volvieron a salir, aunque esta vez acompañados por 15 mineros más. Así año tras año, hasta hoy. 

- Ser diablito es una forma de empleo de fin de año. Casi todos en Siloé lo hemos sido en algún momento. 

El recorrido continúa. En caso de que el público sea un grupo de  arquitectos la primera parada es  el rincón donde se cuenta cómo fue construido Siloé. Están las herramientas (las palas, los martillos, las picas) están los materiales, hay una pared levantada con los ladrillos que quedaron de las tres estaciones del MIO Cable  que ha convertido a Siloé en una suerte de  atracción mecánica permanente.    

La siguiente parada en el museo es la esquina donde se explica la historia de la minería. En el museo hay, de hecho, una simulación de lo que sería un socavón. También están los cascos de los mineros, las lámparas, las botellas de petróleo con las que se iluminaba la montaña en la noche, los tarros con los que se transportaba el agua y la leche. 

El cuarto de enseguida está dedicado a curiosidades varias, así que se exhibe el primer teléfono que se vio en Siloé, y el primer televisor. El propietario de ambos aparatos era Amalfitano,  un italiano dueño de una fábrica de vinos.

Después sigue el rincón que  más atrae a los turistas: el M - 19. Allí se  narra el pasado del grupo guerrillero que controló a Siloé durante los años 80. Algunos  en la época, dice David,  veían a los guerrilleros como necesarios en tiempos en los que la Fuerza Pública no garantizaba el orden. Sin embargo, con el paso del tiempo, los miraron de otra manera. Porque está muy bien que hagan ir   al ladrón, siempre y cuando no sea mi hijo. Cuando tocan mi familia cambia la mirada, se generan conflictos.  

[[nid:518387;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/03/p6gacetamar20-16n2photo01.jpg;left;{“Cada día nos llegan cosas. El requisito es que cada objeto cuente algo, que tenga una historia que sea memoria del territorio” -David Gómez.Foto: Hroy Chávez | El País}

David señala  el estuche de la guitarra de Afranio Parra, el subversivo que comandaba la zona. Además de guerrillero, era poeta, pintor y músico. 

Las cabezas de maniquí con una cinta negra sobre sus ojos son en cambio memoria de los  que cayeron en la operación Navidad Limpia. En 1985´  2000 soldados ingresaron a Siloé con el objetivo de sacar al M - 19. Un periódico tituló: Siloé, un barrio de Beirut en Cali.

 - Había helicópteros sobrevolando, cañones en la parte baja. Hubo inocentes asesinados, asegura David, que enseguida señala un mimeógrafo donde el grupo guerrillero hacía sus panfletos y unos lingotes hechos con las armas del M-19 después de que las entregaran en marzo de 1990. Las armas las derritió el actual Alcalde de Cali, Maurice Armitage, y su empresa Sidoc.

- Don Maurice me llamó una vez y así como él habla, me dijo: David, te tengo algo que te puede servir para ese museo viejo que vos tenés. Y me donó los lingotes, con el certificado de que fueron hechos con las armas del M -19. Como líder de Siloé, tengo que reconocer que la familia Armitage  ha hecho mucho por esta zona al haber formado una sinfónica. Acá está el primer violín de la orquesta, por cierto.  La violencia tal vez sigue igual, pero después de toda la labor que se ha hecho hemos recuperado la autoestima y cambiado, en algo, la percepción de la ciudad sobre Siloé.  Cada semana vienen estudiantes a hacer la ruta turística que incluye al museo.

En una pared del rincón del M-19  está también el cuchillo de un policía famoso: el tombo Milton Fabián Muñoz, ‘Rambo’.  Según el mito, habría matado a unos 200 jóvenes que desobedecieron sus órdenes. Con la idea de ‘limpiar’  a Siloé de ladrones y drogadictos, se convirtió en un psicópata que llegó al punto de establecer un toque de queda que se iniciaba a las 9: 00 p.m. y que nadie podía desobedecer. El periodista Bernabé Cortés lo denunció en su noticiero de televisión. Fue eso lo que hizo que la misma Policía persiguiera a Milton hasta que, en 1992, fue acribillado a bala en el bar ‘Aquí me quedo’. 

Durante el sepelio la gente de Siloé, la misma que lo admiraba  por supuestamente establecer el orden, salió con pañuelos blancos. Una cosa, repite David, es que maten a un ladrón que es hijo de otro,  a que el muerto sea de mi familia así sea bandido. 

El recorrido termina en un cuarto donde se cuenta la historia de la fotografía y al lado, un espacio donde se explica la evolución de la cocina  en Siloé y en el mundo. Justo ahí, también, se exhibe el capote del único torero profesional en la historia de la montaña: José Valencia. Aunque ahora lo que David cuenta es por qué Siloé se llama así: 

- Siloé es una palabra hebrea que significa enviado. A esta montaña la bautizaron de esa manera  jóvenes turistas alemanes, que en 1915 encontraron que esto estaba lleno de agua cristalina. Lo compararon con el estanque de Siloé, donde Jesús le devolvió la vista a un ciego.

El caos del principio, entonces,  ya no se ve como tal. El relato de David lo ha ordenado todo. Como esos pocos sabios que deciden salvaguardar el pasado de su comunidad para entender el presente y planear el futuro. Un hombre necesario.