Muchos relatos circulan acerca de cómo llegó y se arraigó en Cali el gusto por los sonidos afrocaribeños. ¿Cómo nos enamoramos de la cadencia del bolero, de la rapidez de las guarachas y del tumbao de la salsa? Una de las historias más populares se viste de mar Pacífico y nos susurra que desde los años 30, a través del puerto de Buenaventura, los discos de 78 RPM arribaron para suplir las necesidades sonoras de los dueños de cafetines, bailaderos y prostíbulos de la apenas creciente ciudad de Cali.
Sin embargo, poco se sabe de la importancia de la época de oro del cine mexicano en la historia de este enamoramiento. En Cultura Siguaraya creemos que las películas de rumberas como Embrujo Antillano, Calabacitas Tiernas, Víctimas del Pecado, Ambiciosa, entre otras, cuyas protagonistas son mujeres que cantan y bailan al ritmo del bolero, el mambo y la rumba cubana, fueron y son grandes referentes de nuestra cultura salsera.
Eso sí, que quede claro que no pretendemos ensalzar de verdad esta versión de los hechos, antes que nada, nos interesa presentarla como una de las tantas hipótesis que merece el estudio de lo nuestro.
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Para entenderlo hay que devolvernos a la Cali de los 50’s, esa en su incipiente industrialización, en la que solo unos años atrás se habían fundado e instalado grandes empresas como Cartón Colombia y Good Year que, entre otros acontecimientos, influenciaron el aumento de la población.
Fue así como hombres y mujeres provenientes en su gran mayoría de zonas rurales, que huyendo de la violencia o buscando mejores oportunidades, se asentaron en lo que serían los barrios populares y dieron vida a las nuevas dinámicas de interacción social y entretenimiento, una de las más emblemáticas: los teatros.
Como salidos del famoso baúl de los recuerdos, estos recintos también fueron cinemas donde se proyectaron películas con un elemento en común: la música y el baile. Según la investigadora María Fernanda Arias, los más recordados son: San Nicolás, Sucre, Cervantes, Las Delicias, Belalcázar, donde una entrada costaba entre $ 0,30 y $ 0,60, en una época en la que el salario mínimo diario para un obrero era de $ 2.00.
Se proyectaban cada día ocho películas: cuatro mexicanas y el resto de Argentina y Estados Unidos. Por mencionar un ejemplo, el 30 de abril de 1954 el Teatro Roma y el Teatro Jorge Isaacs proyectaron el film Víctimas del Pecado; allí Ninón Sevilla interpreta a Violeta, una bailarina que por defender la vida de un niño abandonado y rechazar a un “chulo vividor”, pasa por muchas situaciones violentas; para ganarse el sustento baila en bares y cabarets y entre los pasos que nos regala a ritmo de rumba cubana y mambo, aparecen claramente los que hoy conocemos como punta talón y Sebastián.
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En ese mismo año, el Teatro San Nicolás proyectó la película Ambiciosa protagonizada por Meche Barba, quien interpreta a Estela Durán, una joven cubana que busca ingresar al mundo del cine “a toda costa”.
Mientras lo logra y es juzgada por no querer una relación formal con un hombre que la pretende, baila sonriente en algunas escenas en las que aparecen movimientos dancísticos muy familiares: paso atrás atrás, considerado hoy el básico del estilo de baile caleño, y ese desplazamiento circular en pareja enlazada que tanto acompaña nuestros momentos de goce en la pista.
Así como las mencionadas, hay alrededor de otras 50 y 60 películas que se proyectaron entre 1945 y 1955 en las que se destacan elementos que dan cuenta de la influencia del cine de rumberas a nuestra cultura salsera: pasos de baile, trajes extravagantes, teatralidad y hasta frases, como en Embrujo Antillano, donde María Antonieta Ponds lanza una muy conocida: “Te invito a echar un pie” (por supuesto, no necesitamos aclarar a qué canción pertenece).
Cómo no hemos de suponer, entonces, que nuestros abuelos y abuelas se llevaron parte de ese cine al barrio y a la fiesta si, incluso, hoy día seguimos escuchando “Sun, sun, sun, sun, sun, babae/ Pájaro lindo de la madrugá'”, una canción de Rogelio Martínez que sonó hace 68 años en la voz de la cubana Ninón, en el Teatro Isaacs, durante la proyección de la película Aventura en Río en 1954.
Es por todo esto que desde Cultura Siguaraya defendemos que estas películas fueron un ingrediente que los bailadores de vieja guardia cocinaron y luego heredaron a los y las nuevas salseras, para dar forma a lo que se conoce como la cultura de la salsa caleña. Esta es la versión que nos falta ampliar y divulgar en la historia de la rumba en Cali, esa que nos habla de un tumbao de película.