Ella Ben Ami, de 23 años, tiene casi todos los días la misma pesadilla: su madre, secuestrada el 7 de octubre por el movimiento islamista palestino Hamás, yace en el suelo, con las manos atadas, sin agua ni comida.
La joven fue evacuada, como los otros 900 miembros del kibutz Beeri, en el sur de Israel, a un hotel en el Mar Muerto, y asegura que vive desde entonces “como una muerta en vida”. Tanto su madre como su padre, que vivían en otra calle del kibutz, fueron secuestrados.
“Desde el 7 de octubre, es como un día que no termina nunca. Nunca había sentido semejante sentimiento de impotencia”, confeso la joven con la mirada perdida. Atrincherada con su novio durante 18 horas en el refugio antimisiles de su casa, siguió en vivo, impotente, a través de mensajes enviados por su padre, el secuestro de ambos.
“Casi todas las familias han perdido a alguien. Nadie logra darse cuenta de que hay tantas personas a las que ya no veremos”, agregó. Según la dirección del kibutz Beeri, allí murieron 85 personas, cuyos cadáveres han sido identificados, y 32 personas están desaparecidas, incluidos presuntos rehenes.
Cerca de tres semanas después de los ataques, durante los que varios comandos de Hamás se infiltraron en comunidades judías fronterizas con la Franja de Gaza, matando a hombres, mujeres, niños y bebés, los supervivientes luchan por recuperar el equilibrio psicológico.
Estas masacres, la mayor pérdida de civiles judíos en un día desde la Shoah, estuvieron acompañadas, según las autoridades israelíes, de torturas, mutilaciones y violaciones, y dejaron más de 1.400 muertos. En respuesta, los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza ya han matado a 7.000 personas, según Hamás.
Un trauma colectivo
A pesar de su experiencia en el manejo de situaciones de emergencia, los especialistas israelíes en salud mental están abrumados por la cantidad y la amplitud de los traumas, por lo que el ministerio de Salud israelí emprendió una campaña de reclutamiento para hacer frente a lo que calificó como un “evento de salud mental sin precedentes”.
“No estábamos preparados para una tragedia de esta magnitud. Tuvimos que actuar muy rápido para responder a múltiples necesidades”, explica Merav Roth, psicoanalista, profesora de la Universidad de Haifa, que supervisó las intervenciones de los psicólogos voluntarios con los supervivientes del kibutz Beeri.
“Todos los diferentes grupos de edades se han visto afectados, desde bebés hasta ancianos, y los traumas son extremadamente diversos, desde la persona encerrada en un refugio durante 20 horas con disparos incesantes, hasta la persona cuyos seres queridos han sido secuestrados o cuya esposa e hijos fueron masacrados”, añade.
Los residentes del kibutz Beeri deambulan sin nada que hacer en el hotel, enteramente reconvertido en centro asistencial con decenas de voluntarios.
Despertarse es la pesadilla
“Es complicado devolver una sensación de seguridad mientras todos todavía estamos en medio de una guerra”, dice Celina Rozenblum, psicoterapeuta de la ONG israelí IsraAid, especializada en ayuda de emergencia.
Muchos se refugian en sus habitaciones la mayor parte del tiempo, como May, de 14 años, que junto con su madre Shahar Ron, de 46 años, sobrevivió al ataque. Aunque Shahar recibió un disparo en la cadera, dice que no quiere recibir ayuda psicológica porque se siente “incomprendida” por quienes no vivieron las masacres.
“Los psicólogos nos dicen que nos reconstruiremos, pero no estamos realmente vivo. Me siento como un sobre vacío en el interior. Es imposible comprender la amplitud de las atrocidades que la gente ha experimentado. Quiero despertarme de esta pesadilla”, agrega.
Acurrucada en un banco del vestíbulo del hotel, dice estar especialmente preocupada por su hija: “Hirieron a su madre, quemaron su casa. Casi muere asfixiada por las llamas. Durante 20 horas solo escuchó gritos en árabe de gente que había venido a matarnos. Tres de sus amigos fueron masacrados. ¿Cómo puede una niña de 14 años salir indemne de esto?”, se pregunta con lágrimas en los ojos.