Se le criticó por ser demasiado arraigado a Washington, por no hacer mucha campaña durante la pandemia y por ser muy mayor, pero Joe Biden superó a los escépticos y se convertirá hoy en el 46° presidente de Estados Unidos.

Tras competir por la Casa Blanca en 1987 y 2008, “Joe, el de clase media”, buscó una tercera oportunidad, convencido de que podía restaurar el “alma” de Estados Unidos y a pesar de una campaña llevada a cabo principalmente desde su casa, por el Covid-19, mientras su rival hacía actos multitudinarios por todo el país, logró desbancar al republicano Donald Trump.

Hoy, cuando tome el juramento del cargo, Biden, de 78 años, será el jefe de Estado de mayor edad en ser investido en la historia de EE. UU.

El demócrata llegó a la arena política nacional con solo 29 años, tras una sorpresiva victoria como candidato al Senado por Delaware, en 1972.

Pero un mes después, la tragedia lo golpeó: su esposa Neilia y su hija de un año Naomi murieron en un accidente de tránsito, mientras estaban de compras navideñas.

Los otros dos hijos de Biden resultaron gravemente heridos, pero sobrevivieron, aunque en 2015, el mayor, Beau, murió de cáncer.

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Las habilidades políticas del nuevo Mandatario en el mano a mano son incomparables: puede encantar a estudiantes universitarios, compadecerse de los maquinistas desempleados de la zona industrial del Medio Oeste y hacer una crítica feroz de sus rivales.

Su propensión afable y sociable se vio restringida por el coronavirus, que en marzo pasado lo obligó a quedarse en casa y lo volvió más cauteloso.

Aunque ya no tiene el dinamismo de cuando era vicepresidente de Barack Obama, Biden mantiene su sonrisa deslumbrante. Su andar, sin embargo, es más delicado y su cabello blanco luce más fino.

Un puente

El demócrata comenzó su carrera en el Congreso de los senadores más jóvenes de la historia norteamericana. Pasó más de tres décadas en la Cámara Alta antes de ser la mano derecha de Obama, de 2009 a 2017.

El mensaje de Biden durante la campaña se basó en gran medida en su asociación con el todavía popular primer Presidente negro de Estados Unidos, y en su capacidad para negociar con muchos líderes mundiales. “Conozco a estos tipos”, solía decir.

Su propuesta de política moderada en un momento de gran polarización fue un bálsamo para un electorado agotado de los escándalos y el caos en la Casa Blanca de Trump.

Pero el ahora Mandatario electo también prometió tomar medidas progresistas sobre el cambio climático, la injusticia racial y el alivio de la deuda estudiantil universitaria.

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“Me veo a mí mismo como un puente, no como otra cosa”, dijo en marzo en un mitin en Detroit, Michigan, junto a otros líderes demócratas, incluida la mujer que se convertiría en su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris.

“Hay toda una generación de líderes que llegaron después de mí”, agregó. “Son el futuro de este país”.

La remontada histórica

A pesar de ser el favorito del ‘establishment’ demócrata, la campaña de Biden parecía encaminarse al desastre a principios del año pasado, tras decepcionantes derrotas en las primarias ante Bernie Sanders, mucho más radical.

Pero él, a quien Obama llamó un “león de la historia estadounidense”, regresó rugiendo en las internas en Carolina del Sur, gracias al apoyo abrumador de los votantes negros, una base crucial para todo demócrata.

Lograr la nominación marcó un fuerte contraste con su retirada en 1988, cuando renunció en medio de acusaciones de plagio de un discurso del político británico Neil Kinnock.

En 2008 no le fue mejor, y abandonó la pugna después de reunir menos del uno por ciento de los votos en las asambleas de votantes de Iowa.

Ese año finalmente fue elegido compañero de fórmula por Obama, quien le asignó supervisar la recuperación económica tras la Gran Recesión de 2008.

Como senador, fue cuestionado incluso por Harris, por asociarse con conocidos segregacionistas y oponerse a las políticas de transporte de la década de 1970 para que niños negros asistieran a escuelas predominantemente blancas.

También fue criticado por ayudar a redactar una ley contra el crimen en 1994 que, según muchos demócratas, aumentó los encarcelamientos y afectó a los afroestadounidenses.

Otros episodios del Senado también amenazaron con estropear su campaña presidencial: su voto de 2003 a favor de la guerra de Irak y su presidencia de controvertidas audiencias en 1991 en las que la profesora Anita Hill acusó al nominado a la Corte Suprema Clarence Thomas de acoso sexual.

Convivir con el dolor

Biden suele destacar el respaldo de su esposa Jill, de 69 años, la mujer que “volvió a unir” a su familia.

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Pero dijo que convive con el dolor tras la muerte de Beau. “Nunca desaparece”, aseguró. Esta pérdida lo hizo descartar una candidatura presidencial en 2016.

Incluso hoy a menudo se detiene para saludar a los bomberos, recordando que fueron ellos quienes salvaron a sus hijos cuando ocurrió el terrible accidente.

También lo salvaron a él. En 1988, los bomberos lo llevaron de urgencia al hospital después de que sufriera un aneurisma. Biden estaba tan grave que llamaron a un sacerdote para darle los últimos ritos.

Casi todos los domingos acude a misa en St. Joseph on the Brandywine, una histórica iglesia en su acomodado vecindario de Wilmington.

Allí, en el cementerio, descansan sus padres, su primera esposa e hija, y su hijo Beau, bajo una lápida decorada con pequeñas banderas estadounidenses.

Hace un año, Biden confesó cuánto influye Beau en su vida. “Cada mañana me levanto (...) y me pregunto: ¿Estaría orgulloso de mí?”.