En sus 20 años en el poder, Recep Tayyip Erdogan ha transformado Turquía como ninguna otra persona desde Mustafá Kemal Atatürk, el fundador de la República turca. Y este domingo fue reelecto para otros cinco años como presidente.
Muchos creían que a sus 69 años, el “rais” (jefe), como lo apodan sus más fervientes seguidores, estaba amenazado por la crisis económica, el desgaste del poder, las consecuencias del devastador terremoto de febrero y una oposición unida como nunca antes.
Pero al cierre de una campaña acerba, Erdogan, cuyo rostro estuvo omnipresente en las pantallas de televisión durante toda la campaña, reivindicó este domingo la victoria tras su duelo más reñido -en dos vueltas, una primicia- frente al socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, con 52,1% de los votos, según resultados casi definitivos.
Ni su paso por prisión, ni una ola de enormes manifestaciones hace diez años, ni tampoco una sangrienta intentona golpista en 2016 frenaron a Erdogan, líder de la mayoría conservadora, mucho tiempo desdeñada por una élite urbana y laica.
Criticado durante la campaña por la inflación, que está poniendo en aprietos a los hogares turcos, contraatacó haciendo alarde de los drones de fabricación turca que se han convertido en el orgullo del país, así como las mezquitas, autopistas y aeropuertos construidos desde que llegó al poder en 2003.
Hombre milagro
Pese a las dificultades de los últimos años, sigue siendo para sus admiradores el hombre del “milagro económico”, que hizo entrar a Turquía en el club de los 20 países más ricos del mundo.
Se mantiene también para gran parte de los turcos como el único político capaz de mantenerse firme frente a Occidente y de guiar al país a través de las crisis regionales e internacionales.
Pero sus detractores lo acusan de una deriva autocrática, en particular desde las purgas masivas llevadas a cabo tras el intento de golpe de Estado en su contra y la revisión constitucional de 2017, que amplió considerablemente sus poderes.
Pese a que se hizo construir un palacio de 1.100 habitaciones en una colina boscosa protegida de Ankara, Erdogan sigue presentándose como un hombre del pueblo frente a las “élites”.
“Aprendí sobre la vida en Kasimpasa, no en una torre de marfil”, dijo de nuevo, refiriéndose al barrio obrero de Estambul donde creció y soñó con una carrera como futbolista, antes de meterse en la política.
En 1998 fue condenado a prisión por haber recitado un poema religioso, un episodio que no hizo sino reforzar su aura.
Tomó la revancha en la victoria electoral del AKP -partido que cofundó- en 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta 2014, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo.
En la noche del 15 de julio de 2016, enfrentó una de sus más duras pruebas: un sangriento intento de golpe de Estado del que acusó al predicador Fethullah Gülen, antaño aliado suyo.
Su peor revés electoral fue en 2019, cuando la oposición arrebató a su partido la capital, Ankara, y su feudo Estambul.
Oponentes fuera de juego
Temeroso de que su poder se resquebrajara, a lo largo de los años ha dejado fuera de juego a varios de sus oponentes, al tiempo que fue reforzando su control sobre los medios de comunicación.
El líder del partido prokurdo HDP, Selahattin Demirtas, que le privó de la mayoría absoluta en el Parlamento, está encarcelado desde 2016.
Y el muy popular alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, fue blanco en diciembre de una sentencia judicial que le imposibilitaba presentarse a las presidenciales.
Para su tercera campaña presidencial, Erdogan celebró un mitin tras otro, hasta tres al día, a pesar de una marcha más lenta y un rostro que delata cansancio.
En los estrados, este musulmán devoto, padre de cuatro hijos y defensor de los valores familiares, recurrió una vez más al Corán para galvanizar a las multitudes. Pero también utilizó invectivas para desacreditar a la oposición, a la que acusó de “terrorismo”.
Su reelección un 28 de mayo, exactamente diez años después del inicio del vasto movimiento de protesta Gezi, que reprimió brutalmente, es un símbolo de su dominio sobre Turquía, que dirigirá durante un tercer y último mandato, según la Constitución.
Con información de la AFP