Cada vez que leo al Presidente de la República en los extensos y confusos trinos que escribe a diario pienso más en la manera en que nuestro gobernante usa horas enteras de su tiempo para dar peleas sin el menor sentido y para enviar mensajes que solo podrían dividir más a la ciudadanía. Lejos de ser casualidad, la forma en que el presidente presenta sus prioridades cotidianas refleja una clara inclinación hacia lo narrativo y un descuido constante de la ejecución.
El desahogo del Presidente en las redes sociales, un espacio donde todos los días suma decenas de errores de ortografía y redacción en cada publicación, y mezcla con afán todos los temas posibles, es también su forma de mostrarse en permanente contravía en una esfera del poder donde cada pronunciamiento de un gobernante pasa por las manos de correctores de estilo, asesores y comunicadores. Los trinos del presidente Petro, en cambio, no los revisa nadie: ni él mismo. En ellos no solo quiere mostrar que tiene la respuesta para resolver todos los problemas del país y explicar su historia, sino también busca darle cátedra a la humanidad sobre su propio futuro. Es imposible no preguntarse, en medio de tanta teoría y tanta pelea, a qué hora gobierna el presidente de Colombia.
Todo esto hace pensar en el encierro que siente Petro en la presidencia, un cargo para el cual hizo carrera durante décadas, pero que ha desaprovechado de todas las maneras posibles. En medio de peleas y señalamientos a todos sus contradictores, ha perdido cada oportunidad para construir un legado significativo. En cambio, su decisión ha sido clara: usar el poder para dar sus peleas en materia de narrativa y retórica, como si se tratara de triunfos capaces de llenar los vacíos de la falta de ejecución de su presidencia. Por más que señale responsables en todos los sectores, el presidente sabe que, a estas alturas de su gobierno, ya no fue el presidente reformista y transformador que siempre deseó ser.
Por eso pienso que una parte del presidente Petro, en su permanente decisión de tomar el camino de la confrontación como estilo de liderazgo y la profundización constante de la división entre toda la ciudadanía, cuenta las horas para que llegue el 7 de agosto de 2026. El presidente sabe que luego de terminar su periodo constitucional por fin podrá dedicarse de tiempo completo a los tratados que escribe en Twitter y a dar discursos alrededor del mundo sobre su mirada apocalíptica, sin tener que destinar tiempo a labores que tan poco le interesan, como la ejecución de presupuestos y el liderazgo de enormes equipos de trabajo.
Tampoco tendrá que volver a preocuparse por llegar con puntualidad a compromisos a lo largo y ancho del país, ni a cumplir con los protocolos del poder de cada evento. Podrá entregar las banderas del M-19 en sus encuentros con dirigentes de la izquierda latinoamericana, repetir sus palabras de homenaje a Chávez y saltarse todas las normas de la diplomacia por las que tantas veces ha mostrado disgusto. La buena noticia es que a partir del 7 de agosto ya no hará nada de eso a nombre de todos los colombianos.
Eso sí, es predecible que luego de cumplir su periodo constitucional en 2026, Petro como expresidente seguirá siendo uno de los dirigentes más activos de la política nacional y las redes sociales -incluso más que Uribe- y buscará influir en todas las decisiones determinantes sobre el futuro de la nación. Como ya lo hemos visto en su rol de ex alcalde de Bogotá, es de esperar que aunque nunca se sintió cómodo en un cargo del alto poder, lo extrañará durante el resto de su carrera, dará cátedra sobre cómo debe hacerse todo lo que él no hizo y dificulte especialmente la gobernabilidad de quien llegue al poder en 2026. Incluso si su sucesor es un aliado suyo.