Sobran los dedos de una mano para contar a quienes saben que la Casa Blanca la pintaron de blanco los esclavos africanos y que no solo la pintaron después de que la quemaran los invasores ingleses, sino que previamente la habían construido. Por lo que no me sorprende el aluvión de comentarios críticos con el reciente viaje de la vicepresidenta Francia Márquez a África. La mayoría animados por el racismo y la mala fe, pero todos siendo víctimas de la misma crasa ignorancia sobre la extraordinaria importancia de África en el mundo y en particular en la América tanto anglosajona como latina.
Por ignorar ignoran quién construyó y pintó la casa donde se decide cada día nuestro destino y el de medio mundo por lo menos. Pero con todo, lo que se ignora sobre la Casa Blanca es poca cosa si se la compara con la abrumadora ignorancia sobre el decisivo aporte de África a nuestra cultura.
Somos o pretendemos ser cristianos, sea católicos o reformados, sin ser sin embargo conscientes de la enorme deuda del cristianismo con dicho continente. No lo digo solo por la huida de José y María a Egipto, en donde salvaron al niño Jesús de la furia infanticida de Herodes. Lo digo sobre todo porque el cristianismo como tal es impensable sin el monoteísmo que el pueblo judío adoptó en Egipto y porque el cristianismo es así mismo impensable sin la creencia en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, creencias inicialmente forjadas en el país de los faraones.
Pero no solo los creyentes padecen esta ignorancia. También la padecen los ateos y racionalistas y en general todos los herederos entre nosotros de la Ilustración, quienes glorifican a Grecia como cuna de la ciencia, la filosofía y la mitología modernas, pasando por alto cuanto de todas ellas es tributario del antiguo Egipto. Como se han encargado de demostrarlo fehacientemente las investigaciones monumentales de Martín Bernal, autor de Atenea Negra y de Cheik Anta Diop, autor de El origen africano de la civilización.
Nos faltan aquellos salseros, cuyo engolosinamiento con la escena neoyorquina les impide darse cuenta que todas esas músicas agrupadas en el término ‘Salsa’, tienen claras raíces africanas, al igual que las tienen todas las músicas reunidas bajo el término común de jazz. A quienes les recuerdo que la geografía de la cumbia, en sus distintas versiones, se extiende hoy desde México hasta Argentina.