Los liberales colombianos siempre nos hemos considerado de la misma estirpe política de los miembros del Partido Demócrata de Estados Unidos, porque en él vemos identidad de principios en cuanto a las ideas que surgieron de la Revolución Francesa, y que luego fueron recogidas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Las grandes figuras de la colectividad norteamericana son apreciadas como si fueran nuestras, y los nombres de Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy y Barack Obama se consideran en la iconografía liberal con el mismo afecto que sentimos por Alfonso López Pumarejo, Enrique Olaya Herrera y Alberto Lleras Camargo. Cuando el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas, nos dolió como si hubiese caído uno de los nuestros.
Tengo alta admiración por Joe Biden. Su extenso y exitoso desempeño como senador; su destacada gestión como vicepresidente de Obama, y como tal, presidente del Senado durante los ocho años de la administración del primer presidente negro en Estados Unidos; y su brillante gestión como mandatario, luego del siniestro gobierno de ese “rufián de esquina” que es Donald Trump, dejó la huella de un político decente y capaz en el cargo que le otorgó la democracia.
Pero los años pasan factura –vaya si lo sabré yo- y el presidente Biden acusa merma de sus funciones cognitivas, como se vio en el desastroso debate del 27 de junio, en el que apareció errático, desubicado, con respuestas que no coincidían con las preguntas; en fin, una verdadera tragedia.
Bill Clinton y Barack Obama, sus más distinguidos copartidarios, sostienen que Biden no debe retirar su candidatura por ser el único que le puede ganar al enjuiciado oponente republicano. A lo mejor tienen razón, pues no es fácil frotar la lámpara de Aladino y que el genio traiga un aspirante que acogido por la Convención Demócrata en agosto, pueda “vender” su imagen en los tres meses que tendría para adelantar su campaña.
Estamos, pues, al borde del abismo, porque un nuevo ascenso de Trump a la Casa Blanca, con botón nuclear a su disposición, traerá graves problemas, no solo para su país sino también para el mundo entero, porque ocuparían la escena política universal tres sujetos impredecibles: el simiesco gringo, el ruso y el chino.
Que Dios nos tenga de su mano, y oremos para que el credo católico que Biden profesa le ayude a sortear exitosamente el difícil trance en el que se halla.
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‘Cuando los hijos se van’ es una vieja película mexicana que en mis años de infancia veía una y otra vez, pues con frecuencia era proyectada en la pantalla del Teatro Sarmiento de Tuluá, y siempre me ‘emperraba’ a llorar, pues don Fernando Soler y doña Sara García, dos grandes del cine azteca, eran los progenitores que sufrían la ausencia de los hijos.
A mi avanzada edad, ya no son los hijos los que se marchan , sino los nietos y nietas. Hace dos días se fue a Barcelona, luego de cortas vacaciones, María Antonia, la menor de las nietas, y aún sabiendo que allá adelanta con éxito la carrera profesional por ella escogida, el corazón se me encoge y los ojos se encharcan.
Habría que filmar una nueva versión, ahora con el título ‘Cuando los nietos y las nietas se van’, pero ya no están don Fernando y doña Sara.