Por esta vez la crisis se medio superó, evitando las peores consecuencias, pero dejando territorios marcados, heridas abiertas y futuro incierto. Más allá de la diversificación de las relaciones exteriores en Bogotá, aún prevalece el Respice Polum, esa expresión con la que el presidente Marco Fidel Suárez se refiriera a la relación que debía mantener Colombia con la gran potencia del norte. Fue Suárez el recipiente del cheque de los 25 millones de dólares con los que Colombia ‘olvidaba’ el manotazo a Panamá, entendiendo nuestro país que era mejor amistarse con el ‘gordo del patio’ que ‘hacer pucheros’.

A pesar de altibajos y crisis, la relación de Colombia con Estados Unidos ha marcado nuestra política exterior por más de un siglo. Desde la extensa cooperación militar de Estados Unidos a Colombia, el protagonismo de sus embajadores en la vida nacional, las exportaciones mayoritariamente hacia el Norte, el interés por todo lo que allá ocurre, el hecho que artículos sobre Colombia en el New York Times o el Washington Post reverberen ampliamente en medios políticos e informativos de Colombia, hasta la extensa influencia cultural, hacen de Estados Unidos nuestro mayor referente externo. Gran parte de las élites colombianas se han preparado por décadas en universidades de Estados Unidos y han salido de colegios americanos en el país.

Fuimos el único país de América Latina que participó en la guerra de Corea bajo el comando de Estados Unidos, un hito en las relaciones militares entre ambos países. El batallón Colombia 3 hace parte de la fuerza multinacional de paz liderada por Estados Unidos, desplegada en el Sinaí desde 1982 tras los acuerdos entre Israel y Egipto. Durante los años del Plan Colombia, nuestro país fue el tercer mayor recipiente de ayuda americana, llegando esta a totalizar más de 10 mil millones de dólares entre 2002 y 2015.

Para el país ha sido muy beneficiosa su relación con Estados Unidos en los ámbitos económico, financiero, tecnológico, cultural, militar, político, judicial, académico y diplomático. El progreso que ha experimentado Colombia en las últimas décadas se debe en buena parte a esa relación especial. Queda la duda de la utilidad de la guerra contra las drogas, sobre lo cual no existe consenso global.

El pasado domingo de ‘pasión’ las relaciones experimentaron su peor crisis desde el gobierno Samper, en que al mandatario del 8000 le tocó a regañadientes aceptar las imposiciones de Washington, entre otras revivir la extradición. Esta vez el garrote de Trump venía duro y afectaba a millones de compatriotas, ya sea por la visa, o su empleo en sectores altamente dependientes de las exportaciones al Norte como las flores, café, confecciones y otros. La diplomacia del ‘twiterazo’ del presidente Petro, que socava los canales institucionales de la política exterior, ha sido perniciosa en nuestros vínculos con países amigos como Argentina, Perú, El Salvador e Israel, a los que se agregó nuestro principal socio comercial y en seguridad.

Esos frondosos canales diplomáticos y personales que mantiene Colombia con Estados Unidos, tanto a nivel oficial como privado, hubieran servido para asegurar un trato digno a los colombianos deportados sin necesidad de generar una crisis en la que las cartas se destaparon teniendo ellos el ‘póker de ases’. Las expresiones ‘dignidad’ y ‘soberanía’, propagadas por las bodegas y algunos seguidores del gobierno, sonaron vacías e inocuas.

Con la administración Trump habrá más desavenencias y medidas que afectarán a Colombia, especialmente en los temas de cooperación a todo nivel. Será el gran reto de la Cancillería y el Presidente enfrentarlas con prudencia y diplomacia. Twitter, o como se llama ahora X, poco ayudarán.