El cambio de año tiene algo especial. Es como si la vida se detuviera unos minutos y nos invitara a reflexionar sobre lo pasado, a la vez que nos da la oportunidad para proyectarnos al futuro. Es un momento que invita a mirar atrás con honestidad y a soñar con lo que está por venir. Diciembre tiene esa mezcla de nostalgia y esperanza. Donde recordamos aquellos que ya no están con nosotros, compartimos con la familia y los amigos, y también nos permite ese momento de reflexión sobre lo que realmente importa y hacia dónde queremos encaminar nuestras vidas.

Los propósitos de Año Nuevo suelen girar en torno a metas concretas: ahorrar, viajar, aprender algo nuevo. Aunque estas aspiraciones son valiosas, cada vez es más evidente la necesidad de ir más allá de lo tangible. Al igual que enfocarse en el hacer o el tener, resulta vital priorizar el ser. Ese espacio interior, muchas veces relegado, define la manera en cómo habitamos el mundo y se convierte en el eje central para que podamos encontrar plenitud.

En un mundo que exige velocidad y resultados, cultivar el ser es un acto de resistencia. Dedicar tiempo a lo esencial —la familia, los amigos y los momentos que dan sentido a la vida— es fundamental. Optar por más tiempo para esos momentos de conexión auténtica es una decisión que no solo desafía la rutina, sino que redefine prioridades. Esta es una invitación para que el 2025 sea un año para estar más presentes, escuchar sin prisa y valorar los detalles que pasan desapercibidos en el trajín diario.

Algunos compromisos concretos pueden ser vehículos para este propósito más amplio. Más allá de las creencias de cada cual, participar en espacios de recogimiento, no necesariamente como un acto religioso, sino como un momento de conexión y silencio, puede ser clave. Agradecer, pedir guía y reconectar con lo trascendente ayuda a anclar el día a día en algo más profundo.

El cuidado del cuerpo es otro pilar fundamental. Hacer ejercicio, no como una obligación, sino como una expresión de cuidado y amor propio, ayuda a equilibrar mente, cuerpo y espíritu. Caminar y respirar profundamente son herramientas que nos ayudan a liberar tensiones, recargar energía o simplemente a ser conscientes de que estamos aquí, vivos. Todo esto es un recordatorio de la vitalidad que muchas veces se da por sentada, pero que se nos puede escapar con gran facilidad.

Sin embargo, el desafío más grande radica en encontrar tiempo y voluntad para cumplir estos propósitos. La vorágine cotidiana tiende a empujar hacia lo urgente, relegando lo importante. Simplificar, soltar lo que no suma y abrirse a lo que enriquece no es solo un ejercicio práctico, sino un acto de profunda intención.

Que el 2025 sea un año para priorizar las relaciones auténticas, cuidar la salud y profundizar en la espiritualidad. Un año para dar más abrazos, escuchar con mayor atención, para dar las gracias y vivir con propósito. Porque, al final, el tiempo dedicado a la familia, a los amigos, a uno mismo y a las experiencias significativas es lo que permanece en el alma.

Recibir el nuevo año con el corazón abierto es un acto simbólico para cerrar ciclos y a la vez, un compromiso con la autenticidad, la humanidad misma y la consciencia del hoy, para proyectar el mañana con fe e ilusión. Recibamos este año nuevo no solo como un cambio de una página más, sino como una oportunidad para escribir una historia mejor, abrir nuevos caminos y que estos permitan convertirnos en mejores seres humanos. Este será mi propósito para este año que comienza.

A todos los que leen esta columna les deseo un 2025 lleno de paz, bienestar y prosperidad. Que sea un año extraordinario para todos.