Sin demeritar todos los logros en la COP16, que sin lugar a dudas, marca un antes y un después para nuestra amada Cali, quiero hacer referencia a una excelente columna de Eduardo José Victoria, en la que se anticipaba al posible discurso del señor Petro en la inauguración de la COP16. Después de escuchar las palabras de inauguración de nuestro presidente en este magno evento, creo que nuestro querido columnista se quedó corto.

Todos esperábamos un discurso que ofreciera estrategias y compromisos concretos a nivel gubernamental para combatir la crisis climática. Pensábamos escuchar sobre su apoyo decidido a la reducción de desechos, la formalización del reciclaje, las campañas de reforestación, la protección de los suelos, la inclusión de una cátedra sobre cambio climático en los currículos escolares, o el fomento del financiamiento para empresas que lideren proyectos para mitigar los impactos climáticos, entre otras ideas que caben perfectamente en un evento como la COP16.

Lo que escuchamos fue muy diferente. El presidente abordó, como es su costumbre, temas inesperados, entre ellos, el Armagedón. Término que proviene de la Biblia y se refiere a la batalla final entre el bien y el mal. Para Petro, parece que el fin de los tiempos está cerca, y todo esto se articula con la tecnología moderna. Después de afirmar que los indígenas de Tayrona lo habían proclamado “el presidente del corazón del mundo”, añadió que “nuestra lucha era por la vida”. Esto sirvió de antesala a otra de sus afirmaciones: “la bandera revolucionaria hoy se llama vida”.

Su discurso se volvió más controversial cuando afirmó que “son ilusos los que piensan que el mercado libre puede llevar a la maximización del bienestar” y que “la libertad mercantil que pregonan y gritan, lleva a la máxima esclavitud y la vida misma está condenada a desaparecer.”

La postura del Presidente en contra de las libertades quedó clara cuando mencionó que “hay que regular el mercado y que quienes gritan libertad son esclavistas”. Su comentario sobre el mercado se tornó confuso al decir que “el comprador es un espectro de la muerte”. Este concepto es difícil de entender, ya que el comprador es quien demanda bienes o servicios, sin relación aparente con la muerte.

Sentí vergüenza ajena al escuchar un discurso cargado de resentimiento hacia quienes trabajamos para construir un mejor país a través del esfuerzo, la dedicación y la pujanza de un pueblo. Las nociones económicas del Presidente dejaron perplejos a muchos, como cuando afirmó que “no puede existir el riesgo como medida a la tasa de interés y así tasar los préstamos”. Y su hipótesis de que “solo cambiando el riesgo país por acción climática, podemos financiar el plan que detenga en el planeta la crisis climática”, parece una idea que bien podría concursar por un Nobel de Economía.

Pero me sorprendió aún más los aplausos del público y que ningún asistente se levantara para solicitar una respetuosa aclaración sobre cualquiera de sus afirmaciones.