Hace casi un mes las ceibas de Cali y el Valle nos están regalando a todos su más preciado tesoro. Su florescencia en copos de algodón, sus kapok que se desgajan con el viento y cubren el suelo de motas de lana. Jamás las había visto en semejante esplendor, como gigantes dando a luz sus hijos para que los recojamos y tengamos la materia prima más bella y delicada. Se me hace un nudo en la garganta de tristeza y rabia al comprobar día tras día que nadie se toma el trabajo de guardarlas y distribuirlas, colchones, almohadas, camisas, infinidad de usos, fuente de trabajo para hilanderos y artesanos.

Nadie las ve. Nadie mira hacia arriba para presenciar estos milagros de la naturaleza. Estamos siempre como las gallinas mierderas, buscando en el suelo las cagarrutas. Tampoco estamos mirando esos cielos prístinos, sin polución, ni los pájaros que revolotean sin miedo y cantan alegres sin tumultos de gente que los atemoriza. Antier vi un aguilucho sobrevolar la piscina desierta para tomar agua, jamás se habían atrevido. Y los azulejos ya en manada, celebrando nuestra ausencia.

Delfines que surcan la bahía de Cartagena, la cloaca más grande del Caribe. Unos zorros en las calles bogotanas, un oso de anteojos en Subachoque, multitud de mariposas amarillas buscando esas pequeñas flores rojas que las alimentan. Una iguana verde brillante paseándose por la zona verde del condominio.

No nos metamos mentiras. El coronavirus nos lo hemos estado buscando hace muchísimos años, día tras día, hora tras hora, sintiéndonos los reyes del universo, con el derecho a acabar hasta con el nido de la perra, hipnotizados por el consumo, por fabricar cosas desechables que nos obligan a reponerlas a cada rato, autos y más autos, los últimos modelos hay que tenerlos así no podamos avanzar ni un metro por el atasque.

El coronavirus somos nosotros. Los animales más sucios del planeta.
Asesinando la fauna marina a punta de plástico y mercurio, envenenando los ríos, derritiendo glaciares, deforestando los bosques que son nuestro oxígeno, incendiando montañas y praderas, intoxicando pollos con hormonas, clonando ovejas, destrozando todo lo que nos rodea, porque todo gira alrededor del dinero y lo demás vale huevo. Y lo que vale huevo es el dinero, la obsesión de producir y producir para atesorar y atesorar, inventando guerras para vender armas, usando pesticidas para envenenar los campos.

Y ahora encuevados como las ratas que somos. Personalmente me inclino ante la naturaleza, que no se deja y nos mandó un mensaje perentorio, a través de un murciélago o de cualquier otro mensajero. O paramos y cambiamos o nos vamos. No valen los Trump ni los Putin, ni los Reyes, ni los que creen que tenían el mundo en sus manos. No tienen nada. Tienen pánico y ahora, como en los inicios del Sida, dejarán morir miles más mientras pelean el invento de la vacuna.

Dedico unas horas diarias a mirar programas de la naturaleza con reverencia. Somos su plaga. Ojalá este aviso nos haga reaccionar. Que se apaguen chimeneas, que no rujan más aviones por un tiempo, que no empaqueten seres humanos en cárceles disfrazadas de cruceros. Que nos quedemos quietos para que el Planeta y nosotros, más humildes, podamos de nuevo respirar. Curioso que este virus ataque solo los pulmones. También nosotros estábamos o estamos asfixiando la Tierra.

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PD.
Recuerdo un expresidiario que se recuperó en Alcohólicos Anónimos hace años. Enorme, rapado, tatuado. Con lágrimas en sus ojos nos compartió que en la celda estaba encerrado con su peor enemigo. Estaba sólo con él mismo. ¿Nos suena?