En el principio de la música, miles de años antes de nuestra era, las mujeres eran las encargadas de tocar el tamboril o pandereta o tambor de mano. Era el símbolo sagrado de los latidos del corazón, los que acompañaban el ritmo del latir de las células en los vientres de las futuras madres.
Layne Redmond fue su investigadora, su intérprete, la que escribió libros sobre esta música sanadora y dedicó su corta vida a enseñarnos a escuchar, meditar y dejar entrar en nuestros cuerpos esta música. Su más famoso libro ‘When the drummers were women’ nos lleva a descubrir misterios que a su vez nos llevan a soñar. Les comparto este párrafo, intangible y misterioso, tranquilizador en esta época turbulenta y sin valores.
“Dicen que lo primero que oímos en el útero son los latidos del corazón materno. En realidad, lo primero que suena y hace que vibre el aparato auditivo recién formado es el pulso de la madre en la sangre que corre por sus venas y arterias.
“Vibramos al son de este ritmo primordial antes incluso de tener oídos para oírlo. Antes de ser concebidas, existíamos de manera parcial en forma de óvulo en el ovario materno.
“Todos los óvulos que la mujer llevará dentro se forman cuando es un feto de cuatro meses en el útero de su madre, lo que significa que nuestra vida celular en forma de óvulo empieza en el útero de nuestra abuela.
“Todas pasamos cinco meses en el útero de nuestra abuela, quien a su vez se formó en el útero de su abuela. Vibramos con los ritmos de la sangre materna antes de que nuestra madre haya nacido”.
Esto me lleva a soñar, sobre todo en este lunes de silencio, en que somos la continuación de muchas, muchas vidas que desde los tiempos inmemoriales nos están alimentando y regalándonos esa posibilidad de vivir. Óvulos privilegiados que escucharon el latir de la sangre de sus ancestros. Por ellas, las mujeres eran las únicas que podían tocar el tamboril.
Pienso en todos los latidos que han vibrado hasta llegar al mío que también latió para mis nietos. Doy gracias a Dios, a la vida, al sol. No creo en la muerte porque los que ya partieron nos legaron su música interior que sigue transmitiéndose, generación en generación.
Me siento parte de la humanidad, hermana de mis hermanos desde el comienzo de la vida. Por eso cada día más me afirmo en que la vida es sagrada, única, irrepetible y no concibo que Colombia siga regada en sangre, venga de donde venga.
Y como me llegó en un mail, ”brindo por los abuelos, padres, tíos, primos. Por los amigos y amores que se dieron tan de mañana. Ya son polvo de estrellas pero se mantienen en nuestro corazón. Gracias. Perdón. Los quiero. Brindo por aquellos que dejaron de ver nuestros ojos y nosotros los suyos, por aquellos que el corazón les falló y dejaron de escribir notas en la partitura de nuestras vidas; por aquellos que pudieron ser felices y murieron luchando por conseguirlo; por aquellos que no llegaron a serlo, y por aquellos que murieron con una sonrisa en la cara tras años y muchos recuerdos vividos”.
Escuchemos el latir de nuestras venas y esa música acompasada del corazón. Así no moriremos jamás. Mirémonos de frente y aceptemos que somos una misma familia global. Tratemos de ser luz en este instante que vivimos en el cosmos. Podemos lograrlo. Al menos, podemos intentarlo.
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PD. No entiendo muy bien la diferencia entre el día de los muertos y el dia de los santos. Por favor, que alguien me explique. Bienvenido noviembre. ¡A ver cómo nos comportamos!