Pagar trescientos pesos más por el pasaje del MÍO es sentir no solo un golpe en el bolsillo sino también en el corazón. Como usuario del sistema o mejor como ‘persona en situación de MÍO’ no entiendo un alza de ese valor así, de golpe, por un servicio que deja tanto que desear, y no solo por la falta de pertenencia de algunos usuarios, sino por la falta de interés del gobierno local y de muchos operarios de Metrocali en que el MÍO funcione, perdure y le preste un buen servicio a la ciudad.
En las grandes urbes los sistemas de transporte son la columna vertebral y la identidad de las mismas. El metro de Moscú con sus estaciones de lujo llenas de arte; los buses rojos de dos pisos y los taxis londinenses; el metro de Nueva York y el subterráneo de Buenos Aires, por mencionar algunos entre muchos, son espacios donde también palpita la ciudad y su cultura. ¿Y qué tenemos los caleños en nuestro sistema? Buses destartalados luego de 14 años de uso continuo y sin renovación a la vista, un servicio alimentador escaso, inseguridad por la falta de vigilancia en las estaciones, ventas ambulantes y mendicidad.
Contrasta con esto el esfuerzo de los conductores que tienen que soportar los regaños y reclamos de los usuarios que no tienen a quien más acudir para descargar la frustración de un mal servicio; con paciencia y aguante escuchan insultos y son víctimas de agresiones. En el MÍO se puede observar un fenómeno social donde la rabia y la desconfianza son el reflejo de la salud mental de Cali.
Somos una ciudad de esquizofrénicos y el MÍO lo comprueba con sus mendigos, cantantes de rap y de lo que sea, pastores, vendedores y desventurados de todo tipo que se disputan la buena voluntad de los pasajeros al mismo tiempo en todas las rutas. Una ciudad psicótica con sus motociclistas invadiendo a toda velocidad los carriles exclusivos, realizando piques y maniobras entre los articulados por la Calle 15 para luego lanzar piedras y amenazas a los conductores que se atreven a reclamar la falta de cordura.
El MÍO, al igual que todos los sistemas de transporte masivo del mundo, refleja lo que pasa en la ciudad. Qué bien si alguna de nuestras universidades le ha realizado un estudio sociológico, antropológico o psiquiátrico porque es un cuerpo enfermo que tiene los mismos síntomas de Cali. Ramón Pineda profesor de narrativas urbanas en la universidad de Antioquia define al elogiado transporte de Medellín como un sistema ‘contenido’ en el que el buen comportamiento y la pulcritud corresponden al eslogan de la cultura metro, pero que contrasta con la aventura de sobrevivir fuera de sus estaciones. Aquí sucede lo contrario, fuera de las estaciones del MÍO Cali se vende como la capital de la rumba y el deporte y dentro de ellas se vive de manera soterrada la crisis de valores que transforma silenciosamente su identidad.