La dinámica del ya famoso Consejo de Ministros transmitido en tiempo real por televisión mostró, más allá de la precaria ejecución de los programas de gobierno y como dicen en coro el incumplimiento con los compromisos del Pacto Histórico con el pueblo, el peso que tienen personas, los sujetos y los individuos y su psiquis, la salud mental, sobre las decisiones que toman. Algo dramáticamente grave cuando se trata del poder, de la capacidad de dominar a los demás.
De allí que su comparación con los realities de televisión no es caprichosa ni caricaturesca porque las cinco horas en vivo y en directo desnudaron la condición humana de unos protagonistas atrapados por su emocionalidad como ocurre en las encerronas de los concursos televisivos.
En este caso no se trataba de una situación creada artificio en un estudio para alborotar la pugnacidad o los sentimientos encontrados que manejan los seres humanos sino la reunión de una veintena de funcionarios que manejan el Poder Ejecutivo y su millonario presupuesto del que depende la suerte de millones de colombianos, liderados por un personaje que sin ambages no dudo en reconocer de manera desafiante: quien me acompaña, Armando Benedetti, está aquí porque tiene la virtud de ser loco.
Loco porque no tiene sindéresis, porque no distingue entre el bien y el mal, porque camina siempre en el filo de ilegalidad, porque sabe mentir y olvidar sin remilgos, porque trompea a su mujer una y otra vez y luego se humilla con falso arrepentimiento, porque la embarra y no escarmienta y se publicita en sus redes como el superhéroe, porque cree que todo lo puede y nada pasa y más cuando es el propio Presidente quien se encarga de empoderarlo y hacer de su delirio una certeza. Y es este el personaje que va a mandar al lado de Petro.
Con ese agravante es poco más lo que puede decirse de lo que ocurrió esa noche que confirmó que la condición humana, la psiquis, pesa mucho más que las ideologías, los propósitos recogidos en el llamado Proyecto. Nos enfrentamos atónitos al espectáculo de un colectivo dominado por la fuerza de un mesiánico convencido de ser un transformador de la humanidad.
Un presidente, a quien sus subalternos le confiesan públicamente que lo aman y se les quiebra la voz cuando advierten cualquier posible ruptura donde impera el lenguaje de las traiciones, las dobles agendas, las recriminaciones, las segundas oportunidades; una emocionalidad desbocada salpicada de rabia y rencor, pero donde manda la sumisión frente una personalidad narcisista que reacciona con una ira controlada cuando se le contradice o cuestiona, con el único propósito de destruir al interlocutor necio y atrevido que osó contradecirlo.
Estamos frente al ascenso de un autoritarismo desbocado en el mundo en manos de una caterva de locos lúcidos –a decir del psiquiatra Carlos Climent- rebosantes de poder como Trump, Putin, Xi Jinping, Netanyahu y en las latitudes criollas Milei, Bukele, Ortega, Maduro, Petro que envueltos en su retórica confundidora avanzan acompañados por un séquito de abyectos dispuestos a ir hasta al final y dar la vida por El Proyecto; aquel que cada gobernante define como un iluminado que aplasta con determinación a quien no lo acompañe en lo que llama propósito superior. Mentes que terminan atrapadas por el poder capaces de conducir al abismo, un abismo que por el momento es difícil de imaginar, así como dimensionar su alcance destructivo.