Al leer la feroz diatriba que Ramiro Bejarano le dedicó a Alfredo Carvajal, le queda a uno la sensación de que al abogado bugueño se le cruzan los cables y al escribir una columna periodística actúa como si estuviera en los estrados judiciales. Pueda ser, por el bien de sus clientes, que no le ocurra lo contrario y cuando esté frente al juez le dé por actuar como columnista.¡Qué ferocidad con la que Bejarano contestó la alusión que hizo Carvajal al aparte del libro de Enrique Gómez en el que se afirma que, en su entonces condición de Director del DAS, amenazó a Santiago Medina y que le prometió beneficios si no declaraba contra el ex presidente Samper!En su alegato de defensa, Bejarano desempolva unas versiones que no vienen al caso acerca de una reunión de empresarios con Simón Trinidad y otras ridiculeces igualmente fuera de lugar. Mejor dicho, su estrategia jurídica no estuvo dirigida a demostrar que lo que se dice en el libro de Gómez no es cierto, sino a quitarle legitimidad a quien escribió esa especie y a quien la reprodujo en una columna.Eso, insisto, en un proceso jurídico debe ser válido, pero en un escrito periodístico deja la sensación de falta de argumentos para defenderse. A Bejarano le sobraron los epítetos y las historias con las que quiso empañar la trayectoria de uno de las personas más apreciadas en Cali. La gente conoce la hoja de vida de Carvajal y por eso no le da credibilidad a las rebuscadas sindicaciones de Bejarano. Con lo cual, quien quedó mal con esos señalamientos no fue el acusado sino el acusador.Con este escrito visceral, Bejarano les da la razón a quienes lo consideran un ser intransigente, rencoroso y obsesivo. Que jamás debió aceptar un cargo oficial, y menos el más cuestionado en el gobierno más cuestionado, sino estaba dispuesto a que sus actuaciones fueran sometidas al escrutinio público.Porque, como jurista que es, él debe tener muy claro que la Corte Constitucional ha repetido en diversas sentencias que el ámbito privado de quienes se dedican a la vida pública es casi nulo. Y que por ende, todos sus actos pueden y deben ser controvertidos.Así se tulla de la rabia, a Bejarano le seguirán recordando su condición de predecesor de María del Pilar Hurtado y de Jorge Noguera en la entidad más desprestigiada del país. Y para colmos, en el gobierno de Ernesto Samper.Si de obsesiones se trata hay que ver la que tiene con el gobernador Francisco Lourido al que en el fondo no cuestiona por el lío que tiene su familia con un predio en Yumbo, sino por ser cercano a Angelino Garzón. Porque Bejarano tiene un enfrentamiento personal con el actual ‘vice’, desde que él era abogado de la firma que construyó la carretera Cali Candelaria y Angelino era gobernador del Valle.En ese conflicto siempre le dí la razón a Bejarano, porque consideré que Angelino, por populista, desconoció unos derechos claros de ese contratista e hizo incurrir al departamento en unas obligaciones mucho mayores.Pero en lo que sí no puedo darle razón es en que use su columna para tratar de intimidar como abogado a quienes se atreven a cuestionar sus actuaciones como servidor público.