Primer caso reportado: Cali 15 de marzo, Medellín 9 de marzo; casos confirmados: Cali 967, Medellín 273; fallecidos: Cali 50, Medellín 3.
Estas son las cifras de contagio de Covid que se han registrado, hasta ayer, en la Capital del Valle y en su homóloga de Antioquia. En casos confirmados de contagio los triplicamos y en fallecidos les sacamos una diferencia de 47.
Cifras tan preocupantes nos tienen que llevar a preguntarnos por qué esas diferencias tan abismales. Hay razones de planeación, en Medellín comenzaron a planificar la forma como iba a manejar la pandemia desde el 27 de enero, o sea, más de un mes antes de que se presentara el primer caso de contagio en Colombia. Ignoro en Cali cuándo se comenzó a diseñar la estrategia, pero presumo que fue poco antes de que se registrara el primer contagiado en la ciudad.
En Medellín decidieron aislar a todo sospechoso de padecer el mal, para evitar que contagiara a sus allegados, mientras en Cali, sobre todo al principio, solo cuando se confirmaba el contagio se aislaba al paciente.
Pero más allá de esas razones estratégicas, que son atribuibles al manejo que en una y otra ciudad les han dado las autoridades, estoy convencido de que la razón para que en Medellín les esté yendo mejor con el manejo de la pandemia es, sobre todo, cultural.
Todos los habitantes de Medellín, ricos y pobres, se sienten orgullosos de su ciudad. Hay sentimiento de pertenencia y también saben trabajar en equipo. Sin duda, ello incide cuando se trata de tomar medidas que movilicen a la gente.
Cali, en cambio, es una ciudad partida por la carrilera del tren que la atraviesa: al oriente hay una ciudad y al occidente, otra. La ciudad, no se puede desconocer, ha hecho grandes esfuerzos para darles una mejor calidad de vida a los habitantes del oriente, sobre todo del distrito de Aguablanca.
En materia de infraestructura, las mejorías son innegables: la mayoría de las vías están pavimentadas; disponen de buenos servicios públicos, se han hecho colegios y parques...
En donde fracasamos como caleños es en integrar a la gente que vive en el oriente. Ellos no se perciben como caleños (cuando van al centro de la ciudad dicen “vamos a Cali”). Además, una es la Cali pobre y negra de donde salen los futbolistas y las empleadas del servicio, y otra es la Cali blanca y rica de donde surgen los ‘doctores’.
Resultado: en una Cali se respeta la cuarentena y en la otra se la parrandean. Es natural, muchos de quienes habitan la ‘Cali negra’ no se pliegan a la autoridad ni a lo que esta dispone.
Por eso, no es raro que se resistan a acatar las medidas que la Alcaldía ha tomado para contener la expansión del coronavirus. Y no es de extrañar, tampoco, que el pasado fin de semana la Policía haya tenido que desmontar 40 fiestas. Lo peor de todo es que estamos repicando ese mismo fenómeno en las laderas de la ciudad.
Durante años, quienes vivimos en la ‘Cali blanca’ no hicimos nada para integrarnos con la ‘Cali negra’. Al contrario, los discriminamos de mil formas. Y ahora nos rasgamos las vestiduras porque esa gente se pasa por la faja el aislamiento obligatorio.
Estamos comiendo de nuestro cocinado. Solo cuando rompamos la brecha que separa a las dos Calis y construyamos una ciudad en la que quepamos todos, tendremos una sociedad sana y podremos esperar que todos los caleños crean en la ley y la acaten.
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