En medio de la atroz pandemia que nos cayó del cielo y de la consecuente crisis económica que esta ha causado, buena parte de los concejales de Cali y de la comunidad se ha trenzado en un par de discusiones inanes y estériles, en lugar de preocuparse de los problemas reales que nos agobian.
La primera polémica tiene que ver con el nombre que se le ‘debe’ dar al puente que se está terminando en la calle 100, al sur de la ciudad.
Un grupo de concejales propuso rendirle un homenaje a la recientemente fallecida Clementina Vélez y bautizar esa obra civil con el nombre de la ‘dama de hierro’.
Y quién dijo miedo. Algunos contradictores de ‘Clema’ y vecinos del sitio donde se levanta el puente pusieron el grito en el cielo y consideraron una afrenta que se le diera a esa obra el nombre de la dirigente liberal.
Hay que decir que la mala imagen que padece nuestro Concejo contribuye a que muchos caleños no quieran que se le rinda homenaje alguno a nadie que haya formado parte de esa corporación.
Quienes se oponen a que al puente se le dé el nombre de Clema han propuesto que se bautice como el puente de la Zarigüeya, animal endémico de la zona y que al parecer ha sufrido mucho con estas obras.
Yo no tengo nada ni contra Clema, con quien tuve una buena relación y creo que sin ser una santa sí hizo mucho por esta ciudad, ni mucho menos contra las zarigüeyas. Contra lo que estoy es que se arme semejante debate por el nombre de un puente que no es ninguna obra de arte sino simplemente una solución a la movilidad del sur.
Que obras monumentales como el Golden Gate, el puente de Brooklyn o el Alejandro III tengan nombre propio se entiende porque además de mejorar la circulación, son hitos de arte y de ingeniería.
Así que la mejor solución para esta absurda polémica es que dejen el puente sin bautizar y que la gente lo llame como quiera.
La otra discusión estúpida que ha surgido en Cali la armó el concejal Terry Hurtado, que aparte de volver añicos el carro que le dio el Concejo ha dejado poca huella en esa corporación.
Pues al buen Terry se le ocurrió proponer el retiro de la estatua de Sebastián de Belalcázar del sitio que ocupa hace más de 50 años.
Argumenta Terry que Belalcázar era un esclavista y un perseguidor de indios y que por lo tanto no merece ningún homenaje. Vaya estupidez.
Primero, Belalcázar era un hombre de su tiempo y juzgarlo con los ojos de hoy, 500 años después, es absurdo.
Si nos vamos a poner a averiguar el prontuario de los personajes a los que les han hecho una estatua, no va a quedar un monumento de esos en Cali.
A Bolívar lo podían bajar de su pedestal por sus pretensiones dictatoriales; a Santander lo podían archivar por haber participado en un complot para asesinar al libertador. A Cristo Rey, los agnósticos y quienes profesan religiones diferentes a la católica podían exigir que lo bajaran de su cerro. Y hasta al gato del río lo podíamos desmontar porque bien es sabido que esos animales transmiten una peligrosa enfermedad llamada Toxoplasmosis.
Terry, por favor coge oficio y entiende que esos monumentos son unos emblemas de la ciudad que la identifican y la distinguen.
Y en vez de generar discusiones y problemas plantea soluciones a los mil líos que tiene nuestra ciudad.
Sigue en Twitter @dimartillo