Un acuerdo es bueno y justo cuando las partes que lo suscriben se benefician por igual del mismo.

En el caso de los acuerdos de paz, de cuya firma se conmemoran cinco años, hay que decir que ese acuerdo fue muy bueno para las Farc, pero pésimo para el Estado colombiano.

Los cabecillas de las Farc se ganaron la lotería. De vivir en el monte huyéndole a la Justicia pasaron a ocupar una curul en el Congreso. Es decir, Carlos Antonio Lozada, Pablo Catatumbo y compañía tuvieron, como premio por sus crímenes, una jubilación dorada, con una ‘pensión’ de $35 millones mensuales.

Además, no pagaron ni un día de cárcel, ni entregaron los bienes que prometieron (ofrecieron bienes por valor de $1 billón y apenas han entregado el equivalente a $6000 millones).

Gentil Duarte y el Paisa resolvieron pasarse por la galleta el acuerdo y siguen delinquiendo a sus anchas. Normal, ellos aún no están en edad de jubilación. Iván Márquez se devolvió al monte porque sabía que podía terminar preso por haber continuado traqueteando después de la firma de 'la paz’.

Del otro lado, el Estado que conformamos todos los colombianos, no ganó nada. El principal objetivo que era acabar la violencia, o al menos llevarla a sus justas proporciones, no se cumplió. El Cauca, el Catatumbo y demás territorios donde las Farc hacían de las suyas, siguen sumidos en la violencia.

Con un agravante: antes los habitantes de esas zonas rojas sabían que las que mandaban eran las Farc. Pero ahora no saben a quién obedecerle: si a las disidencias de las Farc, al Clan del Golfo o al ELN.

La falla de fondo de esos acuerdos es que se hicieron para atacar las consecuencias del problema y no sus causas. Y la causa no es otra que el narcotráfico. Mientras ese negocio ofrezca las ganancias que ofrece habrá alguien dispuesto a jugársela toda por quedarse así sea con las migajas de esa actividad.

Paradójicamente, mientras el gobierno Santos se empeñaba por firmar la paz con las Farc, bajó la guardia en la lucha contra el narcotráfico. Consecuencia: los narcocultivos pasaron de ocupar 60.000 hectáreas a 200.000, lo que agravó la causa de la violencia..

Es muy difícil que un campesino que se mete a cultivar coca o marihuana pueda salirse de ese negocio. No solo por la rentabilidad que ofrecen esos cultivos y porque tienen garantizados los compradores, si no porque al que se atreva a dar ese paso puede pagar con su vida esa osadía, los dueños de ese negocio no están dispuestos a quedarse sin la materia prima.

Los defensores de los Acuerdos dicen que estos acabaron con la violencia política. Lo cual le importa muy poco a los habitantes de las zonas golpeadas por ese flagelo. Para ellos la violencia no tiene apellido.
En resumen, el grueso de los colombianos tenemos muy pocas razones para celebrar, así venga el Secretario de la ONU o el Papa a decirnos bellezas.

La paz no ha llegado y no llegará hasta que no se acabe el negocio multimillonario del narcotráfico. Por cada capo que capturen, den de baja o se jubile, habrá diez ‘paisas’ y diez ‘Gentil Duarte’ dispuestos a todo por controlar ese negocio.

PD: Los acuerdos no nos trajeron la paz pero si nos dejaron un premio Nobel en cabeza de Juan Manuel Santos. Él es otro ganador de ese proceso.

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