En medio del mar de errores, tropeles, desarreglos institucionales y tantas fallas más, al actual gobierno nacional se le pueden reconocer dos aciertos. El primero de ellos es, sin duda, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela, en mala hora suspendidas por el gobierno del expresidente Iván Duque.
Parece ser que la causa de esa decisión fue la afinidad de nuestro actual Presidente con la dictadura chavista de Nicolás Maduro, pero la realidad es que esa medida coincidió con los dictados del sentido común. No se puede pelear con un vecino que comparte más de 2.000 kilómetros de límites con nuestro país. Se trata además de una frontera viva y llena de imbricaciones.
El otro acierto tampoco nació de un análisis sereno, sino que proviene de esa extraña rivalidad de nuestro actual jefe de Estado con el alcalde Carlos Fernando Galán. Algunos dicen que el primer mandatario nunca ha dejado de sentirse alcalde de la capital. Rivalidad o no, lo cierto es que como lo ha dicho el Gobierno Nacional Bogotá no puede seguir creciendo.
El asunto tiene un nombre: la falta de agua. Los casi 10 millones de personas que habitan en la Bogotá ampliada están muy limitados en cuanto al acceso al agua. Este año las fuentes del recurso hídrico se han visto por debajo de sus niveles normales. Hay racionamiento de agua en la capital.
La presión de los desarrolladores de tierras en Bogotá es muy grande y ha llevado al Distrito a tratar de socializar medidas francamente absurdas como la de perforar el suelo para encontrar a unos 2000 metros de profundidad acuíferos importantes. ¿A qué costo? ¿Cuánto tiempo durará el suministro?
El actual gobernador del Atlántico Eduardo Verano, muy respetado, viene denunciando desde hace años que para un país de las proporciones y tamaño del nuestro es inentendible que el 80 % de los recursos nacionales se manejen desde la capital. Es decir, que además de enorme centralismo hay gran concentración.
Acaba de aprobarse en el Congreso el Acto Legislativo que reforma el Sistema General de Participaciones para elevar paulatinamente hasta un 39,5% la porción que debe transferirse a las regiones.
Que las cosas no pueden seguir manejándose como hasta ahora se ha hecho, lo demuestran los pueblos originarios y su malicia indígena. Los Embera, que se asientan en la frontera entre Chocó y Risaralda, se cansaron hace un par de años de escuchar promesas rimbombantes que nunca se cumplían y se trasladaron en masa a la capital.
La situación del tráfico en Bogotá es caótica y cualquier cierre de vías genera inmensos trancones. Ojalá el Metro de la capital siga su curso para poder desembotellar lo existente hacia finales de esta década. Por ello no debe ni pensarse en el aumento de la aglomeración humana en una ciudad-región sin perspectivas de agua y con trafico imposible.
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Posdata: Se repite en la ciudad alemana de Magdeburgo el atropello criminal que ya había ocurrido en otra ciudad hace varios años. Razón tiene ese país en mostrarse cada vez más intolerante con los migrantes. El actual culpable es un médico saudí, que ciertamente no encaja en el prototipo del islamista radical. Preparémonos para ver una Europa de intolerancia creciente con los migrantes. Y de la mano de los intolerantes llegan los extremistas de derecha.