Cuando los domingos cojo el block rayado para cumplir la obligación semanal de enviar esta columna al periódico, tengo unos minutos de vacilación porque no siempre viene fácil a la cabeza el tema para llenar las líneas.

No sé si ese incordio lo padezcan mis colegas, pero es un trance duro el de escoger lo que presumimos pueda ser de interés para los lectores, que son un porcentaje mínimo de quienes compran los diarios.

Los columnistas de oposición, que son el 90 %, no tienen esa incertidumbre, pues todos tienen un común denominador: echarle vainas al presidente Petro. Si abro cualquier periódico ya sé con antelación lo que saldrá en las páginas de opinión.

Por ejemplo, los domingos en El Tiempo intuyo lo que dirán Germán Vargas, Mauricio Vargas, María Isabel Rueda, Thierry Ways y Néstor Humberto Martínez, quienes enumeran los desaciertos en los que, según ellos, incurre el primer mandatario.

La oposición, y todos los que le sirven, incluyendo en ella sedicentes liberales, cursan una invitación para que regresemos a la Colombia próspera y feliz que hubo hasta el 7 de agosto de 2022, cuando apareció un sujeto filocomunista, que violando todas las impolutas normas de la tradicional política nacional, triunfó en las elecciones, derrotando a ese prócer de exquisito vocabulario que era Rodolfo Hernández.

Tengo que rechazar la invitación, pues no existía tal paraíso hasta la llegada de Petro. Colombia, en más de 200 años de vida independiente, solo ha tenido seis presidentes excelentes; los demás han sido mediocres, y todos los problemas que ahora exigen que Petro resuelva, han estado ahí, y los que abominan del progresismo, nada hicieron por solucionarlos.

Quienes nos atrevemos a mostrar los aciertos de este gobierno, somos tildados de castrochavistas o, en el mejor de los casos, de comunistas. A mí esos calificativos no me desvelan, pues hay hechos que prueban lo que el Presidente y su gobierno han realizado en los 30 meses de su administración.

Es de necios negar que la inflación bajó del 13 % al 5,2 %; que el desempleo descendió del 12 % al 8,2 %; que el dólar que las casandras auguraban que alcanzaría los 7 mil pesos, está estable en niveles de 4300 pesos; que se han entregado 440.000 hectáreas de tierras aptas para la agricultura a campesinos despojados, lo que ha incidido para que ese sector haya crecido un 10 % en 2024; que el café alcanzó precio altísimo para la gran cosecha de más de 14 millones de sacos, casi todos para los mercados extranjeros.

Y no sobra decir que no se han expropiado bienes, ni están encarcelados líderes de la oposición, ni reducidos por medidas oficiales las utilidades de las entidades financieras.

No veo antipetrismo en los estratos 1, 2, 3 y 4. Lo hay, desde luego, en los más altos, porque desean regresar al poder con alguien salido de sus entrañas. Temen que en 2026 el progresismo que encarna Petro pueda ganar la elección presidencial y continuar el proyecto reformista.

La derecha no la tiene fácil para triunfar en la justa de mayo del próximo año. El cambio no es una idea de Petro, sino una necesidad nacional, y devolver lo que se ha logrado, es imposible.

Admiro el discreto encanto de la oposición, que puede marchar insultando al presidente, sin que le pase nada, porque si hay un régimen respetuoso de la democracia, es este.