Exactamente hace un año, el presidente Petro anunció que, por un supuesto bloqueo a su agenda en el Congreso, el país tendría que ir a una asamblea constituyente. Estaba lejos de ser el caso de un gobierno bloqueado y tres meses después el Congreso aprobó su arriesgada y ambiciosa reforma pensional. Sin embargo, el argumento del bloqueo de las élites contra un gobierno popular era fácil de repetir para los defensores de Petro.
La constituyente se volvió una de las principales apuestas del gobierno, aunque nunca se llegó a alcanzar una hoja de ruta definida para su discusión. En cuestión de meses, esa propuesta que tanto dividió a la ciudadanía se quedó en nada y su ejecución fue abandonada por el presidente y su equipo. Lo anterior está lejos de ser un accidente o un hecho aislado. Pocas cosas definen mejor la presidencia de Petro –y antes su alcaldía en Bogotá– que el curso de los sucesos de la constituyente: su vocación de dividir a la ciudadanía con una idea que se queda en nada, la falta de contenido más allá del anuncio, y el abandono de la ejecución de la iniciativa.
Exactamente, un mes después, también a mediados de marzo, el presidente Petro anunció que el país iría a una consulta popular luego de que se conociera el hundimiento de su reforma laboral. La tendencia cada vez es más clara de parte de un gobernante que insiste en desconocer la independencia del Congreso y su actuar, siempre con el argumento de que ‘el pueblo’ ha sido traicionado. Con plantones, protestas, movilizaciones y amenazas de constituyentes y consultas, Petro ha mantenido un mensaje desafiante a instituciones como el Congreso y las cortes si sus decisiones no son de su agrado.
Estos dos años y medio del gobierno Petro nos han dejado claro que esta respuesta tan contraria a los valores de la democracia no es un accidente, sino un hábito repetitivo e insistente. Y aunque no sorprenden este tipo de respuestas que reconocen que el presidente ve en la institucionalidad un obstáculo a su proyecto personalista y populista, su tono con el que anuncia una ‘ruptura’ del Ejecutivo con el Congreso sí debe alarmar a toda la ciudadanía. Luego de más de sesenta años de continuo funcionamiento de la separación de poderes en Colombia, debemos preguntar con claridad a qué se refiere el presidente con esa ruptura.
En ningún momento de su presidencia Petro ha asumido un discurso moderado. Sin embargo, en cuestión de pocos días ha subido preocupantemente el tono: al excandidato Sergio Fajardo le envió un trino que decía “con babas solo dejarás correr la sangre” y en su respuesta al hundimiento de la reforma laboral en que amenazaba con una ‘ruptura’ institucional también escribió la frase “solo nos llevan a la violencia”. Este tono de confrontación no puede ser subestimado, ni tampoco normalizado por los colombianos. No es aceptable ni propio de un demócrata que para envalentonar y movilizar a la ciudadanía alrededor de su liderazgo, el presidente adopte un lenguaje abiertamente violento y agresivo.
Esta vez lo novedoso no es que el presidente Petro convoque a las movilizaciones como tanto lo ha hecho antes, sino el desconcertante lenguaje de violencia que ha empleado en su nuevo llamado. Un presidente radical y agresivo de ninguna manera podría ser el encargado de reconciliar a una nación dividida, y sus palabras, que tanto distan de las de un estadista, solo podrán profundizar los odios entre los colombianos. Los motivos de preocupación solo aumentan por estos días.