El sonido de la Salsa ha estado presente en mi vida desde que tengo uso de razón. Recuerdo que en mi vieja casa se oía a Gardel y a Bach por igual, pues mi madre exorcizaba los fantasmas de sus nostalgias campesinas con notas de tango y mi hermano mayor nutría su bohemia citadina con acordes clásicos. Pero dos o tres veces por semana yo me iba por el caminito que llevaba a la cancha, para soñar con hacer tocata, fuga y un gol olímpico.

El fútbol pasó de mí, y además me dejó la dura tarea de ser sufrido hincha del Deportivo Cali, pero en el estropicio de la vida del barrio la música afroantillana marcó mi corazón a fuego. Brotaba por todas partes y a todas horas. La Sonora Matancera era la mejor compañía de todas las vivencias de la esquina y junto a ella aparecían los sonidos de Palmieri, Richie Ray, Maelo, Lavoe, Colón, Blades, Roena, Miranda, Feliciano, La Ponceña, Barreto, El Gran Combo.

Gracias a ellos aprendí a caminar la calle, a escuchar y a bailar, condición indispensable para sobrevivir en el agreste territorio apache del Oriente. Como todos los nacidos en esta bella Cali, la Salsa ha sido origen, camino y puente en mi vida. Por ella hablo como hablo y siento al mundo como lo siento. Y por ella puedo decir, como el gran Maelo, que “mi música no queda ni a la derecha, ni a la izquierda, sino en el centro de un tambor bien legal”.

Durante mucho tiempo pensé en cómo explicar lo profundo y potente de ese sentimiento que nos une a los caleños con una música que, sin ser autóctona, se ha convertido en parte fundamental de nuestra identidad. Pero no lo había logrado.

Hasta hace unos pocos días, cuando la vida me dio la oportunidad de volver a participar en el proceso de construcción del Salsódromo de la Feria de Cali. Fue allí, en medio de un grupo de personas tan apasionadas como inteligentes, donde surgió la necesidad de narrar con nuevas palabras esa vieja historia sobre la Salsa y Cali, que tantas veces ya nos hemos contado.

Y entonces, en la azarosa búsqueda de cómo contar un concepto, llegó a mí la letra de lo que hoy es la canción oficial de la Feria de Cali número 67. Apareció en medio del desvelo de la madrugada y con el sonido de la Orquesta Aragón en mis audífonos. Escribirla me tomó solo 30 minutos, pues supongo que habitaba en mi alma desde los lejanos días de infancia en el barrio.

La letra se basa en un ejemplo lindo que usa mi colega Héctor Mosquera para hablar de la Salsa en Cali y la música fue obra de mi querido amigo David Gallego, el líder de un grupito de pelaos genios que se hacen llamar ‘Clandeskina’. Ellos, con ese estilo tan particular que trae a tiempo presente los sonidos de la salsa clásica, crearon un impresionante arreglo que definen como un ‘guaguancó caleño’, que estimula el movimiento corporal de los amantes del guiro en la rumba callejera y que empuja hacia la pista a cualquiera.

En ella intento contar toda la historia del viaje que nos llevó a los caleños a amar la Salsa. Pero ante todo, le doy gracias a Cali por haberme regalado el corazón salsero que me sigue impulsando a creer en la grandeza de esta ciudad y su gente. Porque Cali es melodía de selva, mar y de esquina. De gente que lucha y canta y hacia el futuro camina. Por eso la Salsa un día voló… y en Cali se quedó.