No eran fáciles de alcanzar los dos principales objetivos de la 16ª Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad, COP16: la concreción de un fondo billonario para detener y revertir la pérdida de naturaleza, y un mecanismo para el acceso y distribución justa de los beneficios que se derivan de la utilización de los recursos genéticos, definidos en el Marco Global de Biodiversidad, en Montreal (Canadá) y Kunming (China) en el 2022.

En lo financiero, la meta era comprometer a los 193 Estados que ratificaron el Convenio sobre Diversidad Biológica con un aporte anual de US$200 billones al 2030. Contrario a lo esperado la contribución para tal fin de los países desarrollados pasó de US$15 a $30 billones al año. No debe sorprender: aún no se logra recaudar los US$100 billones para el Cambio Climático; un acuerdo clave de la COP21 en París, realizada en el 2015.

La discusión sobre recursos genéticos no era menos compleja. Estos se transforman en bienes y servicios, y cada día cobra mayor relevancia estratégica la biotecnología. En 2014 entró en vigor el Protocolo de Nagoya sobre el tema, pero ha sido ratificado solo por 127 de 193 Estados. Algunos analistas indican que su implementación ha sido difícil pues sus conceptos no son claros, es un tema dinámico, y confluyen múltiples intereses.

Esto no significa que la COP16, como conferencia multilateral y en lo atinente a lo acordado por los Estados Parte, haya fracasado. No era necesario, por ende, promover fondos y declaraciones paralelas a última hora, como lo hizo la Ministra de Ambiente. Fue un evento muy concurrido y dedicar dos semanas a hacer perdagogía sobre biodiversidad es una ganancia independiente de las posiciones variopintas, radicales o atemperadas.

Lo que no dejó un buen sabor fue el proceder del Presidente. En su intervención inaugural se dedicó a cuestionar el modelo económico de libre mercado y los combustibles fósiles y cual Nostradamus a sus profecías del fin del mundo, en vez de hacer un planteamiento serio, propio de un Jefe de Estado, sobre la biodiversidad. Quizá por ello no vino Lula, de Brasil. Luego insultó al Valle del Cauca al emprenderla contra una de sus industrias insignes.

Lo que es indiscutible de la COP16, es el significado para Cali. Una ciudad abatida hasta hace poco por la corrupción, la anarquía y el vandalismo, recobró su brillo. Ver y sentir a cientos de miles de caleños, ricos y pobres, entremezclados con extranjeros, curiosear sonrientes las exhibiciones sobre biodiversidad y asistir a todo tipo de conferencias con el corazón rebosante de amor por su tierra dolida, es un regalo invaluable de la vida.

La Plaza de Cayzedo iluminada y el Palacio de Justicia resplandeciente; el Bulevar del Río y el del Oriente; el edificio Coltabaco con una muestra de lo mejor de nuestras artesanías; los restaurantes, bares, discotecas y comercio a reventar, incluidos los hoteles de cama redonda y espejos en el firmamento; el Parque Farallones y las reservas de Nirvana y San Cipriano, y todo el Pacífico, en su esplendor.

Cali vivió tres COP en simultáneo; la de las delegaciones oficiales con un balance parco dadas las expectativas, la del Gobierno Nacional que hizo lo posible por politizarla y revestirla de su dogmatismo enfermo, y la de los caleños y vallecaucanos que, con el Alcalde y la Gobernadora a la cabeza, recibieron con amabilidad y sencillez a quienes llegaron de visita, y se apropiaron del evento, lo hicieron suyo y le dieron vida. Cali le ha enseñado al mundo cómo se celebra una conferencia biodiversa por la biodiversidad.