Como histórico empieza a ser catalogado el acuerdo que estaría por lograrse entre los más importantes países productores de petróleo para recortar la producción mundial y ayudar a recuperar el precio, que se vino a pique a mediados de febrero y lleva un mes por debajo de los 30 dólares el barril en promedio, precio con el que muy pocos países pueden vivir sin afectar su sostenibilidad y que llevaría a la quiebra del sector petrolero.
El 2020 inició con precios al alza, acercándose a los 70 dólares el barril de referencia Brent (mercado europeo y asiático) y 60 dólares la referencia WTI (el norteamericano). Se vislumbraba un año más estable luego de cinco años de una lenta recuperación. Pero las cosas cambiaron por cuenta del nuevo coronavirus. Tan pronto apareció en China y se anunciaron medidas de aislamiento, las ventas futuras de petróleo tambalearon.
Fue en ese momento que Arabia Saudita, el tercer mayor productor de petróleo y quien lidera la Organización de Países Exportadores de Petróleo, le propuso a Rusia -que no es de la Opep pero es el segundo mayor productor luego de Estados Unidos- un recorte de 1,5 millones de barriles diarios (los saudíes un millón y Rusia 500 mil). Los mercados daban por descontado que el recorte se daría, y no. Rusia sorprendió con su negativa.
Ahí inició la guerra de precios que tiene a la industria en la peor crisis en 18 años. Arabia Saudita anunció que incrementaría su producción de cerca de 10 a 12,3 millones de barriles y los rusos que llevarían la suya de 11 a 13 millones de barriles, mal contados; es decir, 4,5 millones de barriles adicionales en el mercado, que sumados al 1,5 millones que habían previsto cortar, se traduciría en una sobreoferta de 6 millones de barriles.
La reacción de los Saudí tenía una lógica. No es el mayor productor de crudo, pero es al primero que buscan para pedirle recortar producción. Y es el único país con capacidad de producir un barril por debajo de los 10 dólares. Por eso, ante la negativa de Rusia y el desentendimiento de Estados Unidos con los recortes, se la jugaron por inundar el mercado de petróleo y reducir a la brava la oferta de los otros, llevándolos a la quiebra.
Les funcionó. Si bien Rusia está bien económicamente, sus finanzas dependen en gran medida del petróleo y Estados Unidos empezó a ver afectada su producción de esquisto. Entendieron que a ninguno -incluidos los saudíes que también dependen del petróleo- les conviene una guerra de precios. Como será que fue Trump quien llamó a la cordura. Al escribir esta columna, deben sumar ya tres días de negociación entre los productores.
Pero las cosas han cambiado. Ya no se requiere recortar 1,5 millones de barriles sino 15 millones, por cuenta de la caída en la demanda de hidrocarburos, por el coronavirus. El mundo está inundado de petróleo y se estima que de 100 millones de barriles que se consumían al día, la caída en la demanda sería de 30 millones de barriles/día. Por eso los precios no han reaccionado, aunque se esperaría que suban de lograrse un acuerdo.
El otro lío es para los países con producción costosa como Colombia. Desde hace un mes la totalidad de la producción es a pérdida. Y como al país le compran a un menor valor de las referencias internacionales -castigo por calidad- salvo haya precios superiores a un Brent de 40-45 dólares el barril, continuaremos en serios problemas: las empresas, sin excepción, y las finanzas públicas nacionales y regionales. En momentos en que más recursos se necesitan, para mitigar el coronavirus y tirarle un salvavidas a la economía.
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