La noche del 14 y 15 de abril de 1912, hace 111 años, se hundió el Titanic, el entonces barco de pasajeros más grande y lujoso jamás construido. Las causas del naufragio: errores humanos y de diseño, no contar con suficientes botes salvavidas y la soberbia. Una catástrofe que retorna a la memoria cuando el Gobierno de Gustavo Petro empieza a colisionar con un témpano de hielo. En este caso, resultado de una decisión consciente.

El Gobierno zarpa hace ocho meses con ímpetu transformador, revestido del anuncio de un gran acuerdo nacional y una avasallante coalición de gobierno, insumergible. Con los días y por una postura obcecada sobre las reformas que el país requiere -empezando por la estatización del sistema de salud- choca con un gigantesco volumen de hielo y rasga el casco, facilitando el ingreso de agua al primer compartimiento de seguridad.

Si la negativa de la Ministra de Salud a construir consenso con sus colegas de gabinete no fue lección suficiente de lo que no se debe hacer, el engaño a tres de los partidos de la alianza en el Congreso, tampoco lo fue. Luego enfiló baterías contra estos, buscando apoyos al menudeo y al precio que sea, y al ver que la táctica no fue tan efectiva como se esperaba, se procede a pedir la renuncia a los viceministros de las bancadas rebeldes.

La respuesta del Partido Liberal, Conservador y de Unidad Nacional no se hizo esperar. Han dicho o sugerido que no se dejarán intimidar. Algunos congresistas señalaron a la revista Semana, que prefieren sacrificar la “mermelada” a respaldar un “Frankenstein”, que el Gobierno escogió “el camino inapropiado” para conseguir sus respaldos y que con el chantaje burocrático está dando “un entierro de quinta” a la reforma a la salud.

El tiempo revelará si se trata de reacciones en caliente o si los partidos mantendrán su posición, aunque implique un sacrificio en cargos de poder, entre otras satisfacciones, y si son consecuentes ideológicamente y sobreponen los intereses del país a los propios. Un colectivo político puede equivocarse una vez al ser parte de un gobierno que piensa tan distinto, pero no dos. Una primera vez es cuestionable; una segunda, imperdonable.

Pero no solo estos partidos han expresado inconformidad. Congresistas de las entrañas del Gobierno buscan un bote salvavidas: cuestionan a los ministros por presentar tarde los proyectos de ley, por su intransigencia, y por su tarea frente al legislativo. Advierten que las leyes no se hacen en la calle y que hay riesgo de que las reformas no se aprueben. No serán los violinistas del Titanic que, conscientes de su muerte, tocaron hasta el final.

Lo curioso de todo es, que la tensión política pareciera deliberada. Puede criticarse a la Ministra de Salud, pero detrás suyo está el Presidente: él la ha respaldado y él tomó la decisión de pedirles la renuncia a los viceministros para presionar a los amotinados. Lo que lleva a preguntar, qué quiere, hasta donde está dispuesto a llegar. ¿Patear el tablero y luego decir que no le permitieron hacer las reformas prometidas? ¿Hundir el Titanic?

Extraño comportamiento de quien aspira a ser recordado como un mesías. Salvo piense hacerlo como víctima, dados los desafíos de gobernar en una democracia. ¿Y el resto de pasajeros del barco? ¿Los que confiaron en él, ya muchos desencantados? ¿Y el país? Gustavo Petro empieza a desaprovechar una oportunidad histórica de liderar cambios de fondo, no los que él tercamente pretende, sino, unos sensatos. La soberbia es el mejor camino para empequeñecer a un hombre, y para hundir los sueños de sus seguidores.

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