Uno de los grandes problemas que deberá enfrentar el nuevo alcalde de Cali que sea elegido en octubre próximo será sin duda la seguridad. Las cifras de la ciudad no son buenas, hasta el 13 de febrero se habían reportado 122 homicidios, lo que evidenciaba un aumento del 3% con respecto al mismo periodo del año pasado.
En relación con el hurto a personas, este delito sigue siendo el crimen de mayor impacto en la ciudad, pues a la fecha presenta un incremento de 20% en las denuncias si se compara con el mismo periodo de 2022.
Lo cierto hoy es que pocos temas suscitan más preocupación y controversia que la seguridad, por eso los precandidatos a la alcaldía están apostándole duro a buscar soluciones, aunque todos sabemos que no existe una varita mágica porque si hay algo complejo en esta ciudad es esa inveterada violencia que nos ha venido afectando desde hace muchos años.
Porque, aunque los críticos de Ospina lo quieran ver así, lo claro es que la inseguridad en la capital del Valle viene desde hace, por lo menos, 30 años. Una confluencia de factores que involucran el narcotráfico, las migraciones, miseria, falta de oportunidades y una ominosa desigualdad nos ha conducido a una espiral de violencia que asusta.
No será fácil abordar esta problemática, cualquiera sea el alcalde que llegue. Sin embargo, la fórmula planteada siempre termina siendo la misma: mayor inversión en seguridad (es decir más presupuesto para la Policía), aumento en el número de cámaras de vigilancia en las calles y un aumento en el número de efectivos de la Policía.
Con todas las variantes posibles, esta es la santísima trinidad de la seguridad, me la sé de memoria. Pero la verdad es que en Cali es necesario, además de esto, buscar otras fórmulas que tienen que ver con la desarticulación de la connivencia que denuncian muchos vecinos entre algunas autoridades y los ‘malandros’ que azotan los barrios. El microtráfico es tenebroso en la ciudad, el control que ejercen los delincuentes de cuadras enteras mientras las autoridades miran hacia otro lado es evidente. Y si a esto le sumamos el hecho de que las redes de inteligencia de la Fiscalía no parecen funcionar como uno esperaría, entonces esta tierra se convierte en espacio fértil para la conformación de decenas de bandas que tienen a Cali en jaque.
La reacción de la ciudadanía no se ha hecho esperar. Ante la evidente falta de autoridad (hay tramos completos que uno recorre de norte a sur y no ve un bendito policía), la ineficacia y corrupción de jueces y fiscales la comunidad ha despertado de la manera más primitiva. La milenaria ‘Ley del Talión’ se muestra cada semana en las calles de Cali de diversas maneras. Un día es repelido a balazos un ladrón de espejos en pleno centro es apaleado un raponero de baja estofa. Otro día la comunidad de Villa de Veracruz se une y golpea hasta el cansancio a un presunto violador. Todas estas son reacciones de una comunidad indignada y cansada de lo que se perdió en Cali.
La ciudad hoy vive horas bajas, con una autoestima golpeada y una sensación de que en la ciudad algunos (o quizás muchos) pueden hacer lo que les da la gana. Cali necesita recuperar su orgullo de ciudad y urge regresar (así suene a lugar común) a una serie de valores que se fueron con el tiempo. Menuda tarea de los precandidatos, espero que planteen propuestas serias y realizables y, sobre todo, que no nos ‘vendan humo’, con eso me conformo.