Qué difícil es creer que en un colegio de Cali una menor atacó a puñaladas a otra compañera. Es dramático escuchar el testimonio de la madre de la niña atacada e imaginar cómo su vida estuvo a centímetros de perderse sin comprender lo que sucedía.
Un hecho de tal violencia debería ameritar una reflexión de sociedad, apoyar al colegio, hablar con los estudiantes, generar un espacio donde se pudieran buscar explicaciones y, sobre todo, saber cómo actuar, cómo responder a una situación tan dramática.
Duelen los niveles de violencia en algunos colegios de la ciudad, que tampoco son diferentes a los que se padecen en esta ciudad, que reporta los más altos índices de homicidios del país. La intolerancia en Cali se refleja en todos los sectores, ¿por qué los colegios deberían ser distintos?
En febrero , cuando iba a arrancar el año lectivo, el comandante de la Policía Metropolitana, general José Daniel Gualdrón, advirtió que la patrulla escolar, una estrategia que se tiene para intentar acercarse a la problemática estudiantil, había atendido 475 casos de violencia escolar.
La cifra no mereció mayor despliegue en los medios de comunicación, tal vez porque nos hemos acostumbrado tanto a los fríos números que ya nada nos conmueve, pero que se hayan atendido casi 500 casos de ataques, violencia en entornos escolares es absurdo, en qué ambientes se está formando el futuro de esta ciudad. Lamentable descubrir que lo que sucede es la confirmación de que el modelo no sirvió, pero no sabemos siquiera cómo corregirlo.
Algunos pensarán que sucede solo en colegios públicos, de los pobres dirán despectivamente, pues qué equivocados están. En los colegios de las élites los problemas se centran en las palabras discriminatorias que generan otro tipo de violencia (lo que le escuchan a los padres), en los bienes materiales que se puedan exhibir y en las drogas con las que pueden ‘escapar’ (las de moda y más caras) y las rumbas extremas, como lo vimos en un bar de Granada repleto de niños y cerrado hace unos días.
Las violentas peleas en colegios que han quedado evidenciadas en videos, ameritan una intervención real. Pero de lo que habla todo esto es de una descomposición moral y familiar de alcances insospechados. Menores que crecen solos, tristezas mal tramitadas, violencias intrafamiliares desconocidas, profesores superados, estudiantes que encuentran solo en el desborde de sus emociones la tranquilidad que no tienen en su alma.
Ahora en pleno ejercicio electoral, candidatos y periodistas hablan de lo divino y humano. ¿Pero de lo importante qué? De la violencia cotidiana, de lo que pasa en los colegios, en las casas... Qué hacemos en una Cali que se desbarata frente a nosotros . Solo contamos muertos, trasladando nuestra responsabilidad a otros. El caso de estas dos niñas en una semana será olvidado. Qué difícil crecer en Cali.