No, no me ha gustado el humor de Daniel Samper Ospina. De tiempo atrás he sido crítica de su manera de burlarse de las personas a través de sus columnas. De reírse de los defectos de los famosos, que por ser famosos no significa que no tengan autoestima y por lo mismo no evalúa qué tanto daño pueden causarle sus palabras a su identidad. Hay algunos textos que son apologías memorables de burla y ridiculización. Las comparaciones son de una agresión absoluta. Pedimos a gritos que los muchachos no hagan bulling en los colegios, pero desde una columna como la de Samper Ospina hay un bulling constante para muchas personas.
¿Cuál es el límite para ese humor negro? Difícil marcarlo. Francia lo vivió en carne vive desde las caricaturas de Charlie Hebdo. Le costó la vida a varios periodistas. La libertad de expresión no puede ser ilimitada… No existe nada, absolutamente nada, en la condición humana, que no tenga que ‘obedecer’ a unos límites elementales de contención. Lentamente estamos aprendiendo que ‘todo’ o cualquier cosa no se puede decir, como si nada. Que hay un receptor que puede ofenderse. Que tener una opinión no da autorización para ‘vomitarla’ en cualquier lugar.
Los casos actuales de los senadores Jorge Enrique Robledo y Claudia López están sirviendo de alerta. Han tenido que rectificar lo que han dicho. Pero, ¿y la libertad de expresión que? ¿Cuándo sí y cuándo no mi opinión personal puede ser vomitada?
Aquí está la prueba. Daniel Samper Ospina lo vive en carne propia, le están aplicando su misma medicina. Interpretar los hechos como “me dé la gana”. Hace bastante no lo leo porque no “lo soporto” pero para mí, es ‘inolvidable’ su comparación del exministro Arias con un pitbull. Sí, algo va de una comparación odiosa a una afirmación de “violador de niños”, pero entonces, ¿dónde queda la cacareada libertad de expresión ilimitada? ¿Dónde está el derecho a “decir todo lo que se me ocurra”? En el caso de Álvaro Uribe y Samper Ospina estamos ‘padeciendo’ las consecuencias de no poner alguna forma de contención porque “la libertad de expresión todo lo justifica”.
A Álvaro Uribe se le fue el dedo, pero es hora también de evaluar si a su contradictor también en otras ocasiones, no se le ha ido el lápiz. Álvaro Uribe interpretó a su manera, desde lo que él es y lee, las columnas de Samper. El problema está en que pareciera que no existe ninguna forma de contención a todo lo que Uribe trina. Que desde su prepotencia tuviera licencia para vomitar lo que se le antoje. ¿Pero Samper también puede escribir lo que se le ocurra? El problema lo dejamos ‘sólo’ entre Uribe y Samper o revisamos entre todos, hasta qué punto hay derecho a interpretar y vomitar lo que se quiera. ¿Con humor y cinismo podríamos concluir “entre Uribe y Samper que entre el diablo y escoja”? Porque ambos son víctimas de su propia desfachatez. O cabe reflexionar en forma adulta y decidirnos por la máxima filosófica universal, aplicable a cualquier circunstancia “no hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Es la única forma elemental y equilibrada de encontrar la medida para este desborde de insultos y atropellos.
Los defensores de la libertad ilimitada de expresión se encontraron con una piedra. Pero los de ‘la rabia en el corazón’ también hoy tropezaron con un escollo.
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