¿Por qué tanta rabia? ¿De dónde salió esa cantidad desmesurada de odio? ¿En qué momento se engendró ese monstruo de ira en la idiosincrasia colombiana? ¿Por qué nos odiamos de tal manera? ¿Por qué las diferencias de ideas, criterios, comportamientos, formas de vida, equipos de fútbol, religiones, políticas, razas, regiones, nos llevaron a este sin sentido de agresividad?
Hay países y comunidades con muchísimos problemas de pobreza e inequidad y no llegan a los grados de ira que se observan en las caras, expresiones, actitudes de colombianos o colombianas de cualquier bando, de cualquier lado. Estamos viviendo la cultura del odio y creo que allí radica el mayor de nuestros males. Nos odiamos los unos a los otros, no nos soportamos. ¡Visceralmente no nos podemos ver! Sí, hay problemas económicos, desempleo, salud física, pero es obvio que el de mayores proporciones que nunca se dimensionó es la cantidad de odio que hay en el ambiente. Las emociones no han sido el “fuerte” de la cultura occidental y hoy aquí contaminados de una pandemia para la cual no existe vacuna diferente a la disposición personal de ser consciente de las emociones. ¡Tarea nada fácil!
Sobre todo porque se mezclan demasiadas variables. El poder y la razón hacen estragos. La necesidad de controlar, de imponer “mi” verdad, de tener la razón, de manejar la vida de los otros, es uno de los “alimentadores” más profundos del odio. El que una persona se sienta sometida es una fuente infinita de agresividad. ¿Los jóvenes en la calle, motivados por la desesperanza, contra quien se revelan? ¿En una sociedad patriarcal, machista, con tanta violencia intrafamiliar, “solo” se protesta contra las condiciones políticas y sociales? Los temas sobre la mujer, racismo, macho, pobreza, afecto, sexualidad, son también disparadores de esa gran violencia callejera, que pareciera por fin se puede desahogar en algún escenario: la calle. ¿Qué tantas formas de educación solo para ser “políticamente correctos” se han cocinado en los hogares colombianos? Porque la ira y el odio son desbordados… no pertenecen tan solo al terreno de lo económico. La exclusión es infinita y dañar por el solo placer de destruir no es solo acción de vándalos. La ira campea.
Destruir, patear, incendiar, matar, agredir, golpear… todos los bandos tienen rabia. Y es claro que con rabia no se dialoga. No hay posibilidades de encuentro. Si habláramos en términos futbolísticos diríamos que perdimos la Copa América pero seguimos jugando en el campeonato del odio. Allí nadie nos gana. Es nuestra pasión, es el sentido de nuestras vidas. Existen muchos equipos pero nos basta un solo balón, no necesitamos más que un esférico y con ella en los pies (o en el corazón) nos defendemos. Es la pelota del odio, la de la rabia, la de la indignación.
Hasta el momento de esta “narrativa” el balón lo tenían los jóvenes nini, gentes con hambre y pobreza extrema, personas con desigualdades lacerantes... por un tiempo la pelota les llegó a los que tienen cerrados sus negocios, a los que les vandalizaron sus empresas o a muchos desempleados. Ahora depende de cada quien, si la seguimos pateando.
La pelota del odio rueda... usted puede recibirla, sostenerla, driblar con ella y luego patearla. ¿A quién? ¿Continúa en el juego? ¿Le gusta? ¿Lo disfruta?
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