La idea de un Paraíso que debemos alcanzar o al cual quisiéramos llegar, es muy tentadora. Y alucinante. Pareciera un concepto que ha perseguido al ser humano desde tiempos inmemoriales. Bueno, ‘salimos’ del Paraíso, dice la religión, y quedamos con ganas de regresar. ¿Dónde está? ¿Existe? Vale la pena preguntar dada la situación social que se vive en algunos países y ciudades. Lo que ‘obliga’ a las personas a huir de su terruño en busca de tranquilidad, es decir del paraíso.

Lo de Venezuela es impactante: la cifra de migrantes a Colombia alcanza los dos millones, una fuerza laboral importantísima. Pero resulta que en Venezuela hay reinados (la hija del técnico del Cali sale ‘bien vestida’, arreglada ¿en un país ‘miserable’?), existen fiestas, se inauguran centros comerciales, se celebran matrimonios, grados… sí, en Venezuela. ¿Nos han contado la verdad? ¿Cuál es la verdad? Una venezolana con situación económica aceptable, decía “el error fue que salimos de Venezuela porque nos asustaron que seríamos como Cuba. Nunca fuimos como Cuba, hoy lo sé. Ni lo seremos. No debimos irnos, allá está mi casa, los colegios de mis hijos, mis padres”.

¿Nos vamos de Colombia si sube Petro? ¿Para dónde? ¿Buscando qué, huyéndole a qué? ¿Cuál es el lugar del mundo donde encontraremos el paraíso? La semana anterior dos pacientes virtuales contaron, coincidencialmente del robo de “su camión en Miami” y el robo del carro alquilado en New York. Sí, en USA. Aquí, nosotros ‘paniquiados’ queriendo huir y cada semana se sucede un tiroteo en algún centro comercial o escuela de Estados Unidos. ¿Le huimos al robo del celular en Colombia pero nos exponemos al tiroteo en el supermercado americano? ¿O a las flechas en Noruega?

Pero allí no termina ‘la búsqueda del paraíso’. Otra conocida habló de la situación de colegios y escuelas de USA donde el ciberataque, el bulling tecnológico, toma visos de pandemia. Con policías, detectives, cierres de escuelas, búsqueda de pistas por amenazas (reales o supuestas, pero que no se pueden quedar sin investigar), puesto que un muchachito de 15 años fácilmente tiene acceso a un arma y desde su neurosis, soledad o patología, dispara a diestra y siniestra. En Colombia ‘todavía’ no existe esta clase de peligro en proporciones preocupantes (a no ser que ‘“los jóvenes cabal’ lleguen al poder y se les provea de un arma para defenderse). ¿Entonces para dónde nos vamos? ¿A qué le huimos?

La búsqueda del paraíso es una falacia. O un infantilismo. Los países y ciudades no las conforman ‘solo’ los gobiernos. Es urgente asumir la responsabilidad ciudadana para no convertirnos en parias mundiales, como si el país no fuera también nuestro. El paraíso se construye entre todos. El clima, lo social, lo económico, lo político, la crisis que sea, debe enfrentarse, no evadirse.

¿Qué se aprende de los procesos migratorios de otras comunidades que le huyen a las dificultades? ¿A qué clase de humanidad pertenecemos? ¿Es problema de territorio o es problema de corazón, conciencia y solidaridad? ¿El infierno y la necesidad de migrar no comienzan, acaso, en las entrañas de cada uno, en un egoísmo visceral? ¿Podré encontrar algún lugar del mundo donde haya paz o el tema radica en mi incapacidad para aceptar que también como humano, soy parte del problema?

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