Adolfo Vera Delgado, popayanejo de nacimiento y caleño por adopción, es uno de los médicos de mayor jerarquía en Colombia por su vasto conocimiento de enfermedades del corazón, que ponen en riesgo de muerte a mucha gente, no solo en nuestro país sino en el mundo.

Hace años asistí a su consulta, remitido por mi internista a fin de que me practicara examen especializado del ‘mango’, como mi abuelo Benjamín Restrepo llamaba al músculo cardiaco, ese compañero que marcha con nosotros desde el útero hasta el último latido, y en el que anidan los más torvos sentimientos y las más encendidas pasiones. El corazón tiene razones que la razón no entiende, dijo alguien, y es cierto.

Nadie puede hablar de amor sin pensar en el corazón, y de hecho Cupido, su dios por antonomasia, lanza su flecha que lo atraviesa, cuando un hombre y una mujer se exponen frente a su arco, más acertado que el de Guillermo Tell, el de la manzana. Ha sido desde siempre personaje central de boleros y tangos, y prestó su nombre al libro de Edmundo de Amicis, que me hizo llorar en mi adolescencia.

Desde aquella lejana consulta soy amigo de Adolfo Vera, y con el correr de los años esa relación médico-paciente, se fue convirtiendo en camaradería pues hallé en este discípulo de Hipócrates una persona de altas categorías intelectuales, con la que una conversación trae verdadero goce espiritual, inclusive la menos trascendental pues tiene el humor propio de sus ancestros patojos.

Con Adolfo coincido en unos deliciosos almuerzos en casa de Armando Barona Mesa y su esposa Ruby, anfitriones espléndidos que invitan a un grupo que siempre aporta temas de arte, literatura, historia y política. En una de esas tenidas el doctor Vera me instó a que ingresara a la ‘Tertulia Médica del Pacífico’, que se reúne el primer viernes de cada mes en el último piso del edificio donde tiene su consultorio.

Acepté la invitación, y he quedado asombrado de lo que este médico ha logrado. Ya pasan de 160 las tertulias mensuales, en las que aparecen conferencistas que disertan sobre diversos temas. Y músicos de alta escuela que deleitan al auditorio con lo mejor de sus interpretaciones.

He visto desfilar médicos que nos enseñan los últimos descubrimientos científicos; ingenieros que nos ponen al día sobre los recientes avances tecnológicos; economistas que nos hacen saber la situación de la moneda y de los mercados; historiadores que nos hablan de nuestro convulsionado pasado; escritores que nos actualizan sobre la literatura universal; y poetas que declaman sus versos, y los de otros aedas, pues la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita.

Yo espero con entusiasmo esas convocatorias pues se han convertido en escenario que aporta mucho a mi espíritu.

Quiero agradecer a Adolfo Vera la contribución que hace a la cultura regional, y rogarle que no decaiga en ese empeño porque sus admiradores y amigos de todas las inclinaciones posibles, que somos legión, tenemos en él un altísimo exponente de lo mejor que en los tiempos idos se llamó ‘el Cauca Grande’.

Un abrazo, querido Adolfo.