Amé a Argentina desde antes de tocar su suelo por primera vez. Es bien posible que ese amor haya surgido de mis lecturas de Billiken, la revista infantil que yo compraba semanalmente en la librería de Miguel Ángel Potes de mi natal Tuluá.

En ella aparecían textos que enseñaban la historia argentina, y para mí José de San Martín, Mariano Moreno o Bartolomé Mitre eran tan héroes como los de nuestra gesta libertadora.

Su pampa inmensa, su cordillera de los Andes y sus bellas ciudades quedaron grabados en mi mente. Ya en la juventud hizo irrupción el tango y brotó mi admiración por los grandes cantores porteños. Allí surgió Carlos Gardel cuya muerte en Medellín lo convirtió en mito.

Cuando pisé por primera vez Buenos Aires, no tuve la sensación de que llegaba sino la de que volvía. Ya sabía que ese era el Obelisco; que esa era la Avenida 9 de Julio; que esa era la Calle Corrientes -sí, la del “348, segundo piso ascensor”; que ese era el Parque Palermo; que esa era la Casa Rosada, todo idéntico a lo que había visto en la revista unos años antes.

Aficionado al cine desde la infancia, el argentino tenía entonces alto reconocimiento, y sus películas eran bien recibidas en todas las salas del mundo hispanoparlante. Por los teatros Boyacá y Sarmiento de mi pueblo las pantallas dejaban ver a Mirtha Legrand, a Olinda Bozán, a Luis Sandrini, a Hugo del Carril, tan buen cantante como actor. El director Luis César Amadori filmó ‘Dios se lo pague’ con el mexicano Arturo de Córdova y la argentina Zully Moreno, sobre la que vuelvo con frecuencia.

A pesar de que Juan Carlos Romero, maestro de la crítica cinematográfica en este diario hizo afortunada reseña de ‘Argentina, 1985’, deseo como simple aficionado decir que es una película fuera de serie. Dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzoni, narra el valeroso proceso que adelantaron el fiscal Julio Strassera y el fiscal adjunto Luis Gabriel Moreno Ocampo, quienes tuvieron el coraje de encausar a los militares de las tres primeras Juntas que se hicieron con el poder en Argentina, luego del golpe que dieron a Isabelita Martínez de Perón.

Videla, Massera, Bignone, Lambruschini, Galtieri, Lami Dozo, y Anaya, cometieron todos los crímenes posibles: torturas en la Esmad; hombres y mujeres arrojados vivos desde aviones a las aguas del Río de la Plata; recién nacidos separados de las madres para entregarlos a parejas infértiles afectas al régimen; en fin, el horror.

El fiscal general comisionó a Strassera para adelantar la investigación. Se unió con Moreno Ocampo y en una labor de pocos meses sentó en el banquillo a esos generales y almirantes, que fueron condenados, dos de ellos a cadena perpetua. En el gobierno del folclórico Carlos Menen se aprobó la ‘Ley del punto final’, y salieron libres. Esa barbaridad fue anulada luego por el Supremo Tribunal Federal, y tuvieron que cumplir las sentencias.

La película muestra la prolija gestión de ambos funcionarios, que expusieron sus vidas para que Argentina y el mundo conocieran la terrible realidad de aquellos siete años de infamia, 1976-1983, en los que no hubo derecho humano que no se conculcara, ni atrocidad que no se cometiera.

Nadie en Colombia debe dejar de verla porque es un relato veraz de lo que es capaz de hacer un régimen de extrema derecha, y que aquí tiene adeptos que ofician en el mismo altar, dispuestos a dar el zarpazo contra la democracia.