El más ilustre de mis parientes fue Enrique Uribe White, primo hermano de mi padre Federico Restrepo White, pues eran hijos de dos hermanas, Alicia y Luisa. Esta última fue esposa del médico Tomás Uribe Uribe, quien llegó a Tuluá desde su natal Valparaíso en Antioquia, y en mi pueblo se convirtió en destacado dirigente liberal, con reconocimiento nacional. Hermano del general Rafael Uribe Uribe, quien, con Jorge Eliécer Gaitán, Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo son los más destacados líderes liberales de nuestra convulsionada historia política.
Enrique Uribe White fuera de su brillante inteligencia -en esa familia no hay cretinos- se recibió de ingeniero civil en la Escuela de Minas de Medellín y luego fue a Estados Unidos a continuar estudios. En ese país fue asistente de Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla incandescente y fundador de General Electric. Al regresar, estaba Colombia en guerra con el Perú y el gobierno de Olaya Herrera le encomendó el trazado de la carretera Popayán-Pasto, de urgente necesidad para el transporte de tropas, en ese entonces a pico y pala pues no había la maquinaria actual, y esa vía es un verdadero prodigio de ingeniería.
En mis años mozos de bachillerato y carrera frecuentaba la casa de Enrique e Inés, su hermana, en Suba, población cercana a Bogotá, construida por él, de preciosa arquitectura que imitaba un barco, como buen navegante que era. Aquellos fines de semana eran para mí una fiesta del conocimiento pues por Santa Eulalia -así se llamaba el sitio- pasaba ‘la crema de la intelectualidad’, que me permitió acercarme a mucha gente destacada en diversos campos del saber.
Desde luego, Enrique era un liberal radical, como lo fue toda mi familia paterna, y que algo de eso heredé, a mucho honor. Una tarde llegó a Santa Eulalia un atildado caballero que al iniciarse el tema político, manifestó que él era apolítico. Enrique, sin vacilar, le dijo: usted no es apolítico sino godo, que le da pena reconocer su afiliación.
Saco esto de mi memoria para decir que los apolíticos de entonces se me antojan parecidos a los que se autoproclaman hoy de ‘centro’, y que yo juzgo que ese sector no existe. Hay centro-izquierda, en donde cabemos los auténticos liberales colombianos, que bien podemos llamarnos socialdemócratas, y, de hecho, los estatutos definen el Partido Liberal como una coalición de matices de izquierda. Jamás nos vamos hacia la extrema izquierda y pienso que hemos sido muro de contención de ideas totalitarias en el espectro nacional. Hay, también, el centro-derecha, cuyos miembros sí tienden al extremo, como lo vemos ahora en el uribismo, que de un proyecto de centro-derecha mutó a los predios extremistas de la derecha hirsuta, que los hace ver comunistas en todos aquellos que no caemos en sus dominios. O ‘castrochavistas’, que es la idiota calificación que Uribe patentó para discriminar a los que no le comemos cuento, y que cada vez son menos los comensales, como se ve en las encuestas.
Entonces, dejémonos de vainas. El Centro no existe, y eso de Centro Democrático, no es cierto porque no es ni de centro ni democrático, como a todos consta. El escándalo de Aida Merlano y el Ñeñe Hernández lo confirma.