Si un amante de la ópera escucha el nombre Aída –con tilde en la segunda vocal, porque sin acento suena a apelativo de tía-, de inmediato piensa en la obra cumbre de Giuseppe Verdi.
Ahora en Colombia tenemos otra Aída, ya no la esclava etíope, sino la agraciada Aída Merlano, cuyas movidas políticas y de otro orden la han convertido en personaje principal del chismorreo criollo.
Tan importante es la excongresista, que el principal periódico del país, El Tiempo, le dedicó editorial titulado “El regreso de Aída”.
Pensé al verlo que se refería a una función en el Teatro Colón de la ópera del compositor italiano. Pero no. Nada de música y nada de Verdi. Ahí, sin apellido, el diario comentaba el mediático regreso a la patria de la señora Merlano.
El fiscal Barbosa afea la conducta de la generala de la Policía y de los oficiales del Inpec por el trato cordial que le dieron a la dama, y critica que la hayan recibido como ordenan las buenas maneras. Además, ella no llegó extraditada, sino deportada por el gobierno venezolano, que sí pudo retornarla en avión de Pdvsa.
“Bochinche, nada más que bochinche”, exclamó en cierta ocasión Simón Bolívar ante uno de tantos infundios que le lanzaron sus contradictores, empeorando sus dolencias pulmonares, que lo hicieron bajar intranquilo al sepulcro.
Lo de la rea Merlano –Aída en la intimidad- más que un bochinche es una tragicomedia en la que se juntan la política, el dinero y el catre, porque ella se convirtió, gracias a los clanes políticos de Barranquilla, en destacada dirigente conservadora, que jugaba a dos bandas, como en el billar.
Cuentan los lenguaraces corronchos que la bella chica fue no solo protegida política, sino amante de uno de los barones de la ciudad, pero que también compartía tálamo con el inquieto miembro de un poderoso grupo empresarial y político de la Costa Caribe. Ese par de afortunados ciudadanos –presuntamente, como ahora se estila para evitar denuncias penales- pretendió sacarla del medio, y, según ella, fueron los artífices de la cinematográfica fuga hacia la hermana República Bolivariana, con violación incluida.
Iván Duque, torpe como siempre, le pidió al invisible Juan Guaidó que la empacara y la regresara a Colombia para que cumpliera la sentencia impuesta por la Corte Suprema de Justicia, cosa que era imposible porque el único gobierno allende la frontera es el de Nicolás Maduro, quien al recomponerse las relaciones diplomáticas aceptó la petición del presidente Petro, y Aída llegó a Bogotá.
Una mujer a quien El Tiempo llama por su nombre de pila, y todos los lectores supimos de quién se trataba, es de una importancia mayúscula, y por eso los reporteros estuvieron a la espera de sus declaraciones, tal como sucedió. Cuando la entregaron a la Fiscalía, ahí la esposaron y la condujeron a la cárcel.
Hay mucha gente tomando altas dosis de valeriana para calmar los nervios por lo que Aída agregue a lo mucho que ha dicho sobre la dirigencia costeña. Ignoro si el tema político-sexual traiga consecuencias, pero Colombia está feliz siguiendo la historieta, digna de Félix B. Caignet, el cubano autor de ‘El derecho de nacer’, que nos tuvo en vilo durante dos años en tiempos de bárbaras naciones.
Este ‘affaire’ está más emocionante que el de Thomas Crown en la película de 1968 con el inolvidable Steve McQueen.