En el aspecto político, la personalidad de Gustavo Petro permite diferentes lecturas. Sus fanáticos lo ven como un hombre de izquierda dura, llamado a redimir al pueblo colombiano de todas sus angustias y escaseces. La extrema derecha lo juzga como un guerrillero irredento que tiene el perverso propósito de llevar a Colombia a un desastre similar al sufrido por Venezuela. Los liberales, como yo, que votamos por él, lo apreciamos como un jefe de Estado cargado de buenas intenciones, y que en estos siete meses de gobierno ha tenido más aciertos que desaciertos. Cualquiera de esos diagnósticos cabe en el imaginario colectivo, pero nadie puede afirmar que Petro no es un demócrata integral.
No hay nadie en este país que se sienta hoy víctima de persecución política. No hay en el exterior exiliados políticos. Nadie está preso por haber soltado una crítica agresiva contra el Presidente. No hay censura de prensa y todos podemos escribir y decir lo que nos venga en ganas. Las marchas de protestas -aún por cosas que no han sucedido- son permitidas. En síntesis, nuestra democracia no está en riesgo porque haya llegado al poder un personaje de izquierda, el primero de nuestra historia republicana.
Todo lo que el candidato Petro dijo en su campaña y ahora propone como Presidente ha sido llevado a las cámaras legislativas para que ellas, que son la máxima representación de la voluntad popular, se pronuncien aprobando, modificando o negando total o parcialmente las iniciativas oficiales.
Ese cuento mezquino de que Petro a punta de ‘mermelada’ tiene en su bolsillo las mentes perversas de casi 300 congresistas es una idiotez. En el Capitolio hay unas bancadas mayoritarias que forman la coalición de Gobierno, pero que se reservan el derecho de criticar, y que bien pueden oponerse a lo que consideren en contravía de los intereses nacionales.
Ahí está el ejemplo de la reforma a la Salud, para la que los tres partidos fuertes de esta coalición presentaron un proyecto diametralmente diferente al de la ministra Corcho, del que saldrán seguramente los cambios que requiere el sistema que, si bien es de amplia cobertura, tiene muchas cosas que mejorar.
Y lo mismo ocurre con las reformas laboral y pensional, que serán analizadas y debatidas en comisiones y plenarias para lograr el bienestar de los colombianos en esos aspectos.
Desprestigiar el Congreso no es sano para la democracia. Son más los miembros sensatos que los insensatos, y no todo es ‘mermelada’, que tampoco es de exclusividad criolla. En todos los regímenes presidencialistas el partido que está en el poder convoca al Gobierno a quienes lo apoyan en el Parlamento.
De aquí a julio sabremos lo que saldrá de los debates legislativos y cómo quedarán las reformas propuestas por Petro, con cuyo bolígrafo las sancionará y pasarán, si es del caso, a la Corte Constitucional.
Así de sencillo es el asunto, porque una cosa son los proyectos y otra lo que sale del Capitolio.
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Primero le dijo que cambie de nombre porque Francia es una potencia que colonizó con violencia zonas africanas de su misma etnia.
Ahora le critica que para llegar a su casa en Dapa use un helicóptero de la Fuerza Aérea, que es parte de su esquema de seguridad. Resulta que quien usa ese aparato es la Vicepresidenta de Colombia, elegida junto con el Presidente por más de once millones de compatriotas, y que su protección es una obligación del Estado.