Una de las grandes ventajas de la niñez es que la muerte no es tema de preocupación. Haciendo memoria, veo que en mis primeros diez años ese fenómeno no entraba en mi lista de temores, entre otras cosas porque tenía el convencimiento de que en el Tuluá de entonces nadie pasaba a mejor vida. Y cuando las campanas de la iglesia parroquial de San Bartolomé tañían doblando, no les prestaba mayor atención. La mayor felicidad de la infancia era que todos los seres queridos estaban vivos: papá, mamá, abuelos, tíos, primos, en fin, toda la parentela.

Recuerdo bien que mi primer encuentro con la muerte fue el día cuando al salir del colegio vi que en la puerta de la casa de mi tía abuela Luisa White Uribe se había congregado cantidad de personas. Al preguntar por la razón del gentío, supe que la viuda del doctor Tomás Uribe Uribe había fallecido. Era hermana de mi abuela paterna y yo sentía por ella inmenso afecto, y sus hijos Enrique, Manuel, Tito, Maruja, Emilia, Marta e Inés, querían mucho al hijo único de su primo hermano Federico Restrepo White.

Así, pues, que aquel 27 de enero de 1946 supe que existía esa dama “que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa”, y de la cual no hay escapatoria posible.

Hago esta introducción de carácter familiar porque en estos días, con breve intervalo, han partido a calificar servicios ante el augusto tribunal de la Eternidad dos mujeres que el mundo del cine consideraba inmortales: Gina Lollobrigida y Raquel Welch, la primera italiana, la segunda estadounidense. Con relación a esta última, cuando me enteré que su verdadero nombre era Jo Raquel Tejada, tuve la ilusión de que fuese pariente de mi entrañable amigo Guido Tejada, ya en los etéreos campos. Pero no. La diva era hija de Armando Carlos Tejada Urquizo, ingeniero boliviano, y de Josephine Sarah Hall, de origen inglés. De esa mezcla racial surgió ‘El Cuerpo’, como se conoció a la preciosa muchacha.

Raquel Welch fue el destello que iluminó el cine por allá en 1960, y con su figura tan diferente de las rubias platinadas de Hollywood -Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Lana Turner, Veronica Lake- se ganó la admiración del público por su sensualidad regada por toda su anatomía.
Ha muerto Raquel a sus 82 años, y se lleva al sepulcro la dicha de haber sido un auténtico ícono del cine, tanto del gringo como del italiano, pues grabó en ambos escenarios.

Como todas las grandes estrellas, empezó con pequeños roles, y así apareció con Elvis Presley en una cinta musical. Vino luego una comedia haciendo de prostituta. Le llegó alto reconocimiento cuando recibió el Globo de Oro por su papel en Los tres mosqueros, con los grandes Oliver Reed, Michael York y Richard Chamberlain. Después filmó ‘Bandolero’, con James Stewart, y luego ‘La dama de cemento’, con Frank Sinatra.

Pero su éxito mayor es ‘Un millón de años antes de Cristo’, en la que exhibe su perfecta figura, deparada solamente por mínimo bikini, luchando con dinosaurios y otras especies antediluvianas.

A propósito, con el mismo tema de esta cinta, y con el mismo título, llegó a las pantallas cuarenta años antes, en blanco y negro la película con Victor Mature, enfrentando los mismos monstruos, con más ‘gracia’ porque entonces el cine no contaba con los recursos técnicos para filmar esas increíbles escenas. Esa película me gustó más que la nueva versión, pero en esta lucía Raquel Welch su minibikini espectacular. Una cosa por otra.